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Elecciones intermedias: ¿hacia dónde?

Con Carlos Salinas de Gortari fue la primera ocasión de un Ejecutivo federal sin mayoría en la Cámara de Diputados tras la intermedia.

La elección del 2021 se presentará en un momento particularmente delicado y preocupante para la historia de México, por lo que se ha visto en el estilo de gobierno en estos casi tres años: Polarización, falta de rumbo y falta de resultados en el gobierno

Por Bulmaro Pacheco

La elección intermedia en México representa una evaluación de los primeros tres años de gobierno del presidente en turno. Así ha sido siempre. Suponemos que el próximo 6 de junio será igual.

Se espera que a través del voto la gente exprese sus sentimientos en torno a la actuación del Gobierno —y el partido al que pertenece— en los primeros tres años; la mitad del sexenio: Entre otras, se evalúa el cumplimiento de las expectativas generadas por el gobernante, la satisfacción o insatisfacción con el estado de cosas y la atención de las principales preocupaciones de la gente.

En México las cosas en política ya no fueron lo mismo a partir de la elección intermedia de 1973. Era la primera mitad del gobierno de Luis Echeverría, quien había empezado su gobierno con un gran activismo político pero con muchas tensiones producto del conflicto de 1968: guerrilla, conflictos universitarios, muchos presos políticos y la falta de un auténtico régimen de partidos políticos y democracia sindical. En ese escenario actuaban solo el PAN, PRI, PARM y PPS.

Por diferencias en la cúpula en 1972 había sido desplazado de la dirigencia nacional del SNTE su líder real Manuel Sánchez Vite, para dar paso a Carlos Jonguitiud Barrios que estuvo hasta 1989.

En ese contexto se dio un primer aviso: En la elección de 1973 perdieron sus distritos los dirigentes nacionales del SNTE (Eloy Benavides), de los ferrocarrileros (Mariano Villanueva), y el dirigente de la CTM en la Ciudad de México, Joaquín Gamboa Pascoe.

Era un México de 48 millones de habitantes, de 194 distritos electorales de mayoría, con 37 diputados de partido y todavía sin el sistema de representación proporcional. Derrotado, Gamboa fue a ver a Mario Moya Palencia, entonces secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral, para que influyera en el manejo de las cifras de ese distrito que le deban ventaja a Gerardo Medina Valdés (PAN). Moya se negó, y Jesús Reyes Heroles, dirigente nacional del PRI, no cedió a las presiones y se confirmaron las derrotas de los tres dirigentes nacionales de sindicatos importantes, la primera vez en muchos años.

Después el PAN entró en conflicto interno en 1975 y no postuló candidato a la Presidencia de la República. José López Portillo fue solo y eso fue la gota que derramó el vaso para pensar en una verdadera reforma política.

Esa se dio en 1977. Amplió la representación política, reconoció nuevos partidos (se aplicó en la elección intermedia de 1979), se eliminó el sistema de diputados de partido y se crearon 100 diputaciones plurinominales. Posteriormente la medida sería aplicada en Congresos locales y Ayuntamientos.

El país empezó a cambiar también con la crisis política de 1988 —que no era elección intermedia— cuando se reveló el agotamiento del mecanismo de la sucesión presidencial dentro del PRI y puso en crisis el manejo de las elecciones en manos del gobierno. En 1986 se había aumentado de 100 a 200 diputados de representación proporcional y en 1989 se funda el PRD agrupando a las izquierdas.

Con reformas de gran calado como la fundación del IFE —que le quitaba al gobierno el manejo de los procesos electorales— y la CNDH, junto con el programa de Solidaridad, la elección intermedia de 1991 significó la recuperación política de Carlos Salinas de Gortari y la victoria del PRI en 290 distritos. Al principio todo parecía ir bien, pero las cosas se le complicaron desde el primero de enero de 1994: Chiapas, asesinatos políticos, tensiones y al final la crisis económica.

La elección intermedia de 1997 significó la primera ocasión de un Ejecutivo federal sin mayoría en la Cámara de Diputados y sentó las bases para la victoria del PAN en la presidencial del 2000.

Las elecciones del 2003 le quitaron a Fox la mayoría legislativa, la de 2009 obligó a Calderón a negociar con los gobernadores del PRI, y las de 2015 advirtieron al presidente Peña Nieto lo que podía ocurrir un año después —2016—, cuando el PRI perdió el mayor número de gubernaturas por los escándalos de corrupción, la Casa Blanca y la crisis de gobernadores procesados.

La elección intermedia del 2021 no será la excepción y se presentará en un momento particularmente delicado y preocupante para la historia de México, por lo que se ha visto en el estilo de gobierno en estos casi tres años: Polarización, falta de rumbo y falta de resultados en el gobierno.

Desde un principio López Obrador quiso incluir para el 6 de junio la revocación de mandato y el juicio contra los ex presidentes, y no pudo. Movió todo para aparecer en las boletas sabiendo de su arrastre en la elección del 2018.

Para la decisión colectiva de la próxima elección el presidente López Obrador no tiene mucho que presumir para ponerlo a consideración de los electores a la mitad del camino.

Rinde un informe cada tres meses desde que asumió el cargo, más como una forma de hacer propaganda política que como un deber constitucional. Si a esos informes le sumamos las llamadas “mañaneras”, se nota que al presidente le ha urgido la propaganda y los instrumentos de ataque contra todo aquél que piense diferente.

Muy poco en educación, muy mal en economía, pésimo en seguridad pública y un mal manejo de la pandemia. Las instituciones de servicio educativo y de salud no han sido reformadas de fondo; el sindicalismo viciado y temeroso sigue sin encontrar la brújula; se han perdido empleos por la pandemia; la inversión privada ha brillado por su ausencia; van dos años seguidos sin crecimiento económico; los enfrentamientos con el sector privado han ido de mal en peor y no ha cedido la desconfianza; la polarización política se ha profundizado; y no ha existido diálogo ni con los gobernadores ni con los empresarios, y mucho menos con los partidos políticos, las autoridades municipales y las universidades.

Este no es un simple razonamiento político. Ahí están las cifras del número de muertos, de la caída económica, de la falta de inversión pública y privada, de la caída de los principales indicadores. ¡Hasta de los que miden la felicidad colectiva! ¡El colmo!

¿Estamos viendo un gobierno distinto o un estilo personal de gobernar no visto antes en México? Ambas cosas.

Dice Roger Bartra: “La pandemia del Covid-19, que seguramente cambió mucho la vida cotidiana, al mismo tiempo nos oculta lo que ocurre en el fondo, del ánimo ciudadano. Yo no pierdo totalmente la esperanza de que una parte importante de la ciudadanía se haya percatado de que tenemos un gobierno populista reaccionario y puritano que muestra fuertes inclinaciones autoritarias” (p.192).

Un populismo de derecha con una centralización del poder. Sus principales adversarios, sobre todo las clases medias ofendidas, las mujeres agraviadas, los jóvenes desencantados y los partidos que han actuado con sensatez, tendrán a la palabra el próximo 6 de junio.

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