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¡Eres una bestia!: Sergio Mayorga ¡Presenteeee!

“—Mayorga. ¿Enguerrando también es una bestia?

—¡Sí!

—¿Y por qué no sé lo dices?

—Porque es muy malo para formar, pero muy bueno para despedir…”

Por JJ Atondo

La sala de redacción de El Sonorense en 1980:

A la entrada, el escritorio de Silvia Urquidez. Un metro y medio adelante, a la derecha el cubículo de Pancho Hernández y mi compadre Nacho Blancarte. A la izquierda, la sala de redacción con Teresa Margarita Nieto, Alejandro López Rodríguez, Mario Olea, Alejandro Oláis, Luis Enrique Gallardo, Gustavo López, Jesús “Windy” Santeliz, Francisco Javier Ruiz Quirrín, María Cristina León de Aldrete, Rosy Oviedo, Jesús García de la Cruz, Gonzalo Blancarte, César Vallejo… y yo.

Refugio también de los excelentes fotográfos, los hermanos Rubén, Ernesto y Sergio Dávila, Francisco “Chico” Félix, Gordo Ortega y el jefe del laboratorio René Petterson. Así como de los correctores Cotita, Carlitos Macías, hoy excelente periodista en Guadalajara, entre otros.

Al salir de la redacción, hacia la parte sur, extremo derecho, la sala de captura con Don Jaime Díaz (Bola e jes); su hija Lety; Doña Yolanda, Memo.

Frente a esta sala, se ubicaba la de formación, que competía en desmother interno con la de redacción. Aquí, bajo el antiguo sistema “caliente” se formaba por decirlo así, físicamente el periódico, para entregárselo a los prensistas el Campeón y (¿?). Todo estos liderados por un hombre bajito, de unos lentes intensamente verdes, pero de una graduación mucho más intensa. Siempre creí que era costeño, no de la Costa de Hermosillo, sino de alguna ciudad como Acapulco, Cancún, Mazatlán y no porque su cara exudara turismo, sino porque el color de su rostro así lo hacía ver.

Me quito el sombrero: DON SERGIO MAYORGA.

En ese entonces, contaba yo en materia de años, con 24, número que unidas las salas no era un presagio, predestinación, emblema o signo cabalístico, sino más bien noche a noche se imponía como una obligación militar, por parte de la jerarquía, que enseguida de la Enguerrando Tapia Quijada, estaba la de Francisco “De todos los Ángeles” Hernández Torres.

Pancho, que usaba al igual que Mayorga, unos lentes que hoy serían la envidia de los Hombres de Negro, a eso de las once de la noche, se levantaba de su escritorio, en un movimiento que todos esperábamos ansiosamente. Se ponía en el umbral de la sala de redacción y con un gesto adusto levantaba su mano derecha tipo Hitler y con su mano izquierda alzaba sus lentes, frunciendo la ceja y al mismo tiempo exhalaba un estentóreo grito, que para nosotros, en esos momentos, era mucho más patriótico que el del Cura Hildalgo:

¡¡¡Mexicanooooooos!!!

Ése era el grito, la bati- roque señal que anunciaba dos cosas:

—Ya estaba cerrada la edición y, por otra parte, todos estábamos en la cívica y solidaria obligación de meter la mano a la bolsa y sentirnos parte de sus operaciones bursátiles.

—¡Pongo 10, pongo 5, pongo 8, pongo 3, pongo 15!

Y así era como un cierre de edición, era el inicio de una apertura etílica, que comenzaba siempre con un 24.

Esto pudiera parecer siempre divertido, pero lo empañaban los momentos previos al cierre, donde, como en una selva, están contra todos, especialmente contra el tiempo, porque la distribución foránea debía estar puntualmente en cada uno de los lugares, aunque para El Imparcial le valiera el “Más vale uno en mano, qué cientos volando”.

Y el caso es que todos en redacción sufriendo la presión de la artillería del enemigo, que en este caso era formación, liderados por un napoleónico jefe, que a cada momento entraba con un gesto más adusto que el de Pancho y le gritaba a tal o cual jefe de edición:

¡ERES UNA BESTIAAAAA!, porque obviamente un tipo, tamaño de foto o cuadratín había fallado y no concordaba. Nadie se salvaba. Todos sabíamos que éramos parte del mismo corral de bestias a las que encima busca “El Mayorga” domar.

No sé qué grado de escolaridad tenía él, y sí competía con la de un Pancho Hernández, Nacho Blancante, el Profe López Rodríguez, Quirrín, Windy, Tavo, Teresa Margarita, Mario Olea, lo que sí sé es que para Mayorga todos eran, éramos  ¡Unas bestias! y no recuerdo que alguno de nosotros hayamos podido tomar venganza devolviéndole el epíteto.

A lo más que yo aspiré y mejor dicho me tomé, con este grandioso ser humano, amo y dueño de la formación en caliente, fueron unas cervezas, partes del primer 24 que se hacía, luego del grito de Pancho, pero que ya venía con el VoBo de Mayorga, donde, especialmente con los morritos de ésa época: Tavo López, Quirrín, and yo, amistosa solidariamente venían los consejos de cómo evitar el descuadre en la formación.

Iba a decir que el sábado 21 de diciembre se había ido un gran hombre, pero no, la verdad es que no. Pudiera sonar como una de ésas tantas frases que nuestro cerebro guarda para ocasiones como ésta, pero no es así.

Cómo permitir que se vaya alguien que una vez le dijo al hoy Presidente y Director General, Ruiz Quirrín: “¿no has pensado en agarrar chamba de jatdoguero?”; a mí, “de tira bichi la harías a toda madre”.

Pero que al igual trataba a todos, pero siempre guardó un privilegiado respeto por Enguerrando Tapia Quijada, quien era nuestro Director General.

—Oye, pinchi viejo, Enguerrando ¿también es una bestia?

—¡¡¡Sí!!!

—¿Y por qué no se lo dices?

Sin despeinarse parte de los cinco cabellos que le quedaban en la parte central de su cabeza, dándole un sorbo al café y una chupada al cigarro, me respondió:

—Porque es muy malo para formar, pero muy bueno para despedir.

Pinchi viejo… En un Aniversario de “Primera Plana”, antes de entrarle a la cheve de barril, teniendo como testigos a Franco Becerra y a mi hijo Jaime Leonardo, te dije que te quería un chingo por todo lo que me enseñaste.

—Ya sé, se te nota en la mirada —me respondiste.

El caso es que no te diré que descanses en paz, porque conociéndote, vas a descansar como te dé, como bien decías tú, ¡tu chingada gana!

Lo que sí te diré es que para mí y para todos quienes tuvimos el gran honor y orgullo de trabajar a tu lado, reconocemos que somos unas bestias, que después de tus latigazos aprendimos a arar.

Un abrazo, inche viejo.

Dios se privilegia con tu presencia allá.

PD: Saludos a Enguerrando, a César Vallejo, a mi compadre Nacho y a su apa Gonzalo; al Padre Sarmiento, al Chico Féliz, a Don Jaime Díaz, a Yolandita, al Pancho Hernández, al Windy, mi primer jefe; al Cotita, al Chiquitín Dávila; a Don Memo, el repartidor; y a todos aquellos que seguimos añorando aquella dirección de Bulevar Encinas.

Y escuchando tu formadora reprimenda:

¡Eres una bestia!