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“Hay Arpaio para rato”

Han pasado los años y quizá no sean los de antes, pero el sheriff Joe Arpaio todavía conserva esos reflejos de víbora de cascabel desértica. En cosa de un instante, cuando se le pregunta si no ha llegado el momento para que la derecha respete por fin la fuerza de los hispanos en Estados Unidos y deseche su discurso antimigrante, pasa de lo ligero a la amenaza, como un resorte que se tensa de súbito.

Luego de deshacerse de un bolígrafo con ademán desdeñoso, golpea con el puño en su mesa. Es un movimiento ensayado que ha repetido antes y que usa siempre que quiere intimidar a su entrevistador. Cual actor consumado, se encuentra acostumbrado a imprimirle a la plática esos cambios de ritmo. “¡Claro que las redadas seguirán adelante!”, promete. “Y usted vaya y dígale a todos los mexicanos que ni se crean que este sheriff ha terminado”.

El autodenominado sheriff más duro de Estados Unidos no se separa del guion que se escribió a sí mismo hace 20 años. Salpica su discurso con frases que ya ha usado antes: “los migrantes han roto la ley”, “mi cárcel es ejemplar”, “si se han ido por mi culpa los mexicanos, qué bueno”, además de otras que acaba de inventar, como “si por mí fuera, el Ejército estaría ya en México”.

Pero aunque las palabras suenan igual de fuerte, el alguacil hoy está más viejo y, dirán sus críticos, en el principio del ocaso de su poder. Arpaio acaba de cumplir 80 años y por cortos momentos, la edad se le nota.

Hoy vive bajo un fuerte asedio judicial: enfrenta una andanada de demandas civiles y penales en cortes estatales y federales de Estados Unidos. Es una ofensiva de la que ha podido defenderse a duras penas y ante la que cada vez tiene menos espacio de maniobra.

Entre otros cargos, Washington le acusa de violaciones a las garantías civiles de indocumentados, en especial en su temida cárcel de Tent City, lo más cercano a un campo de concentración en el desierto. También acusa a sus policías de usar el “perfil racial” para definir a quién se detiene en la calle. Es decir, a los que parecen mexicanos.

Si las causas judiciales en su contra prosperan, podría perder el cargo. O terminar en la cárcel. Pero, al menos por ahora, su fuerza electoral sigue intacta. Luego de haber sido reelecto por sexta vez consecutiva por los votantes blancos de Maricopa, Arpaio se empeña en que el timón está firmemente en sus manos.

Le han dicho racista, discriminador, asesino… y aún así ganó. ¿Qué se siente?

Yo extiendo mi mano. La política es la política. Francamente esta fue la elección más disfrutable, porque fue un poco dura. No quiero presumir, ni decir “gané…”

Pero…

Pero muy en lo profundo, cuando me voy a casa, le hablo a mi esposa y le digo que me siento muy satisfecho por haber ganado, aun cuando el Departamento de Justicia de Obama me persiga por eso del perfil racial. Me río.

Tras haber obtenido 51 por ciento de los votos para la elección de sheriff del año pasado, Arpaio sostiene que no hay razón alguna para modificar su política hacia los migrantes sin papeles. Ni siquiera después de que los latinos llevaron a Barack Obama a la Casa Blanca en las elecciones de 2012. Menos aún porque hayan castigado duramente a los republicanos por leyes como la SB1070, de Arizona, o la HB56, de Alabama.

“En Arizona ganaron los republicanos”, dice, desafiante. “No me puedo detener en la aplicación de la ley por cálculos políticos. Si piensan que me voy a callar por prudencia, por la política, están mal. No me voy a detener. He hecho 59 redadas en distintos negocios. ¿Qué si me detendré? No. No estaría haciendo mi trabajo”.

Arizona es otra después de la SB1070. Parte del espacio reservado a indocumentados en su prisión de Tent City está vacía. ¿Ganó su guerra contra la migración?

No sé si ganamos. Pero creo que hemos tenido éxito. Bajamos de 18 por ciento de reos indocumentados a 13 por ciento. Evidentemente algo está funcionando. Todos me dicen que soy el malo y que se han ido por mí. Eso es bueno.

***

Arpaio está sentado en su oficina del último piso de la torre Wells Fargo de Phoenix, sede de la policía de Maricopa. Su despacho se encuentra convertido en un relicario dedicado a recordar su carrera policíaca. Están las fotos con George W. Bush y su placa de agente de la DEA, además de un palo de madera que llama su Big Stick. También tiene enmarcado un reconocimiento que le hizo la PGR en los setenta, cuando era encabezada por Pedro Ojeda Paullada.

Y es en esa parte, en la que la armadura de cinismo de Arpaio muestra ya algunas mellas. “Mi amigo Pedro Ojeda Paullada¨…”: una frase que evoca en distintos momentos, cuando se refiere a las cosas que hizo en México en los setenta. “Yo solía invitarlo a la casa a comer pastel de manzana y a tomar whisky…”

¿Sabe que murió hace unos días?

¿Quién? ¿Pedro? Pero ¿cómo?

De un infarto.

(Arpaio guarda silencio. Se le ve dolido. Pierde el hilo de la anécdota).

***

Pese a que es ya uno de los alguaciles más viejos de Estados Unidos, Arpaio insiste en que no piensa en el retiro. “Seguiré en el cargo”, adelanta. “Este mes comienzo a recopilar fondos para mi campaña de 2016. ¿Qué tiene que ver la edad con mi labor? Yo trabajo 14 horas al día”.

Como para insistir en que el tiempo no es factor, Arpaio asegura que ahora tiene proyectos internacionales. Quiere reunirse con el presidente de México.

Habla de que le gustaría conocer a Enrique Peña Nieto.

Yo pagaría mi boleto. Es más, me voy en clase turista. Quiero que vea quién soy y deje de ver lo que se dice en los medios. Quiero que me conozca en persona, como lo hice con (Luis) Echeverría.

¿Y para qué?

Yo le diría cómo le hacíamos antes para frenar al narco. Yo sé cómo detener el problema en la frontera. Tenemos que ser operativos en territorio mexicano. Tenemos el dinero. Trabajaremos con usted y vamos contra estos cárteles. Mandaremos la Border Patrol a trabajar en México. Y quizá hasta mandemos al Ejército. Hagamos las cosas como las hacíamos antes.

De su encuentro con Javier Sicilia, llevado a cabo en agosto pasado y en el que la impresión es que le dio la vuelta al poeta, no recuerda mucho. “Vino a tomarse la foto con el sheriff, lo cual es comprensible”, dice.

¿Se acuerda de lo que le planteó Sicilia?

No sé. Creo que algo sobre drogas. Era un buen tipo. No me cayó bien su traductora. Pero yo soy abierto. No me importa. Hasta me reuní con el reverendo Al Sharpton, cuando encabezó una marcha de 10 mil personas en mi contra. Me ayuda a conseguir más publicidad controvertida. Y por ende a obtener más apoyo de la gente. Cuando me atacan piensan que me han ganado, pero no. Tengo manifestantes frente a mi oficina a diario con letreros que dicen “Nazi” o “Mussolini”. Eso me ayuda.

***

Puede que Arpaio se encuentre ya de salida y que Washington logre derrocarlo judicialmente. O puede que siga hasta que el cuerpo aguante. Por lo pronto, tiene 4 años más ante sí. Un nuevo periodo en el que promete que seguirá con la mano dura, aunque queden menos mexicanos. Un periodo en el que mantendrá abierta Tent City como un icono en el desierto. “No tenemos que ser el Hilton”, dice, cuando se le pregunta por la dureza de sus condiciones.

Los críticos aseguran que Arpaio ha entrado en la etapa final de su vida. Que a sus 80 años el tiempo ya es un factor. Quizá. O quizá no. Como lo podrá atestiguar cualquier habitante de Arizona, en el desierto los ocasos pueden llegar a ser terriblemente largos.
MILENIO

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