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Incendio del Palacio de Gobierno

La torre de Palacio fue alcanzada por las llamas, dejando grandes pérdidas.

Un viernes como hoy, pero hace 73 años, ocurrió un fuerte incendio que devoró gran parte del edificio donde se encontraban los Poderes del Estado, según narra el cronista de la ciudad

Por Ignacio Lagarda Lagarda

La mañana del viernes 11 de junio de 1948, la apacible ciudad de Hermosillo amaneció calurosa y su población moviéndose presurosa hacia sus trabajos.

A 200 metros al oeste del Palacio de Gobierno, en la esquina de las calles Doctor Paliza y Galeana, había una antigua casona tipo inglés de dos pisos conocida como chalet Salcido, construido a principios del siglo XX por el ingeniero alamense Felipe Salido, propiedad la señora Tulita Salcido de Salcido que le tenía rentada al señor Fidencio Peñúñuri, quien la regenteaba como casa de huéspedes bajo el nombre de Apartamentos Centenario, abiertos el viernes 25 de enero de 1946, entre quienes se contaba el señor Antonio López, un fotógrafo que vivía en el segundo piso de la casa, donde también tenía su gabinete de trabajo.

Esa tarde ventosa de viernes, el fotógrafo López hacía sus trabajos de revelado en su apartamento, cuando, sin darse cuenta, la película se le encendió un poco y no pudo controlarla. Las llamas se propagaron y llegaron hasta el demás material fotográfico, bastante inflamable, dando inicio a un incendio que se generalizó por todo el cuarto de trabajo, y por más esfuerzos que hizo para sofocarlo, no lo logró, y el fuego cundió por todo inmueble. Eran las 17:00 horas.

El conocido y admirado chalet Salcido no tardó en convertirse en una gigantesca antorcha, y por más esfuerzos que hacían varios voluntarios lanzando cubetas de agua sobre las llamas, y otras personas lo hacían con mangueras, el incendio se incrementó y el viento empezó a lanzar por el aire pedazos de madera y cartón ardiendo que flotaban por el aire alcanzando a las propiedades aledañas.

Al darse cuenta los residentes de la colonia El Centenario y los vecinos de la plaza Zaragoza, rápidamente subieron a sus azoteas para apagar los tizones en llamas que llevaba el viento como mensajes de destrucción. Sin embargo, algunos vecinos sufrieron pequeños daños por el fuego, como quienes perdieron, incendiados, los catres de lona que usaban para dormir sobre los techos de sus casas.

No obstante, desde la plaza Zaragoza, un grupo de niños disfrutaba del espectáculo al ver las bolas de fuego que iban por las alturas sobre los frondosos árboles, sin darse cuenta de la preocupación de sus padres.

Así estaban las cosas esa tarde, el chalet Salcido estaba a punto de desaparecer totalmente devorado por las llamas, cuando alguien gritó:        

—¡Miren, la torre del Palacio se está incendiando!

Incrédula la multitud corrió a ver el nuevo incendio apostándose en el centro de la calle Doctor Paliza para mirar hacia el edificio de los poderes estatales. Eran los vecinos y los huéspedes de los Apartamentos Centenario, quienes habían perdido todas sus pertenencias y solamente habían salvado la ropa que llevaban puesta.

El fuego se inició en la torre del reloj, hecha de madera, y fue consumida con rapidez pasándose rápidamente las llamas al segundo piso, cundiendo a la mayor parte de las oficinas de la planta alta.

A pesar de los 200 metros de distancia que separan al chalet Salcido del palacio, el fuego se comunicó de un lugar a otro en los pequeños fragmentos de tizones de madera incendiada arrastrados por el viento, cayendo algunos en la torre del reloj sin que esto fuera advertido por nadie, dado que por las tardes no había labores en el palacio.

Como reguero de pólvora corrió por la ciudad la noticia de que el Palacio de Gobierno, estaba en llamas.

Personas de todas las clases sociales acudieron a la plaza Zaragoza con el estupor reflejado en sus rostros, a trabajar como voluntarios y tratar de salvar lo que se pudiese, pero como las brigadas de salvamento no estaban organizadas, cada voluntario hacía lo que creía conveniente, dando por resultado un verdadero caos, pues con tales procedimientos pocas cosas pudieron salvarse.

Justo es decir que hubo voluntarios que prestaron grandes servicios, pero también hubo otros que causaron destrozos y lejos de ayudar, perjudicaron. Como sucedió con los voluntarios que desde los balcones del Congreso y del Supremo Tribunal de Justicia lanzaban al vacío expedientes, sillas, escritorios y máquinas de escribir, las que al estrellarse en el pavimento se destrozaban y los expedientes se diseminaban.

Esa mañana, el gobernador sustituto del Estado, licenciado Horacio Sobarzo Díaz (1946-1948), había salido a la ciudad de Nogales y cuando se le avisó de lo que acontecía, esa misma tarde regresó en automóvil, llegando a Hermosillo a las once de la noche, presentándose sin pérdida de tiempo en el lugar del siniestro percatándose de la magnitud del desastre y dictando algunas medidas prudentes, no sin antes revelar su visible angustia, ya no como funcionario, sino como simple ciudadano.

Don Máximo Othón, hombre íntegro y enérgico, que desempeñaba el cargo de tesorero general del Estado, al ser informado del incendio acudió presuroso y en unos cuantos minutos logró poner orden en el caos. En primer lugar, no permitió que sacaran los muebles de la Tesorería; él sabía que el incendio sería dominado antes de que llegara a esas oficinas, que se ubicaban en la parte noroeste de la planta baja del edificio, como a la postre sucedió. Además, consiguió el auxilio de la IV Zona Militar, que envió a los soldados del 11° Batallón de Infantería, que participaron, tanto en sofocar el incendio, como para evitar un posible pillaje.

También se hicieron presentes el presidente municipal, Roberto E. Romero, y el señor Sánchez, jefe de la Policía Judicial del Estado, quienes con sus subalternos colaboraron eficazmente con el Ejército.

La participación del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Hermosillo, que había sido fundado apenas el 13 de agosto de 1946, los empleados de la Cervecería de Sonora y Seguros del Pacífico, el 11° Batallón de la IV Zona Militar, así como empleados del ayuntamiento, fue fundamental pero insuficiente ya que carecían de equipo, por lo que, a las 18:00 horas, el presidente municipal Roberto Romero, solicitó la ayuda de los bomberos de Nogales, Sonora, quienes salieron inmediatamente hacia Hermosillo mientras que sus colegas de Nogales, Arizona, se hicieron cargo en lo que respecta a incendios, de la ciudad homónima sonorense. Desgraciadamente al pasar por Benjamín Hill, la máquina que traían tuvo una avería y por causa de esta demora llegaron a Hermosillo a la 1:30 de la mañana del día 12, cuando el incendio ya había sido controlado, y solo ayudaron a apagar el poco fuego que quedaba hasta las 3:00 de la madrugada.

La potente “bombera” de Nogales venía al mando del señor Noriega, segundo comandante de la corporación, quien se hizo acompañar de 26 bomberos. Estos útiles elementos se regresaron a Nogales a las 6:00 de la mañana.

El chalet Salcido era de madera, por lo que el fuego lo destruyó todo en muy poco tiempo, salvándose realmente una ínfima parte. El arrendatario, señor Peñúñuri perdió todos sus bienes y sus huéspedes toda la ropa y otros materiales.

El palacio quedó destruido en sus dos terceras partes y solo la planta baja logró salvarse. La torre del reloj, y el segundo piso, fueron destruidos en su totalidad, pero no así los dobles muros exteriores, o sea las fachadas, las cuales de todas maneras se resintieron notablemente.

La esbelta torre del palacio fue cayendo lentamente envuelta en llamas, cuando se derrumbó completamente, el reloj Seth Thomas Clock marcaba las 6:35 de la tarde.

La mañana del día 12 fueron revisadas las oficinas incendiadas, encontrándose un verdadero desorden en todas. El segundo piso del palacio quedó inhabitable y el único teléfono que funcionaba era el de la Tesorería. Las dependencias oficiales se encontraban en una completa desorganización y, naturalmente, se suspendieron de labores en su totalidad.

Toda la mañana estuvieron los jefes y empleados de las dependencias localizando sus cosas. Algunos camiones hicieron viajes al corralón municipal y a la Junta Local de Caminos, ubicada frente al parque Madero, llevando muebles, máquinas y papeles quemados; otras cosas se llevaron al Palacio Municipal.

El día 12 de junio de 1948, el gobernador Horacio Sobarzo, publicó en el periódico El Imparcial, el siguiente cuadro de honor:

 “La ejemplar actitud, digna de mayor encomio, de los señores John Hale Hilton, Raúl Piña Villa, Fermín Zepeda, José Luis Rentería, Profesor Alfredo Eguiarte, Profesor Eduardo Reyes Díaz, Profesor Rodolfo Velásquez Grijalva, Rafael J. Rodríguez, Leonardo Jaquez, Roberto Hoeffer, Luis Hoeffer, Roberto Rodríguez Jr., Rusdibaldo Gil Samaniego, Héctor Loustaunau Ayón y Manuel Otero, que con tanto desinterés y espontaneidad prestaron valiosísimos servicios al Gobierno del Estado en las urgentes maniobras de salvamento del Palacio en el incendio ocurrido ayer en el propio edificio, obligan al suscrito a expresar públicamente su profundo agradecimiento a dichas personas: lamentando no mencionar los nombres de otros que con igual sentido de solidaridad contribuyeron con sus esfuerzos al mismo objetivo, siendo por tanto todos acreedores al reconocimiento del Ejecutivo a mi cargo por su noble y meritoria actitud”. 

Ese mismo día, el director del periódico El Imparcial, José S. Healy, hizo los siguientes comentarios su columna Deshilando

“La tragedia del reloj nos ha impuesto un dolor espiritual. Era nuestro amigo fiel que nos despertaba en el temprano amanecer con sus campanas alegres y sonoras. En la tragedia del histórico Palacio de Gobierno, estamos de luto los sonorenses. Hay muchas pérdidas materiales importantes, pero no podemos dejar de considerar como lo peor la destrucción de nuestro antiguo reloj. Fue nuestro amigo por largos años y sus campanas llenas de sonoridad nos despertaron muchas veces anunciando la alborada. Frente a este siniestro, cuando las llamas devoraban la torre central del edificio, alcanzamos a ver por última vez sus manecillas que indicaban las 6:35 PM; la torre esbelta fue cayendo a pedazos envuelta en florecientes fuegos. Las 6:35 del día 11 de junio de 1948 es la marca del final de nuestro amigo. Los siniestros, el primero en la propiedad de Don Saturnino Campoy, y el siguiente en Palacio, nos sugieren otra vez la idea de que las autoridades y en general todas las actividades económicas locales, apoyen al esfuerzo que se ha venido haciendo para que Hermosillo cuente con un equipo de contra incendios de verdad, no viejas máquinas.

No fue posible que el gobernador Sobarzo expresara su reconocimiento a tantos héroes anónimos que arriesgaron su salud y aun su vida, para evitar que el Palacio de Gobierno desapareciera totalmente. También sería imposible saber cuántos miles de hermosillenses, de sus 44 000 habitantes, se sintieron consternados por el siniestro. Sólo podemos decir que en el Cine Sonora estaba anunciada para la noche del 11 de junio, la actuación del mago e ilusionista Richardi Jr. Con su espectáculo «La Guillotina», y que a pesar de que al mediodía ya estaban vendidos todos los boletos, al empezar la función sólo se veían en la sala unas cuantas personas jóvenes, sucediendo lo mismo en los otros cinematógrafos”. 

Esa misma mañana del día 12, el gobernador Sobarzo se reunió con todos los jefes de las dependencias oficiales a quienes manifestó sus deseos de reanudar las labores lo más pronto posible en los locales que se darían a conocer al público. Por otra parte, se informó que el gobernador del Estado, la Secretaría General de Gobierno, el Departamento de Fomento y Obras Públicas y el Congreso, instalarían provisionalmente sus oficinas en el segundo piso del nuevo Palacio Municipal. La Tesorería General del Estado continuó donde mismo por no haber resultado averiado ese ángulo del palacio.

Algo que demostró el dinamismo del gobierno y el férreo espíritu de los sonorenses, fue que el lunes 14 de junio ya trabajaba en la planta alta del palacio una cuadrilla de cincuenta trabajadores demoliendo techos, arcos y todo lo que amenazaba con caerse, y sacando escombros; y que unos días después se hicieron cargo de la reconstrucción el ingeniero José López Moctezuma Cumming y el arquitecto Gustavo Aguilar Beltrán.

Los días 15 y 16 se hizo una evaluación de los daños, llegándose a la siguiente conclusión:

Congreso del Estado: Desaparecieron parte de los expedientes y la totalidad del mobiliario.

Secretaría General de Gobierno: Los expedientes en trámites se perdieron en su mayor parte y todo el mobiliario.

Supremo Tribunal de Justicia: Se perdieron en su totalidad los expedientes y el mobiliario.

El Club Rotario de Hermosillo organizó un Comité Pro-Reconstrucción del Palacio, cuyo propósito era recaudar fondos. La mesa directiva quedó constituida de la siguiente forma: presidente, ingeniero Ramón Corral; vicepresidente, Manuel Puebla; secretario, José S. Healy; tesorero, Roberto Rodríguez, y como vocales, Luis González Casero, José Luis Covarrubias y Donato Borboa.

En cuanto se supo que la hacienda pública del Estado no contaba de momento con los recursos necesarios para agilizar la reconstrucción del palacio, empezaron a llegar donativos de todas las ciudades, pueblos y comunidades del Estado, evidenciándose la solidaridad de los sonorenses, quienes lamentaban el incendio de su palacio. El Comité Pro-Reconstrucción alcanzó gran éxito en su cometido. Los arquitectos López Moctezuma y Aguilar pusieron en su labor todo el amor a su profesión y lograron hacer una obra de muy alta calidad.

El gobernador Sobarzo se instaló en la planta alta del Palacio Municipal, que había sido inaugurado el 20 de noviembre de 1947, mientras se reconstruía el Palacio de Gobierno, pero como algunas oficinas quedaron en buen estado, siguieron funcionando ahí y para eso se construyó rápidamente un puente entre los dos palacios para que fueran y vinieran tanto el gobernador como el resto de los funcionarios.

Al iniciar el período del gobernador Ignacio Soto Martínez (1949-1955) se instaló en las oficinas rehabilitadas del Ejecutivo, que fueron cambiadas a la parte sur del segundo piso del palacio.

*Cronista Municipal de Hermosillo

En agosto de 1946 se había formalizado el cuerpo de Bomberos voluntarios de Hermosillo”.