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La impredecible sucesión presidencial

Andrés Manuel López Obrador.

A pesar de las alternancias, los métodos de la sucesión presidencial no han cambiado y cada presidente ha tratado de impulsar a sus favoritos

Por Bulmaro Pacheco

Por primera vez en la época moderna el presidente de la República ejercerá el poder hasta el 30 de septiembre del 2024 (art. 83 CPEUM).

La tradición política mexicana indicaba que los movimientos de sucesión se iniciaban después del cuarto informe de gobierno.

De 1934 a la fecha ya han gobernado en México el PRI, el PAN y ahora Morena. La sucesión presidencial fue el desafío más escabroso que hubieron de enfrentar los presidentes a finales de sus períodos sexenales; muchas presiones, problemas de lealtades, dudas, equivocaciones y, al final, la lucha descarnada por el Poder.

Decía Octavio Paz: “Entre los grandes privilegios de nuestros presidentes, el más notable es la facultad de designar a su sucesor.  No es un privilegio democrático: Es una práctica santificada por la costumbre desde hace setenta años. En realidad es un rasgo monárquico del sistema mexicano. Ahora bien es un privilegio paradójico pues al ejercerlo, el presidente pierde el poder y lo entrega a su elegido”.

El presidente López Obrador ha manejado sus propias cartas desde el inicio de su gobierno. Presionó todo lo que pudo para que Ricardo Monreal no llegara a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. El cargo lo tenía reservado para una de sus favoritas: Claudia Sheinbaum, una de sus seguidoras más fieles y antigua compañera de lucha.

Incorporó al gabinete a su sucesor en el gobierno de la Ciudad de México: Marcelo Ebrard, como secretario de Relaciones Exteriores. Marcelo dejó el auto exilio en Francia y Estados Unidos y se incorporó temprano a la campaña del tabasqueño en 2018. López Obrador promovería después a Monreal como coordinador de los senadores de Morena (2018-2024).

A Mario Delgado, ex tesorero en el gobierno de Ebrard, lo hizo primero coordinador de los diputados de Morena y con muchas fricciones y desgastes contra Porfirio Muñoz Ledo lo promovió como dirigente nacional de Morena. Impulsó también a otra de sus cercanas, Tatiana Clouthier, de diputada federal a secretaria de Economía después de haber rechazado originalmente la Subsecretaría de Gobernación. Hasta ahora, los mencionados son las cartas a jugar por el Presidente para 2024.

Enrique Peña Nieto trató de resolver en forma tradicional su propia sucesión. Primero se pensó que pudiera ser Luis Videgaray su favorito. Después, y sin razones de fondo, quiso mandar la señal de una candidatura “ciudadana” con José Antonio Meade, que no venía del PRI sino de los gobiernos del PAN, y aquello resultó en una tragedia para el PRI mandándolo al tercer lugar de la competencia y con un voto priista más cercano a López Obrador que al favorito de Peña Nieto.

Felipe Calderón pensó en un principio en Juan Camilo Mouriño, al que promovió rápidamente en el escalafón del gobierno federal como secretario de Gobernación. Su muerte prematura en el accidente de aviación del 2008 lo dejó sin alternativa y sin su carta favorita. Promovería después a Ernesto Cordero a quien movió por varias secretarías de Estado para foguearlo, con miras a la sucesión. Calderón la perdió contra su propio partido al designar este a Josefina Vásquez Mota como candidata presidencial —que perdería ante Peña Nieto—.

A Vicente Fox no le salieron las cuentas cuando sacó a Felipe Calderón del gabinete presidencial (secretario de Energía) y pensó en su esposa Martha Sahagún como probable sucesora. El PAN se puso en alerta y se diseñó una contienda interna donde el ganador fue Felipe Calderón y el perdedor el candidato de Fox: Santiago Creel.

Desde 1997, cuando Fox anunció su intención de competir por la Presidencia de la República, mientras era gobernador de Guanajuato, fue puntero en la candidatura del PAN y no tuvo oposición interna. Por primera vez desde 1934 no llegó a la primera magistratura alguien del gabinete presidencial, Fox venía de un gobierno estatal.

En el PRI, la inclusión de los candados estatutarios de 1996 que obligaban a los aspirantes a la candidatura presidencial el haber desempeñado un cargo de elección popular dejó al presidente Ernesto Zedillo sin sus cartas favoritas (que muchos piensan eran Guillermo Ortiz y José Ángel Gurría). Al final se dio una contienda entre cuatro priistas que cumplían con los requisitos estatutarios: Labastida, Madrazo, Bartlett y Roque, y la interna la ganó Labastida y después perdería la elección del 2000.

Carlos Salinas de Gortari nunca tuvo dudas de que su sucesor estaba entre Manuel Camacho Solís y Luis Donaldo Colosio. “Por cualquiera de ellos que decida, va a herir”, le dijo Octavio Paz a Julio Scherer en una entrevista cercana a la fecha de la decisión. Y así fue.

Camacho no aceptó en principio la decisión a favor de Colosio y eso provocó un enrarecimiento pocas veces visto en la política.

La situación se complicó por las tensiones en Chiapas con el EZLN y las dudas sobre la candidatura de Colosio.

Tras el asesinato de Colosio se desató la crisis política y económica más grave de los últimos años en México.

Ante la sustitución de candidato, Salinas se decidió por Ernesto Zedillo para sucederlo, y ganó con amplitud las elecciones contra Diego Fernández del PAN y Cuauhtémoc Cárdenas del PRD, con una muy alta participación electoral superior al 75%.

Los procesos de sucesión anteriores a 1994 estuvieron marcados también por tensiones, que ya advertían desde 1970 que el método —y sus expresiones— para decidir la sucesión presidencial estaba en proceso prácticamente de agotamiento.

De la Madrid enfrentó la peor división y fractura en el PRI (1988) desde la crisis del henriquismo en 1952. Esa fractura provocó la fundación del PRD con ex militantes del PRI en 1989. Nuevos partidos como Convergencia, Verde Ecologista, Centro Democrático, PT y Nueva Alianza entre otros, surgirían después del mismo PRI.

A pesar de las alternancias, los métodos de la sucesión presidencial no han cambiado y cada presidente ha tratado de impulsar a sus favoritos.

La historia nos enseña que muy pocos presidentes han visto llegar a sus preferidos. La excepción quizá sea Adolfo Ruiz Cortines, que pudo impulsar sin problemas a su sucesor Adolfo López Mateos. Ni Cárdenas ni Alemán, ni Díaz Ordaz ni Salinas, menos Fox, Calderón y Peña Nieto, que fueron presidentes con Poder, pudieron lograr ubicar a sus favoritos.

De cara al 2024 se abre el enigma: ¿Qué tanto perjudicará a los favoritos de López Obrador el accidente en la Línea 12 del Metro?, ¿Cómo quedan las aspiraciones de Scheinbaum y Ebrard? ¿Cómo queda Monreal?

En la crisis de la línea 12 del metro, no le pueden echar la culpa a los neoliberales ni a los conservadores porque se trata del mismo grupo político que en los últimos 24 años se ha turnado y reciclado diputaciones, senadurías, alcaldías, y cargos tanto en el ahora Congreso como en el Gobierno de la Ciudad de México. Ellos; “los mismos de siempre” construyeron la tan cuestionada línea 12 del Metro y entre ellos —que se han opuesto a cualquier intento de investigación— están los responsables del accidente, y cargarán con la culpa y los costos políticos. Habrá que esperar y ver si la justicia también se aplicará a ellos. Lo dicho; La historia es y seguirá siendo una caja de sorpresas y para el 2024, la batalla ya empezó.

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