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López Obrador no sabe perder… pero tampoco ganar

El presidente considera que en el espacio de la democracia el único que juega es el que está en el poder y que los “otros” están equivocados

Por Juan J. Sánchez Meza

Creo que a todos nos queda claro que López Obrador siempre ha sido un mal perdedor; dicho de otro modo, no sabe perder.

A pesar de una larga cadena de derrotas que precedieron su triunfo en el año 2018, no hay registro de que en alguno de esos casos hubiera simplemente reconocido su derrota o que se hubiere limitado a guardar silencio y convocar a sus seguidores a redoblar el esfuerzo para una jornada posterior.

Ya sería mucho pedir si quisiéramos encontrar el caso en que hubiera reconocido el triunfo de su adversario o, peor aún, que lo hubiera felicitado, como usualmente lo hacen en democracia cientos de candidatos a todos los cargos de elección popular, en todo el mundo, incluso en México, particularmente a partir del perfeccionamiento y ciudadanización de los procesos y autoridades electorales en el año 1997 y su perfeccionamiento constante hasta nuestros días.

No ha habido, por boca del presidente de México, insulto, descalificación o amenaza, que no haya lanzado por igual a sus adversarios políticos y a las autoridades electorales, grupos empresariales, medios de comunicación o de cualquiera otra índole a los que les haya colgado toda suerte de epítetos responsabilizándolos de sus derrotas.

La ha cargado también no solo contra los integrantes de institucionaes, sino contra ellas mismas y ha celebrado en el centro histórico de la ciudad de México una faramalla de toma de protesta del cargo de presidente de la república y ha designado gabinete del poder ejecutivo (con minúsculas, por favor), causando un daño que quizá no alcancemos a percibir y que no estoy seguro que sólo alimente a sus seguidores, aunque esa es otra historia.

La novedad, ahora, es que López Obrador nos ha demostrado que no sólo no sabe perder, sino que tampoco sabe ganar, pues considera que quien ganó ha ganado también el derecho de humillar a sus contrincantes políticos; insultar, desde la posición de la victoria, a quienes piensan diferente; descalificar, incluso moralmente, a quien se atreven a expresar lo mal que van las cosas en el país, ya se trate de un periodista, un empresario o una organización de la sociedad civil.

O sea que López Obrador no quiere sumar o convencer con su actuación acertada e inteligente, a quienes no votaron por él. Lo que quiere es un pleito permanente con ellos, quien quiera que hayan sido quienes le negaron el voto.

López Obrador quiere que quienes piensan diferente, sean o no sus adversarios políticos, renuncien a sus razones y si no lo hacen que paguen las consecuencias de su error.

El presidente López Obrador considera que en el espacio de la democracia el único que juega es el que está en el poder y que los “otros” están equivocados; están fuera del espacio de la discusión pública y son, para decirlo en pocas palabras, los enemigos que hay que derrotar con toda la fuerza del Estado y de sus instituciones y si las instituciones no están hechas para eso, hay que cambiarlas y si no se puede cambiarlas hay que desaparecerlas.

López Obrador, como tampoco sabe ganar, piensa que el poder que ha ganado con el voto es para tomar revancha.

Reflexionemos en ello y respondamos ¿Quiénes juegan en la democracia? Respondamos con nuestro voto este 6 de junio que, en democracia, jugamos todos: el gobierno en el poder y la oposición política, así como todo aquel que piensa diferente al poder.

Lamentablemente para el presidente de México esto no tiene remedio: las artes de perder y ganar las aprende uno de niño… o no las aprende.