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Las crisis en el PRI: ¿una más?

La actual crisis puede ser una más, como las experimentadas antaño, pero también puede ser la más aguda y riesgosa

Por Bulmaro Pacheco

Ex gobernadores del PRI que se suman a cargos públicos de la llamada cuarta transformación y/o al gobierno de Morena; el triunfo de Morena en 22 estados desplazando al PRI y al PAN de sus principales bastiones (Hidalgo y Baja California, por ejemplo); divisiones internas del PRI en el Poder Legislativo federal, operadas directamente por el Gobierno; fracturas internas en el PRI y el PAN de los estados, operadas por los gobernadores de Morena; ataques despiadados contra el dirigente nacional del PRI, operados por el gobierno federal y la gobernadora de Campeche; protestas de ex gobernadores y ex dirigentes nacionales del PRI exigiendo la salida del dirigente nacional del PRI; golpeteo constante contra la alianza PAN-PRI-PRD en lo nacional y en lo local, con miras a desintegrarla, de cara a la elección del 2024; altos niveles de transfuguismo político en los partidos mediante ofertas del partido en el poder, para debilitar a los adversarios.

¿Qué más le falta al gobierno federal y su partido para tratar de pulverizar a la oposición —en algunos casos con pleno despiste y hasta cierta autocomplacencia—?

El PAN ya vivió varias crisis y lucha por reponerse, no sin ciertas disidencias internas entre sus miembros más notables. En 1975 no postuló candidato presidencial por desacuerdos entre sus propios liderazgos. Sus ex presidentes de la República: Vicente Fox y Felipe Calderón, se declararon fuera del PAN e incluso Calderón impulsó con sus seguidores panistas la creación de otro partido político. Ni Fox ni Calderón pudieron imponer a su propio candidato presidencial.

La esposa de Calderón, Margarita Zavala, buscó ser candidata independiente a la Presidencia en el 2018.

El PRD se desintegró con el paso de la mayoría de sus militantes a Morena y casi pierde el registro nacional en la elección del 2018. Ya lo ha perdido en 18 entidades federativas.

La crisis del PRI tiene sus orígenes desde el 2012 en adelante, cuando —después de 12 años de estar fuera— recuperó la Presidencia y desperdició lastimosamente la oportunidad que los electores le dieron, tanto para consolidarse como para seguir siendo un partido competitivo desde el poder. Peña Nieto se durmió en sus laureles.

Frivolidad, corrupción, pésimo manejo político, ligereza en el manejo de la administración pública, enfoques tecnocráticos y la despistada idea de postular a un no priísta como candidato presidencial en 2018 fueron los estilos de Enrique Peña Nieto, y acabaron con la posibilidad de que el PRI pudiera ser competitivo en esa elección y entonces cayera sensiblemente en sus niveles de votación en la mayoría de los estados.

No era 2018 el mismo contexto político que provocó la crisis de 1940, cuando una parte importante de los fundadores del PNR y las organizaciones obreras y campesinas apoyaron al PRUN del general Juan Andrew Almazán, que provocó la primera escisión de la llamada «familia revolucionaria».

Tampoco el de 1952 cuando Miguel Henríquez Guzmán —otro general— aglutinó en la llamada Federación de Partidos del Pueblo a una considerable cantidad de priistas que apoyaron su candidatura a la Presidencia contra Adolfo Ruiz Cortines.

Tampoco 1968 cuando se da el conflicto político que más influyó en los cambios ocurridos en el México post revolucionario y cuando ni el gobierno ni los partidos fueron capaces de encararlo con eficacia.

El PRI todavía se mantenía como partido hegemónico compartiendo solo algunas alcaldías diputaciones locales y federales con el resto de los partidos PAN, PARM y PPS. La crisis de 1976, cuando el candidato José López Portillo recorrió solo el país sin candidato opositor, ahondó la crisis política y la credibilidad en la democracia mexicana. Esto obligó al sistema a reformarse en 1979 para incorporar a nuevos partidos y abrir la participación a la representación proporcional.

Luego vendría la ruptura de 1987, con impactantes efectos en la elección de 1988, y la reagrupación de las izquierdas en el PRD en 1989.

A la a crisis del crimen de Colosio en 1994 siguió la derrota en la elección presidencial del 2000 y la advertencia recurrente de los críticos del PRI de que ahora sí, ya sin el poder y los recursos del Estado para operar, el PRI se encaminaba directamente a su extinción.

No se les cumplió y el PRI siguió dando batallas en gubernaturas y congresos. Se recuperó en 2012 y volvió a perder la Presidencia en 2018.

El PRI cambió de dirigente nacional en 2019, que ganó el gobernador de Campeche Alejandro Moreno, y provocó la ruptura con su contrincante Ivonne Ortega, que pasó a engrosar las filas de Movimiento Ciudadano. Los adversarios de Moreno lo acusan de haber perdido casi todas las elecciones de gobernadores en su período, incluyendo bastiones priistas donde nunca había habido alternancia: Hidalgo, Colima y Campeche. Moreno alega que incrementó el número de diputaciones federales y que las derrotas en estados las ocasionaron los gobernadores que se fueron.

Sin referentes de unidad política a nivel nacional (presidente de la República) y estatal (gobernadores), el PRI quedó suelto y a merced del conflicto entre grupos, en un contexto de una mayor competencia política y de mayores alternativas de participación en otros partidos.

La alianza del PRI con el PAN y el PRD ha sido agredida por el gobierno federal constantemente mediante ataques y agresiones directas a la dirigencia nacional del PRI y chambas políticas a ex gobernadores priistas -colaboradores con la 4T-. Así logró romper la unidad política de la alianza, que había dado una buena lección en abril al votar en contra de la reforma energética, a la hora de votar por la permanencia del ejército en las calles —en apoyo de la seguridad pública hasta el 2028—.

A partir de esa crisis las relaciones de la dirigencia nacional con el resto de los partidos aliados se tensó y entró a terapia intensiva.

Ahora el gobierno y Morena aprovechan la confusión y les lanza el proyecto de la reforma electoral. Buscan que el PRI apoye una reforma que a todas luces llevaría al debilitamiento de las principales instituciones electorales y a una reforma a modo para asegurar el predominio de Morena y la 4T en los próximos años. ¿Qué va a pasar?

Alejandro Moreno deberá probar que las acusaciones en su contra no tienen sustento y defenderse jurídicamente. Su credibilidad como dirigente ha sido afectada por los ataques y por la concesión hecha al gobierno al apoyar la reforma de seguridad pública (que ya se vio fue iniciativa del Ejecutivo federal). Deberá también desplegar una amplia estrategia de diálogo con sus adversarios internos y externos más allá de compensaciones en los cargos del Comité Nacional para encontrarle una salida a la crisis política que se vive hacia el interior del partido.

La actual crisis del PRI puede ser una más, como las experimentadas antaño, pero también puede ser la más aguda y riesgosa porque ya no cuenta con las estructuras de gobierno en la mayoría de los Estados. Se requerirá de mucha acción y de una verdadera operación política entre grupos y sectores para manejar con eficacia el 2023, año de definiciones y, además, año electoral que empezará dentro de 11 meses.