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México: los dilemas de la crisis

Por Bulmaro Pacheco

Sigue el debate sobre el rumbo de la nación en el contexto de la doble crisis —sanitaria y económica—, que por primera vez en la historia somete a México a circunstancias complicadas e inéditas.

Lo que debería conducir al país a un ambiente de serenidad y unidad —en lo esencial— entre los factores de poder para enfrentarlas, se mantiene como una tendencia que polariza el ambiente político y ha abierto el debate sobre la perspectiva tanto sanitaria como económica del año que transcurre y lo que viene para el 2021.

El ambiente político mexicano en lugar de mejorar y serenarse por la crisis, luce emponzoñado, tenso y confuso por el manejo generado por el Presidente por los frecuentes señalamientos permanentes y las descalificaciones contra quienes guardan posturas no necesariamente coincidentes con el gobierno. “Conservadores, zopilotes” y otros epítetos no han faltado de parte del Ejecutivo federal.

También abonan a ese clima las diferencias que han surgido en el seno del propio gobierno, en relación a la interpretación de las tendencias de la crisis económica y los resultados para finales del año 2020.

Dice el presidente López Obrador que “él no coincide” con los datos que aporta la Secretaría de Hacienda sobre el futuro del PIB al cierre del 2020. ¿No ha sido una información optimista, y por eso los desacuerdos?

La Secretaría de Hacienda dice en el documento “PRE-CRITERIOS 2021” que México no va a crecer en el 2020 y que las tendencias económicas indican la probabilidad de un -3.5% del PIB, lo que significará desempleo para muchos mexicanos, la falta de recursos para la inversión y la posibilidad de que algunas metas de la 4T no se cumplan.

¿Y por qué no cree el presidente en esas cifras?

Porque seguramente él tiene otros datos, como a cada rato lo argumenta. Pero tanto los organismos nacionales como los internacionales le dan la razón a la Secretaría de hacienda; HR Ratings, por ejemplo, dice que la economía mexicana tendrá una caída del 2.3% en 2020 principalmente por el impacto del Covid-19, que provocará una contracción de la demanda interna, y por “la caída en el precio del petróleo derivado de las tensiones geopolíticas que afectan la oferta y de una caída en la demanda mundial”. El Bank of América va más allá y predice una caída del -8% para México al cierre del año. Igual, el Banco de México en sus estimaciones menciona que la baja será mínimo un -2% y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) prevé una caída del 6%.

Todos coinciden en las proyecciones del bajón económico para México para éste año, menos el Presidente López Obrador.

¿Qué quiso decir el presidente con eso de que la crisis del covid19 “nos vino como anillo al dedo”?

Que a pesar de lo acontecido en naciones como España, Italia y Francia, todavía no ha dimensionado la verdadera gravedad de la pandemia y cree que con su sola voluntad podemos los mexicanos salir avante.

Más que racional, la visión del presidente sobre el problema se enmarca en su recurrente maniqueísmo ideologizado (que quiere creer que todo el bien está en un bando, y todo el mal en el otro) que le dificulta entender a fondo los riesgos de la pandemia para México. Por eso sus reiteradas giras o recomendaciones a que la gente saliera a la calle, o aquella  “conspiración de los conservadores”, para aquietarlo y crear un vacío de poder que sería aprovechado por otras fuerzas, etcétera.

La Secretaría de Hacienda lo contradice en los pre-criterios presentados al Congreso de la Unión.

Claro. Cuando la dependencia  sugiere: “Una contención a nivel mundial y en México más rápida que lo previsto del brote de Covid-19 y una recuperación más acelerada de la actividad económica, el turismo y las cadenas de valor a nivel mundial”. Y También cuando dentro del capítulo de los riesgos para México señala:

“Una mayor afectación a la anticipada en la economía mundial, derivada del brote del Covid-19; en particular existe el riesgo de una posible recesión global más profunda y prolongada a la esperada, con impactos negativos sobre el empleo y los ingresos en los hogares que origine cierre de empresas, interrupciones en la producción o pérdidas importantes”.

Y los empresarios, ¿cuál es su postura?

Los dirigentes de los organismos cúpula del sector privado acaban de reunirse con el presidente de la República para exponerle sus principales preocupaciones, sobre todo ahora que por la emergencia sanitaria decretada por el Consejo Nacional de Salubridad la mayoría de los negocios están cerrados y la economía mexicana se ha visto afectada por  la recesión de los Estados Unidos de América. Proponen posponer el pago de algunos impuestos a cambio de pagar el salario a los trabajadores durante el periodo referido en el decreto por la contingencia.

Hay una evidente y grave preocupación en el sector privado por lo inédito de la actual crisis y por la incertidumbre generada en el contexto nacional por las desacertadas decisiones del gobierno como la cancelación del aeropuerto de la CdMx y el cierre de la Cervecera en Mexicali.

¿Y ya hay acuerdos con ellos?

Hay hermetismo sobre lo tratado con el presidente y en ambos casos remiten las recomendaciones al documento político que va a leer el presidente como informe de gobierno la tarde del domingo 5 de abril. Al presidente López Obrador lo persiguen sus obsesiones sobre el fantasma del Fobaproa, al que ha utilizado siempre como recurso ideológico para el manejo de campañas políticas anteriores y—algo fuera de lugar —quizá esté pensando que se puede repetir esa crisis y por eso busca recursos de donde sea, incluyendo el nuevo frente que acaba de abrir con los sindicatos con la arrebatada captura de los fideicomisos.

¿Y con los sindicatos?

No hay diálogo. La relación con las organizaciones sindicales—sin excepción—, ha estado muy prejuiciada y en el vacío político.

¿Y la perspectiva inmediata?

México no cuenta con los suficientes recursos públicos para enfrentar una crisis económica prolongada que ponga en riesgo el empleo y el ingreso de la gente. Los recursos destinados a los programas sociales no alcanzan para contener una crisis de conflictividad social ni de deterioro económico como se advierte en el corto plazo.

Ni en las peores crisis como las de 1976 (primera devaluación), 1982 (insolvencia financiera y estatización de la banca privada), 1987 (crisis de la deuda), 1995 (el error de diciembre) y 2008 (crisis bancarias en EUA), se paralizó el aparato productivo ni se endureció lo político.

En todas las crisis anteriores siempre hubo un acuerdo político entre el gobierno, los sindicatos, los diversos sectores y los empresarios, para hacerle frente, algo que no se ve por ahora con tiempos de una excesiva concentración del poder, fallas administrativas, ataque a los partidos, incertidumbre jurídica y una desbocada inseguridad pública como nunca había ocurrido como lo muestran los meses más violentos de la historia.

Empiezan a manifestarse los liderazgos civiles y partidistas  que le piden al Presidente acciones inmediatas para enfrentar la crisis.

También algunos simpatizantes y miembros de su propio partido que le hacen recomendaciones sobre la necesidad de sumar, unir y conciliar para salir de la crisis. Así se señala también en el documento de los pre-criterios de la Secretaría de Hacienda cuando en la página 55 se señala que; para lograr un entorno más favorable para sortear la crisis, sugiere: “Una mayor predictibilidad de las políticas públicas y un clima más favorable a los negocios que fomente la inversión y las actividades productivas”. Más claro ni el agua.

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