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PRI exige voto por voto en Baja California

Rejuvenecido sin su tradicional bigote, desenfadado dentro de su camisa de rayas rojas en medio del agradable clima dominical en esta ciudad, Manlio Fabio Beltrones soltó en un pasillo del Grand Hotel una frase que, viniendo de él, considerado uno de los políticos más hábiles de México, no pudo haber sido casual. “En una de esas nos vamos al voto por voto, acta por acta”, dijo, divertido al reinterpretar el famoso estribillo de la izquierda en 2006, cuando Andrés Manuel López Obrador reclamó un recuento total -voto por voto, casilla por casilla- de la polémica elección de ese año.

La jornada electoral cruzaba el meridiano y Beltrones desplegaba su famoso ingenio. El líder de los diputados priístas acompañaba al presidente nacional del PRI César Camacho Quiroz, quien acabada de dar a la prensa el primer reporte de la elección de este domingo. Incidentes menores, confianza mayor, sería un resumen de lo dicho por Camacho Quiroz, mexiquense como el presidente de la República Enrique Peña Nieto. En los salones del lobby del Grand Hotel algunos priístas hablaban en voz baja de que en la elección de gobernador de Baja California iban arriba –de manera consistente, insistían- en los sondeos a pie de urna. “Oaxaca es un desastre, mucho desorden; Puebla está perdido”, reconocía otro operador tricolor.

Beltrones en cambio adelantaba, más de doce horas antes de que fuera un hecho, lo que su partido y su candidato al gobierno estatal, Fernando Castro Trenti, reclamarían en la madrugada del lunes, cuando en la capital mexicana estaba a punto de amanecer la semana política. Los priístas quieren que no se dé como ganador a su contrincante, demandan esperar el recuento total, que por ley comienza el miércoles. El “voto por voto, acta por acta” le ganó a otra frase del domingo, dicha por Camacho Quiroz, quien declaró la tarde del domingo que en los reportes de sus encuestas el triunfo en la gubernatura estaba fuera de dudas, lejos incluso del margen de error que cualquier sondeo supone. El final de la jornada no podía contrastar más con lo que se vio a lo largo del día en los respectivos cuarteles partidistas montados en esta ciudad, clave en el Estado gobernado por el PAN desde 1989.

Los panistas eligieron el hotel Camino Real para concentrarse. Medio despistado, minutos antes del mediodía llegó hasta esa sede Gustavo Madero, presidente nacional del Partido Acción Nacional. Con una camisa Brooks Brothers de color azul pálido, Madero parecía un cristiano más en un hotel sin mucho movimiento. Acompañado del líder nacional en el Senado, descalificado, Madero contaba en su lenguaje coloquial como “estos batos” -los priístas- le habían jugado una travesura. En su natal Chihuahua le aplicaron una vieja receta. Muy temprano llegó a votar a su casilla y la encontró cerrada, con una cadena y esta con un candado al que le rompieron la llave dentro. En la reja clausurada un letrero enviaba a la gente a votar a una dirección inexistente. La foto pronto circuló en Internet. El líder nacional blanquiazul fue víctima de una trapacería del siglo pasado, el chiste es aburrido de tan visto en la picaresca priísta de siempre. Después de no poder votar, Madero se subió a un avión y aterrizó en Tijuana, en un hotel que habría estado más animado en una convención de dentistas.

A tres kilómetros de ahí, las imponentes torres del Grand Hotel estaban rodeadas por un puñado de camiones y decenas de camionetas Suburban. No hacía falta ver el enorme retrato en el costado de una de las torres de 40 pisos de altura para saber que ahí estaban los priístas. Uno sabe que llega a territorio tricolor porque un ejército de hombres y mujeres se mueven sin parar –nunca se sabe bien qué hacen realmente pero siempre lucen muy ocupados— y reparten sonoros abrazos y gestuales presentaciones. “Mi líder”. “Licenciado”. “Don Carlos”. “Diputado”. “Gustazo en verte por aquí”. “¿Viste cómo te hice caso y ya estoy más activo en las redes sociales?”. “¿Cómo nos has visto?, dime la verdad”.

Dos garitas con elementos de seguridad, dos salones y una imponente sala de prensa con todo listo para enviar un solo mensaje: esto es el PRI, nadie debe olvidarlo, y siempre nos encargaremos de hacértelo sentir.

Al mediodía del domingo, un partido presumía la confianza, otro la anécdota de que su presidente no pudo votar. Todo mundo volvió a meterse al war room y los rumores comenzaron a inundar iPhones y blackberrys. “Que se está cerrando”. “Que han pedido que saquen a la gente a votar”. “Que el candidato mismo está movilizando a la gente”. “Que ya le dieron la vuelta”. “Que a esto le faltan tres largas horas”. “Ganamos”. “No, nosotros ganamos”.

El ritmo en un domingo electoral en México tiene su quiebre a las seis de la tarde. A esa hora comienzan a cerrar las casillas de votación. Pero en términos prácticos lo que ocurre a esa hora es que los partidos tienen licencia legal para los madruguetes, para salir a la prensa y declarar tendencias y hasta triunfos. En el primer minuto después de las seis de la tarde en el Grand Hotel se sintió el rumor de la bufalada. Ese tremor inconfundible que resuena al paso del candidato, provocado por centenas de personas arropándolo. Ritual inalterado en décadas, en los tiempos de Peña Nieto la bufalada es una ola de camisas rojas. En la sala de prensa se adivina la inminencia de la llegada del abanderado por el vibrar del suelo. “¡Viva Castro Trenti!”. Quien ha llenado la sala de prensa con un grito exacto, sin micrófono, es ni más ni menos que César Camacho, el presidente nacional del PRI. La bufalada sabe aplaudir. Sabe abrazar. No sabe dudar: nuestros números dicen que ganamos. El candidato quiere hablar. Camacho no lo deja. Se suelta el fervor religioso de la bufalada, tocar al candidato como refrendo de súplica: “no me vaya a olvidar, licenciado, aquí estoy, siempre con usted”. Los mariachis ponen a prueba los tímpanos y el buen gusto. Viva México, cabrones.

El anuncio priísta ha pasado en directo en la televisión. Madero salió a la misma hora a dar su rueda de prensa pero su anuncia ha tenido que pasar diferido. “Ganamos”, dice sin titubeo pero sin exaltarse este exalumno de los jesuitas. Lo acompaña el exsenador Santiago Creel, un político en busca de una segunda oportunidad en su carrera. El candidato Francisco “Kiko” Vega no está por ningún lado. Los panistas siempre con sus rarezas. Salvo por la sala de prensa, el Camino Real sigue siendo un hotel en un domingo cualquiera. “Ganamos”, insiste Madero, al tiempo que comienza el recuento oficial de los votos que en cuestión de horas dará una pista sobre quién dice la verdad.

César Camacho baja del templete, la bufalada ya está con el candidato así que él camina sin obstáculos. “¿Está firme su resultado?”, le pregunta El País. “Firme”, dice con un apretón de manos y una sonrisa inalterable. En la entrevista con Milenio TV a Camacho se le escapa una frase profética a su manera. “En la noche se sabrá quien ganó”. Cuando cae el sol en el Pacífico el recuento preliminar del órgano electoral le da la ventaja a los panistas. El estado mayor priísta se refugia en el piso 38 de la torre. Las sonrisas ya no están por ningún lado. El recuento preliminar les da menos de tres puntos de desventaja. Exigirán el voto por voto que en 2006 no se dio, incluso cuando en esa elección solo hubo 0,56% de diferencia entre el primero y el segundo lugares.

“Los mariachis callaron”, bromeó el exguerrillero Jesús Zambrano, líder nacional del partido de la Revolución Democrática y aliado del PAN en la postulación de “Kiko” Vega, que voló desde el Distrito Federal para celebrar su triunfo. El Camino Real por fin se agita, por fin parece el cuartel de un candidato ganador. Incluso el candidato festeja, poco, pero festeja.

Son las nueve de la noche. En los salones del Grand Hotel nunca un mariachi estuvo tan solo. En un auditorio para mil personas escuchan los guitarrazos y las trompetas apenas unas diez. Globos blancos y rojos se apiñan en las manos de quienes debían repartirlos para el festejo. La bufalada chupa. Vasos y botellas y caras largas. Una Tecate Light resbala y la botella se estrella en el suelo. Nadie se molesta en levantar los vidrios, ni en limpiar. Al fondo, la banda sinaloense se arranca: “Mi gusto es, y quién me lo quitará… Solamente Dios del cielo me lo quita, Mi gusto es… y aunque den de balazos, tope en eso, tope en eso, que al cabo mi gusto es….”.

EL PAÍS

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