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¿RIP al neoliberalismo?

El nuevo modelo vigente en México de 1983 en adelante, modernizó al país, pero no resolvió de fondo el problema de la desigualdad social. El actual gobierno acusa de todo al neoliberalismo

Por Bulmaro Pacheco M.

¿Tenían los revolucionarios mexicanos un modelo a seguir cuando se emprendían las luchas políticas, tanto en el siglo XIX como en el XX? No necesariamente. La lucha era contra la desigualdad, la explotación, la falta de rumbo de la nación y, en lo interno entre grupos, por el poder. 

La revolución de independencia fue por la libertad de México de España; la de la reforma por las libertades individuales y por el rediseño del modelo de Estado Mexicano. También las libertades esenciales, la separación de la Iglesia y el Estado.

La Revolución mexicana estalló contra la dictadura de Díaz, por la cerrazón política y contra los rezagos sociales bajo el lema: «Sufragio Efectivo No reelección». El asesinato de Madero le demostró a los revolucionarios que las resistencias al cambio iban más allá de la simple expresión de las ideas y que sumaban a otros factores de poder que habían quedado casi borrados del mapa político mexicano desde 1867. 

Por eso la Constitución de 1917, que entró al Congreso como un proyecto de reforma de la de 1857, fue más allá porque los diputados constituyentes progresistas le agregaron al documento los derechos sociales que, a su juicio, complementaban el ejercicio de las libertades individuales —ahora derechos humanos—; porque sin tal garantía esas libertades (los primeros 29 artículos de la CPEUM) hubieran sido letra muerta, como le pasó a la mayoría de las disposiciones constitucionales de 1857 en el largo período de dominio de la dictadura porfirista. 

El mérito de los presidentes de México del período post revolucionario, fue que nunca dudaron en rodearse de los mexicanos más eminentes (Gómez Morín, Ortiz Mena, Vasconcelos, Torres Bodet, Yáñez, Reyes Heroles, Leopoldo Solís, Solana, etc.), que le daban lustre a sus gobiernos y que, dada su brillantez y prestigio, aplicaban sus conocimientos para tratar de resolver los problemas nacionales sin que necesariamente tuvieran un enfoque ideológico. Simplemente se guiaban por los principios constitucionales que indicaba la vía del liberalismo juarista heredado del siglo XIX, con los contenidos sociales en materia de propiedad, educación, trabajo y otros, para combinar libertades con equidad y buscar el equilibrio siempre anhelado de la libertad con igualdad y la Justicia.

Ese fue el modelo que generaron tanto Obregón, como Calles y Cárdenas y el resto de los presidentes que en décadas lograron hacer avanzar a México en materia de salud, educación, urbanización, industrialización y desarrollo político.

Los gobiernos del México de las últimas décadas del siglo XX sentaron las bases para combatir y erradicar las enfermedades contagiosas, dieron un vuelco al combate del analfabetismo, impulsaron la industrialización y avanzaron en los niveles de acceso a los servicios indispensables, como el agua, la energía eléctrica, la vivienda y la urbanización. ¿Bajo qué modelo ideológico? Ninguno, solo con la ruta expresada en la Constitución. Nada más, y a nombre de la Revolución mexicana.

Se llegó a hablar del «Milagro mexicano» por los altos niveles de crecimiento de la economía (6%) y su estabilidad política.

El manejo de la política dio frutos y México, de 1930 en adelante, se mantuvo ajeno a la frecuentes epidemias de golpes de Estado, que caracterizaron a las naciones latinoamericanas inestables y en permanente conflicto por el poder entre 1930 (Argentina, Brasil) y 2009 (Venezuela, Honduras). 

México permaneció ajeno a los golpes de Estado (los últimos: el de Huerta en 1913 y contra Carranza en 1920) por la flexibilidad y las reformas de sus sistema político. ¿Con qué ideología? Ninguna definida, simplemente un acendrado pragmatismo político y equilibrios del poder ocasionados por las constantes diferencias entre grupos y partidos políticos (almazanismo, henriquismo, lombardismo, cardenismo, 1968, etc.) que hacían reflexionar y cambiar de rumbo a la autoridad constituida. ¿Con qué ideología? No necesariamente alguna. Todo se hacía principalmente a nombre de la Revolución mexicana y el progreso. Nada más.

El presidente Adolfo López Mateos alguna vez se definió como de «extrema izquierda dentro de la Constitución». ¿Qué quiso decir? ¿Quizá que la Revolución mexicana se había adelantado a la cubana, que se gestó en su sexenio? Pudiera ser; por aquellos años la gesta cubana tuvo un gran impacto entre las izquierdas latinoamericanas, y México no fue la excepción. El ex presidente José López Portillo, por su parte, aseveró que a él le tocó ser el último presidente de México de la Revolución mexicana. 

El modelo económico mexicano se desarrolló compartido con fortalecimiento del Estado de bienestar, hizo crisis a finales de los setenta del siglo pasado (endeudamiento y devaluaciones) y fue sustituido por otro, a partir de principios de los ochenta, por una nueva generación de funcionarios públicos influidos por nuevas corrientes del pensamiento económico mundial, representadas principalmente por los gobiernos de Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra. La crisis económica e ideológica se agravó con la caída y disolución de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, que provocaron fuertes impactos en Latinoamérica, y fortalecieron las tendencias dominantes del pensamiento económico aplicado en la región. Hubo hasta un teórico despistado que se atrevió a pronosticar «El fin de la Historia». 

El nuevo modelo vigente en México de 1983 en adelante, modernizó al país con el adelgazamiento del Estado bajo condiciones impuestas por organismos internacionales (por la deuda externa), la creación de instituciones, con reformas políticas y tratados comerciales, pero no resolvió de fondo el problema de la desigualdad social. Otras naciones lo han paliado y regulado pero no resuelto de fondo. 

Dice Sarah Babb: «Es imposible entender las reformas neoliberales de México y de otros países en vías de desarrollo sin tener en cuenta el contexto internacional. El comienzo de la década de los años ochenta representó el principio de un cambio político internacional que tuvo un efecto crítico en las opciones de política económica de México y de otros países en vías de desarrollo». Tiene razón.

Dice Lanchester: «Que es pues la economía neoliberal? Es el sistema que ha dominado en el mundo anglófono y en instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional durante aproximadamente la tercera parte de un siglo… en el fondo de esas política concretas hay posturas filosóficas que en el análisis final se relacionan con el papel y la importancia del Individuo… Uno de los dogmas del neoliberalismo es la idea de que los mercados pueden resolver cualquier problema que ellos mismos creen». 

En reciente declaraciones al instalar las consultas sobre el Plan Nacional de Desarrollo que al actual gobierno deberá presentar en el mes de mayo, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que a partir de esa fecha se anunciaba la «desaparición del neoliberalismo».

El actual gobierno acusa de todo al neoliberalismo. Lo mismo de los divorcios que de la pobreza, de los asuntos económicos, educativos, morales y políticos. El presidente de la República señala los últimos 6 sexenios como la etapa de aplicación de las políticas neoliberales que, según él, han provocado el atraso de México en todos los órdenes. 

Como un diagnóstico de fondo de la problemática nacional, le faltan algunas precisiones. Como postura política, se acomoda para repartir culpas. Como metodología de análisis, faltaría saber si en esa declaración se incluyen los criterios de política económica para el 2019 aprobados por el Congreso y aplicados por el nuevo gobierno con las mismas recetas económicas que se están criticando. Pero…

¿Puede una autoridad pública, decretar por sí misma que a partir de cierta fecha desaparece una manera de interpretar la realidad? ¿Una manera de pensar distinta a la que se enarbola desde el gobierno?

Desde luego que no. Podrá ofrecer la felicidad colectiva y tratar de cambiar el diagnóstico y los enfoques de los problemas así como las soluciones a los mismos, pero no puede de golpe y porrazo decretar tan fácilmente la desaparición de una manera de pensar, y menos sin cambiar la líneas estratégicas de su gobierno sin rediseñar de fondo tanto el programa económico como el modelo político. Ya lo dijo Bruce Ackerman: «No es tarea del Estado responder a las preguntas fundamentales de la vida, sino equipar a todos los individuos con las herramientas que necesitan para ser responsables de sus propias respuestas».

 

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