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Túnel de las Ideas | El infierno existe. No lo construyas.

Así como la mayor medida del amor es dar la vida por otro, la mayor medida de la violencia es quitar la vida. La ira ciega la razón. Mientras más ira hay dentro de mí, soy más capaz de infligir violencia

Por Guadalupe Rojo

Creo firmemente que tenemos un alma inmortal, lo creo porque si no fuera así, la lógica me dice que no sería necesario obrar el bien y evitar el mal. Si nuestra alma no fuera inmortal, no sería ilógico vivir bajo la ley de comamos y bebamos, y hagamos lo que nos haga felices sin importar ninguna regla moral. Ni siquiera las leyes civiles permiten vivir de esta forma.

Pero por ese camino, no se llega muy lejos, pues el mal es auto destructivo y da placeres momentáneos sí, pero después de ellos queda un vacío que no se puede llenar con nada material.

Pero si alguno de ustedes está pensando que no cree que exista el infierno porque no tiene fe, yo le rogaría que me prestara su atención unos momentos para analizar algunos elementos de los que está hecho el infierno.

El elemento fundamental del que está hecho el infierno es la falta total de amor, en este elemento florecen todo tipo de hiedras venenosas que torturan la vida del hombre de la forma más dolorosa.

Digamos que el desamor tiene sus pequeños hijos.

El mayor es el amor propio, o egoísmo, San Agustín tenía una regla para medir la felicidad “a mayor amor propio disminuye la felicidad, a mayor olvido de uno mismo aumenta la felicidad”. Las personas con un amor propio gigante, hacen o destruyen lo que sea necesario con tal de satisfacer sus caprichos y deseos personales.

Otro hijo del desamor es la envidia, que no soporta los bienes que otros han conseguido con su esfuerzo, sobre todo los bienes intelectuales o de prestigio profesional y personal, sienten tal malestar por ellos, que el cuerpo, se les pone pálido, como una reacción al bien y al honor de otro, de ahí proviene el ingenioso dicho popular que dice “se puso verde de la envidia”.

Hay otro hijo de la falta de amor que se llama lujuria.

Los lujuriosos buscan que otro les dé placer, pero sin entregarle nada a cambio y sin comprometerse para nada con ellos, lo grave de esta situación es que fuimos hechos para ser amados, no para ser usados, y la lujuria conlleva usar el cuerpo del otro, para luego desecharlo sin haber comprometido nada .

El Infierno también está compuesto de violencia, otra pequeña hija del desamor. Pues como solo me intereso yo mismo, no dudo en aplicar la violencia cuando no he conseguido lo que quiero, y así como la mayor medida del amor es dar la vida por otro, la mayor medida de la violencia es quitar la vida. La ira ciega la razón. Mientras más ira hay dentro de mí, soy más capaz de infligir violencia.

Estoy sintiendo escalofrío pensando en el infierno, y no es para menos, pues la avaricia hace que el infierno esté lleno de seres que ponen trampas para obtener ganancias injustas, arrancadas de horas forzadas de trabajo y no pagadas, de modernos esclavos, que no tienen tiempo más que para levantarse a trabajar y volver rendidos a sus casas para repetir toda su vida la misma rutina. En el infierno, no existe la solidaridad, la ayuda mutua, la justa distribución de la riqueza. Ahí solo existe la ganancia cada vez mayor arrancada con un látigo a los hombres que no han tenido la dicha de tener oportunidades en la vida.

Y aquí no paran los materiales de los que está hecho el infierno, pues en él hay también montañas de los más exquisitos manjares para que todos coman a placer, provocando sueño, malestar, enfermedades, haciendo que los hombres se vuelvan tan pesados que apenas si pueden moverse. Este mal, combinado con la lujuria y la avaricia, ha hecho caer grandes imperios en la historia del mundo. Hay que volverlo a decir, el mal es auto destructivo.

Queda más que claro que el infierno existe, nosotros mismos lo construimos. Cuando el amor sale de nuestro corazón, empiezan a florecer en el los siete componentes que les he mencionado, y el alma empieza a sumergirse en la condición más triste en la que se pueda encontrar.

Al morir, nuestra alma queda congelada en el estado en el que la dejamos en vida, y este será el definitivo para toda la eternidad.

No hay que construir nuestro infierno.

Busca incansablemente la verdad.