DestacadaGeneral

¿Cómo te acuerdas?, recordar es vivir

Por Martín F. Mendoza/

No sé, apreciado lector, si a usted le suceda lo que a un  servidor, cuando frecuentemente en conversaciones con amigos, conocidos o parientes, es cuestionado acerca de cómo es que recuerda determinadas personas, lugares, situaciones y detalles relacionados con estos, a veces tan antiguos como la época de la infancia. Si recordar es vivir, entonces el que esto escribe vive y revive demasiado cada día.

Tal vez sea algo genético o más bien algo aprendido, ya que mi papá (ya por arriba de la edad de 70 años), era capaz de recordar con detalle determinados eventos específicos ocurridos en su niñez, aunque otras cosas mucho más recientes ―pero mucho menos significativas en su vida― fueran olvidadas sin mucha ceremonia. Siempre llamó grandemente mi atención su marcada afición por la remembranza y para ser sincero hubo un tiempo en que no comprendía el fin de todo eso: ¿Cuál es el propósito de tantos nombres, fechas, lugares, fachadas, cronologías, si no nos producen algo concreto?, era mi cuestionamiento a la edad de los “brutos”, etiqueta que, según mi papá, invariablemente merecía de manera natural todo aquel individuo por debajo de los 25,  y “a veces hasta después de”.

Afortunadamente y ante la falta de otros talentos de vida, no tardé mucho en comprender que somos lo que vivimos, somos la suma de toda esa sucesión de momentos los cuales sin duda, tienen distintos grados de relevancia. La clave del asunto es que tal relevancia, tal significancia, no se enmarca en cánones preconcebidos, en marcos diseñados de antemano. Más bien, en el centro de mis recuerdos y por lo tanto de mi esencia como ser humano, se encuentran aquellos instantes que en su ocurrir no prometían tal cosa, pero que fueron con el paso de los años no sólo sobreviviendo en mi memoria, sino forjándose de una manera permanente, indeleble.

Es por ello que por ejemplo, digamos, el haber asistido a alguna boda de algún primo o amigo de la familia, evento altamente anticipado en nuestra adolescencia, es hoy apenas una nebulosa imagen la cual no nos brinda detalles de la ocasión. En cambio, esos cinco o diez minutos en los que bajo la lluvia mis padres bajan del carro y apresuradamente entran a un establecimiento comercial para con rapidez salir cargando un par de patinetas (aquellas tablas con ruedas que tuvieron una de sus épocas grandes a finales de los setentas), pueden ser recordados al grado de revivir temperatura ambiente, sonidos de la calle, el olor a tierra mojada y demás componentes de una escena que probablemente me acompañará desde la infancia hasta el último de mis días. Por supuesto, no todo lo que se nos queda “grabado” es agradable o positivo. En ocasiones el dolor o los temores que se nos presentaron por instantes y hasta en forma inesperada, se van con nosotros también hasta la tumba y luego los que nos rodean hablan de nuestro “miedo irracional”.

En esta época caracterizada por la comunicación instantánea y por la enorme disponibilidad de medios con que contamos para intercambiar palabras e imágenes ―generalmente asociadas al presente o al más inmediato de los pasados― el apelar a nuestra historia personal no es, paradójicamente, prioridad. Se privilegia el día de ayer, la semana pasada, si acaso unos meses hacia atrás cuando de “contar” nuestras vidas se trata. En el relato oral en corto no somos muy hábiles y hay ocasiones en que ni es bien visto ya que tiende a asociarse con aquellos que “viven en el pasado” y por ende relacionarse con no ser muy productivos que digamos en términos materiales. Dicho de otra forma, mucha gente no tiene tiempo para recordar, es más, no recuerda nada, ya que está muy ocupada en el futuro. El futuro, naturalmente implica trabajo, actividad, productividad, no hay tiempo para lo superfluo o para lo estéril.

El problema con eso es que la vida tiene muchas dimensiones, y que en independencia de los logros materiales, el espíritu necesita alimentarse y retroalimentarse. Parte de ese alimento esta en el ejercicio de la memoria individual, en el compartir con quien esté dispuesto a escuchar, semanas, días y hasta instantes de nuestro pasado que no representen ni grandes triunfos ni sonoras derrotas, sino solo vivencias que son especiales no siempre por la magnitud de los sucesos que proyectan sino por la intensidad con que estos se vivieron. La infancia es rica en la creación de ese tipo de imágenes. Así como rico es también quien ya viejo aun las conserva, aun las atesora.

Hay ocasiones en que se puede tocar con la mano la sorpresa y la actitud de “sin embargo” que asume un grupo de individuos cuando uno describe momentos de felicidad obtenidos en una película setentera, en una canción de los ochentas, en la descripción de un juego infantil en el jardín de niños o en el recuento de un evento deportivo ocurrido hace digamos 35 años. Sí, la gente está ocupada, tan ocupada que mucha se ha olvidado de vivir.

Y a propósito de recuerdos

No departí con él en el ejercicio de su profesión, pero lo conocí desde antes de que fuera tan popular. En la UNISON fue donde tuve el gusto de convivir con él, tocándome como alumno hace ya varios lustros. Ahí se mostraba formal pero al mismo tiempo jovial, extrovertido. En ocasiones le decía: “eres muy rollero, Alberto”. Alguna vez incluso le llegue a comentar, “deberías estar en los medios” y riendo me platicó que ya estaba enfilado hacia allá, que esa era su aspiración. Lo hizo, sin duda cumplió su cometido en este mundo, aunque los que nos quedamos aquí no podamos más que sentir que le cortaron las alas demasiado temprano. Descanse en Paz, Alberto Angulo Gerardo.

Comentarios a: [email protected]

Leave a Response