DE PRIMERA MANOPrincipales

De Primera Mano | La lluvia destapa la corrupción…

Por Francisco Javier Ruiz Quirrín

LAS COMPARACIONES son odiosas, pero en tratándose de políticas de gobierno, traerlas a la mesa nos dibuja ante el mundo y ante nosotros mismos.

En los Estados Unidos, ser un ciudadano de ese país es un estatus que conlleva las garantías y los derechos de que gozan a través de sus instituciones, que saben respetar las leyes por encima de los individuos que temporalmente detentan el poder público.

Es decir, por encima de los gobiernos que pueden cambiar de titulares cada cuatro años, con derecho a reelegirse, están las instituciones establecidas para que los ciudadanos sean respetados en sus derechos y libertades, por encima de ideologías y pensamientos, los que son manejados por grupos para su propio interés.

En México, valdría la pena preguntarse por los beneficios que tenemos al ser ciudadanos de este país.

Existen en la Ley garantías individuales y libertades plenamente establecidas en los primeros 29 artículos de nuestra Constitución Política, pero en los hechos, debemos todos librar una batalla para obtener beneficios en el ejercicio de nuestros derechos.

Dejemos a un lado identificaciones oficiales. En nuestro país no tenemos seguridad para obtener un empleo, ni tampoco tenemos derecho a una atención de la salud que sea de excelencia.

La educación, sí, es gratuita, pero está comprobado que la mejor educación está en el sector privado y no en las escuelas de gobierno. Pueden levantar un censo de altos funcionarios de la Secretaría de Educación Pública y constatar que sus hijos no cursan sus estudios en escuelas públicas.

En Salud, las instituciones y hospitales públicos son para quienes no tienen dinero y no existe garantía alguna del abasto del medicamento recetado ante una enfermedad, ni que el trato que reciben sea digno.

En seguridad el panorama es más desalentador. Los ciudadanos, todos, somos vulnerables ante la delincuencia. La obligación primordial del Estado de velar por la paz y la tranquilidad de los habitantes de este país, no se está cumpliendo.

Ahora vayamos a algo más simple:

Los pronósticos de fuertes lluvias se difunden por los expertos y los ciudadanos esperamos las inundaciones, los cortes de energía eléctrica, el “socavón” en una de las arterias principales, las calles convertidas en lagunas.

No hay nada nuevo en este tipo de fenómenos, pero nadie se ha preocupado por prevenir los grandes problemas que generan.

“Es que no hay dinero”, reza el discurso oficialista desde hace muchos años.

Sí hay, pero también ha existido la corrupción que queda a la vista de todos en la mancha urbana después de una fuerte lluvia.

Los materiales utilizados en la pavimentación y la falta de mantenimiento en canales, la disminución del grosor de la cinta asfáltica (porque habrá qué ahorrarse más dinero y buscar una mayor utilidad, más el pago del “moche”) traen como consecuencia los tristes “baches”, los “socavones” y el deterioro de la obra urbana.

Hasta en eso somos vulnerables.

La mentalidad que ha prevalecido a través de los años de quienes se han encargado de la obra pública, ha sido muy pequeña.

Lo que se requiere en esta tercera década del siglo XXI, son mentalidades que piensen en grande.

Deben ser visionarios que piensen no sólo en tapar el bache, sino en reconstruir todo el camino con el mejor de los materiales.

Sólo así progresarán nuestros pueblos y la gente vivirá un poco mejor.