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La realidad de los impuestos

Por Martín F. Mendoza/

El Estado como forma básica de organización social y política es  responsable de garantizar derechos básicos de los ciudadanos de una nación y necesita recursos para operar y cumplir, o de lo contrario, empezar a renunciar a sus obligaciones

La propuesta de reforma fiscal ―que efectivamente mejor debería ser llamada “miscelánea”― de Enrique Peña Nieto, ha en verdad “alborotado la bitachera” en México en relación al tema de los impuestos. A nadie le gusta pagarlos en ningún lugar del mundo. Por ejemplo, hoy mismo y particularmente a partir del inicio de la presidencia de Barack Obama en Estados Unidos, el debate acerca del tema se encuentra en niveles de intensidad pocas veces visto.

En independencia de quien se encuentre en Los Pinos, la realidad es que México se encuentra incapacitado para cumplir con sus compromisos sociales por falta de recursos públicos. Los enemigos acérrimos de los impuestos argumentan contra ellos basados en la enorme corrupción, así como en los dispendios sin fin del gobierno, los cuales por cierto en términos generales se dan con fines políticos o sea, para acceder a, o mantener el poder (tiempos electorales o compra de “acuerdos”  como el que acaba de suceder con la CNTE). También se lleva su parte de crítica la intrínseca incapacidad de los gobernantes para administrar eficientemente los recursos públicos. No puede faltar el correcto rozamiento relativo a que los impuestos tienden a desincentivar la actividad económica, por ende el crecimiento, y paradójicamente y por lo mismo, pueden incluso reducir las recaudaciones.

Todo lo anterior es cierto y ningún país ―y por lo mismo ningún ciudadano de cualquier país― del mundo debería darse el lujo de ignorar tales posturas. Más aún si quien las escucha es ―como el que esto escribe― creyente en el mercado y en la actividad económica privada como el único real generador de riqueza en una economía. Después de todo no se puede distribuir lo que no se ha producido, es así de sencillo.

Lo que parecemos olvidar por momentos es que todo es cuestión de equilibrios, de balance. También, que hasta hoy día el Estado como forma básica de organización social y política y por lo tanto como ente responsable de garantizar derechos básicos de los ciudadanos (al mismo tiempo que individuos y algunos contradictoriamente hasta les llamarían “semejantes” o “hermanos”) de una nación, no ha sido sustituido. Para bien o para mal. El Estado necesita recursos para operar y cumplir, o de lo contrario, empezar a renunciar a sus obligaciones (con las cuales no podemos por cierto, estar siempre todos de acuerdo). No nos hagamos tontos.

El que los mexicanos cada vez fuésemos un pueblo más informado como requisito clave para tener mejores gobiernos y gobernantes y por lo mismo capaz de hacer frente a todos los abusos y excesos de estos ―incluidos los relativos a la recaudación fiscal y al gasto público― es algo no sólo deseable sino urgente, pero de ahí a casi conceptualmente y por “default” oponernos a los impuestos o al aumento de estos, hay una gran distancia. Dicho de otra forma, vigilemos, denunciemos y luchemos contra la corrupción, sí. Opongámonos a aquellos niveles de impuestos que vayan contra el crecimiento económico (el cual es la única real solución al subdesarrollo), sí. Pero seamos adultos y no adolescentes en este debate.

Dicho de otra manera, “una cosa es una cosa y otra es otra”. Simplista sí, pero así de simple es este asunto.

No se trata de Peña Nieto o de cualquier otra fantasía acerca de “quien debería estar en el poder” (como si EPN no hubiera ganado la elección, pésenos a quien nos pese), se trata del gobierno de la República, del Estado mexicano y de sus obligaciones, para las cuales ciertamente ha sido bastante “malito” en términos históricos, pero en la ruina ni la esperanza queda.

Incluso analistas equilibrados caen en la histeria anti-impuestos. El otro día Sergio Sarmiento argumentaba que por lo visto EPN es marxista debido a su propuesta fiscal y a ciertas cosas relacionadas que había escrito en el pasado. Remataba el periodista diciendo burlonamente que todo ello podría incluso ser otro producto de la ignorancia del presidente, quien en verdad no se distingue por su lado intelectual, y por lo mismo que cabe la posibilidad de que no haya sido el siquiera el que hubiese escrito tales cosas.

Concordando con tal remate, no podemos decir lo mismo acerca de la tesis central del comentario. Incrementar impuestos en ciertas ocasiones para que el Estado pueda hacer frente a sus obligaciones no significa ser “marxista”. En términos de ortodoxia económica eso es un disparate para acabar pronto. Los mismos organismos financieros internacionales acusados tradicionalmente por las izquierdas de tratar de imponer las recetas “neoliberales” en todo el mundo, han hecho de la recaudación fiscal responsable uno de los pilares a empujar con las naciones en problemas. Argentina, Grecia y en la actualidad el mismo Estados Unidos, no son precisamente los mejores ejemplo a seguir. A menos que sea precisamente por eso,  que si bien por un lado el gobierno mexicano actual puede ser acusado de socialista por el hecho de tratar de cuadrar mejor sus números, por el otro, la izquierda mexicana ―o una de sus facciones más ruidosas al menos― ya alborota populistamente en contra de la idea, cuando en términos prácticos y hasta ideológicos tendría que apoyarla en general, si acaso tratando de mejorarla. ¿Quién entiende a los extremos?

No estamos hablando tampoco y por ejemplo de casos como el de Sonora, ya que las medidas desesperadas para cubrir boquetes inexplicables en el cortísimo plazo son otro boleto. De ahí que llame la atención el enorme cinismo de sus funcionarios públicos y sus jilgueros seudo-analistas económicos, al oponerse a la reforma federal después de la desvergüenza que sí fue el famoso COMUN.

Lo cierto es que mientras que el  gobierno federal dice que los incrementos a los impuestos en la “reforma” vienen totalmente etiquetados en su aplicación a nuevas prestaciones sociales, la realidad es que aún sin nuevos compromisos, el gobierno necesita más recursos para hacer frente a los actuales.

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