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JFK: 50 años de una enorme ausencia

Por Martín F. Mendoza/

Este viernes 22 de Noviembre se cumple exactamente medio siglo del asesinato de John F. Kennedy en Dallas, Texas. Hace cincuenta años, y en unos cuantos segundos, la nación estadounidense recordó de lo que era capaz, lo que podía hacerle a uno de los suyos, aun cuando este fuese lo más parecido que pueda haber a un hijo consentido. El país entero ―y el resto del mundo lo atestiguó― fue puesto en un espejo, de frente a una de las facetas más oscuras de su naturaleza, de su psique social, la cual no le es exclusiva ciertamente, pero sí una que por momentos acaba envolviéndolo, y no solo en términos de resolución de desacuerdos políticos. He ahí el problema mayor.

Con los disparos que recibió JFK ―igual que con los recibidos por su hermano Robert, cinco años después, cuando el mismo buscaba la presidencia― murió un estadista consumado, aunque muchos también afirman que un idealista. Eso ultimo habría que analizarlo un poco más, ya que lo que pareció caracterizarlo más bien fue su conocimiento del “arte de lo posible”, o sea aquello de lo que nos presumen tantos “politiquillos” en todo el mundo, pero a lo que en realidad, pocos, muy pocos, se acercan. JFK no fue un santo, para nada. Ni en lo personal, ni en su accionar político, pero sencillamente poseyó algo escaso, especialmente por estos días: sabía gobernar, sabía cómo sacar el mejor resultado posible ―o el menos malo― sin la mejor de las manos en su juego.

Lo más parecido que Estados Unidos ha tenido a un heredero real, JFK capitalizó precisamente en esa formación principesca para tratar de cumplir con lo que perecía la obsesión de su clan: influir en forma determinante en el paisaje político estadounidense en un tiempo que no podía haberse prestado más para ello, los años sesentas con sus convulsiones transformadoras. Una época acerca de la cual tal vez no sea exagerado afirmar, Estados Unidos se “actualizó” si es que no se “reinventó” hasta cierto punto. El acta de Derechos Civiles de 1964 la de Derecho al Voto de 1965, el Medicare y el Medicaid, que fueron los más simbólicos entre otros muchos avances progresistas de aquellos tiempos, sucedieron bajo la administración de Lyndon B. Johnson ―otro gigante de la política norteamericana― pero venían empujándose con fuerza y con habilidad por JFK con el eficiente y leal apoyo de su hermano Robert.

Tal vez el corto tiempo que JFK fue presidente ―poco menos de tres años― es lo que conlleva a algunos analistas e historiadores a afirmar que su martirio más que sus obras concretas es lo que ha llevado a que su legado sea sobreestimado. Pudiera ser, pero también pudiera ser todo lo contario, ya que no son pocos los hoy viejos que se preguntan que hubiese sucedido de tener JFK sus ocho años como presidente a los que normalmente pudiera haber aspirado.

7 Kennedy 2Los Kennedy ―JFK y RFK― han sido catalogados, especialmente por oficiosos de hoy día como precursores del liberalismo moderno, que en la connotación política estadounidense equivale, o al menos tiende, a la izquierda política. Eso es otro tema que amerita una revisada a fondo. Es al menos difícil hacer ese encuadre ya que hay que tomar como referente al partido Demócrata de principios de los sesentas, cuna de los Kennedy, más que al actual, aquel partido que teniendo en el bolsillo al “sur profundo”, lo perdió “por una generación” en palabras de Johnson, después de firmarse el acta de Derechos Civiles de 1964. Más bien JFK buscaba ajustar al país a las realidades y necesidades de su época sin ribetes ideológicos, si acaso su fiero anticomunismo como frente de su política exterior. El que las nuevas generaciones Kennedy, y de hecho su otro hermano destacado en el servicio público, el Senador Edward “Ted” Kennedy, fallecido en 2009, se hayan corrido tanto a la izquierda en el espectro político norteamericano es otro boleto, sea sincera evolución o conveniente acomodo.

La crisis de los misiles en Cuba en 1962, mostró de qué estaba hecho el joven presidente, cuando lidió no solo con el oso ruso, sino con algunos desbocados altos mandos de su propia milicia, así como con fuertes presiones de algunos “halcones” entre sus colaboradores civiles. En nuestra modesta opinión, esos 13 días de octubre de 1962, definen más que nada la inteligencia, la visión y sobre todo el carácter político de JFK.

Cuando se habla de los Kennedy, siempre estará presente la polémica acerca de la legitimidad de las dinastías políticas y de cómo estas planifican y preparan a sus más destacados miembros para su asunción al poder, como siempre lo procuró Joe Kennedy, el ambicioso padre de JFK. También de lo conveniente o no de tanta cercanía entre el gobierno y los grandes intereses económicos. Ahí está como caso de actualidad, el de Caroline Kennedy, hija de JFK, nombrada por Barack Obama hace meses embajadora de Estados Unidos en Japón, sin mayor mérito para tal encargo que el gran apoyo político recibido de su parte, ―y de su tío Ted― por el actual presidente cuando candidato. Por el contrario, si su padre fue “hecho” presidente, en todo caso fue muy “bien hecho”.

La ausencia de JFK a cincuenta años de su asesinato es enorme, y no solo se relaciona con la de su persona, sino también con la de sus proporciones como líder, porque esas medidas  hoy día escasean en todo el mundo, incluyendo por supuesto en Estados Unidos.

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