GeneralHéctor Rodriguez Espinoza

La justicia federal en Sonora

Lic. Manuel Bernardo Espinoza Barragán, Lic. César Tapia Quijada, Lic. Héctor Rodríguez Espinoza, Lic. Óscar Figueroa Félix, Juez Lic. Darío Maldonado Zambrano y Lic. Gilberto Gutiérrez Quiroz.

El Juez Darío Maldonado Zambrano (1925- …)

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.- Este próximo 19 cumpliría un año más el jurista oriundo del lejano Estado de Chiapas, pero con honda huella en Sonora, Don Darío Maldonado Zambrano.

– ¿Quién es?- me preguntan los jóvenes estudiantes de Derecho, profesores, abogados, Notarios Públicos y funcionarios judiciales de esta nueva generación sonorense que conozco desde mis estudios de Derecho 1961-1966 (por cierto, vinculados a inéditos Carteles inmobiliarios, a otras corruptelas y escándalos por el estilo), tan ayunos de referentes morales para su ejercicio técnico y ético, tanto en la judicatura local como en el foro del fuero común.

(Nos pasa lo mismo a los discípulos del Músico oriundo de Oaxaca pero de pedagogía trascendente en el Estado, Mayor Isauro Sánchez Pérez en la Banda de Música de los años 50s a 70s. Cuando el ex trombonista y Dr. en matemáticas Jorge Ontiveros Almada (+) le planteó a un rector contemporáneo realizar un homenaje póstumo, aquel le preguntó, con no poca carga racista y clasista: “¡¿Y quién fue ese viejito?!”. Increíble, ¿verdad?

II.- Ahora, también, cuando nos sorprendemos de que, en USA, un juez estatal de Texas haya obligado al presidente Joe Biden -y éste obedecido- a aplicar el criminal programa de Donald Trump de “Quédate en México”, por más que nos indignen sus consecuencias, debemos aceptar que así es allá su admirable Rule of law, su ejemplar Estado de Derecho.

III.- ¿Y qué tiene que ver este tema con el personaje de mi colaboración de hoy?- me preguntan mis cultos amigos de café, Juan Antonio Ruibal Corella y José Ángel Calderón Trujillo. Los invito a leerla y se explica por sí misma:

IV.- En el año de …, un grupo de sus amigos y discípulos del entonces Juzgado 1° de Distrito, le ofrecimos un merecido y sentido homenaje, acompañado de su esposa Catalina e hijos Amir Darío, Omar Darío, Swemi Catalina y Laura Catalina. Tuve el honor de pronunciar las palabras alusivas que con no poca nostalgia les comparto:

“Nos reúne esta noche un evento singular y significativo. No es un acto, ni una ceremonia, ni mucho menos un rito protocolario más. José Vasconcelos decía que cuando se abusa de los ritos, es que se carece de virtudes. Y si acaso algo está presente en el mero centro de esta efímera cohesión espiritual, es el reconocimiento a alguien que ha hecho de la estricta aplicación de la ley, su mejor virtud.

Hace unos días, el Lic. Manuel Bernardo Espinoza Barragán –a cuya feliz iniciativa debemos el estar aquí esta noche- me comentó que el día 3 de este mes se cumplieron ¡30 años! del arribo de nuestro homenajeado, a Nogales, a ocupar el puesto de Actuario en el Juzgado de Distrito. Se inicia, ahí y entonces, una carrera judicial que llega a tres décadas, con la impronta de más de una lección de rica humildad, humana rectitud, prudente energía y acendrado respeto por una investidura que habría que dignificar –como él lo hace desde entonces-, para encauzar los naturales conflictos sociales de su competencia, por el único camino civilizado que la humanidad ha ideado para su mínima armonía: el respeto al derecho ajeno, y el apego a “la buena ley”, como lo escribieron Juárez y Morelos.

Después de su estancia en ese rincón de la patria, prestó sus servicios en el Juzgado Primero de Distrito de Hermosillo, luego en Monterrey, donde fue ascendido a Juez de Distrito, puesto con el que fue trasladado nuevamente a Hermosillo, en 1968.

El Estado y el país vivían, entonces, momentos políticos difíciles pero interesantes, que obligaron al propio gobierno y a la sociedad civil a dialogar para recomponer viejas estructuras jurídicas y políticas, y abatir rezagos sociales, producto de una revolución ya casi sexagenaria.

Como parte de esa evolución, el Poder Judicial Federal creó Circuitos regionales, tocándole el Quinto a nuestra región, y fundándose Tribunales Colegiado y Unitario en nuestra ciudad. La judicatura federal ofrecía a nuestra entidad un mayor y mejor ámbito de acción para ciudadanos y postulantes. El foro de abogados pudo, desde ese año, ampliar su criterio y su campo de conocimientos y de acción, ante instancias de alto rango y prestigio, como lo constituyen, sin duda, el trámite del Juicio de Amparo, apreciable contribución del talento mexicano a la cultura jurídica universal, para la defensa de las garantías individuales, las libertades fundamentales y los Derechos Humanos.

La Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, que recién cumplía 15 años de fundada, aportó no pocos abogados que ocupamos cargos de actuarios y secretarios, al lado de los jueces y magistrados venidos de otras latitudes del país, que la Corte designaba.

Ya desde entonces, en el ámbito judicial de los fueros común y federal; en el foro de abogados del Estado; y en el crítico entorno académico de nuestra Escuela, se conocía y reconocía la presencia del Juez Primero de Distrito de Hermosillo. De su mente recta y de sus manos limpias.

Transcurrieron así, años en los que la comunidad interesada del Estado nos jactábamos, ante propios y extraños, de contar con un Juez Federal de esa excepcional talla humana.

En 1978, la Honorable Suprema Corte de Justicia de la Nación acordó su cambio para Toluca, Estado de México. Ejercía yo entonces periodismo cultural, y en las páginas del Diario vespertino Información que dirigía el notable y honesto periodista Abelardo Casanova Labrada, publiqué la siguiente cuartilla, que hoy viene al caso, si me lo permiten:

“La Ausencia de un Juez

En una nación organizada en un Estado de Derecho como es el nuestro, uno de los pilares básicos para su estabilidad social y jurídica, es la de contar con un eficiente, eficaz y honesto sistema de justicia en los Tribunales.

En una sociedad como la nuestra, la obtención y disfrute de una justicia pronta y equitativa, corresponde tanto a los abogados como, principalmente, a los jueces, a quienes se encomienda el sagrado deber de juzgar a sus semejantes.

En nuestro sistema social y político mexicano, infortunadamente, es excepcional contar con un juez que, al margen de los defectos inherentes a la condición humana, conjuga los atributos de vocación, experiencia, rapidez y honestidad. Un juez con tales atributos le significa una garantía al foro de abogados honestos, y una garantía a la sociedad misma.

El foro de abogados honestos de Sonora y la sociedad sonorense misma, han contado con la fortuna de un juzgador de esa estatura humana y social, primero como Juez de Distrito y después como  Magistrado de Circuito, en el ámbito federal.

En una incongruente decisión administrativa de la Honorable Suprema Corte de Justicia de la Nación, se cambia de su adscripción a ese intachable Juez, a quien me refiero.

Comparto con el foro de abogados honestos del Estado, y con la sociedad misma – aunque ésta no esté consciente de ello -, el lamento por la pérdida, esperamos que reparable y temporal, de uno de sus más sólidos pilares de ética judicial”.

Luego la Corte lo adscribía (¿castigaba?) a los Distritos de Tepic, Zacatecas, Monterrey, Mazatlán y Mexicali. También en esas importantes plazas marca su estilo personal de juzgar.

En 1980 la Corte repara aquel daño institucional, lo reintegra al seno de sus nuevas raíces familiares y profesionales. Lo reincorpora al lado de nosotros y de su esposa Catalina, sonorense de bondad y sencillez, propia de nuestras mujeres; al lado de sus hijos Amir Darío, Suemi Catalina, Omar Darío y Laura Catalina, todos ellos ahora aplicados profesionistas. Su pequeño gran mundo familiar y su legítimo orgullo de compañero y progenitor.

Aun cuando no ha ejercido la docencia en el aula escolar, sí ha desempeñado una ejemplar pedagogía a través de sus pacientes enseñanzas a quienes nos consideramos, hoy y siempre, sus discípulos; de sus oportunos y valientes Fallos en no pocos casos de su competencia y responsabilidad histórica; y, sobre todo, de su debida distancia con otras autoridades, cuyos actos ha sido menester juzgar.

No alcanza el breve tiempo y espacio de estas notas, para abarcar las cualidades, retos, vicisitudes, experiencias, dificultades, incomprensiones, envidias, intrigas, presiones y traiciones por las que suelen pasar quienes, como él, desde la judicatura, sostienen su lucha cotidiana por la impartición de la justicia sin más armas –pero sin menos que ellas- que el texto y espíritu de las leyes y el Derecho.

Sonora, desde la génesis jesuita de su identidad cultural, ha sido fecundada por mujeres y varones de otras partes del mundo y del País, dotados de códigos genéticos de excepción. Así ha sido en la religión, en las bellas artes, en la educación, en la ciencia y tecnología. A la selecta nómina de esos seres humanos que dejan huella imperecedera, deberá agregarse el de quien, en la aplicación de la ley y en la administración de justicia, desde el majestuoso sitial de juez durante 30 años que valoramos esta noche, concita tanta admiración, respeto y gratitud: el Juez y Magistrado DARÍO MALDONADO ZAMBRANO.

*Palabras expresadas en el homenaje mencionado. Tomadas de www.hectorrodriguezespinoza.com.

(Continúa)