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Los aprendizajes que nos deja el Covid-19

Por José Rentería. T.

Miedos en unos por perder la salud y/o la vida, temores en otros por perder la ganancia económica de sus empresas, los primeros pugnando con el “quédate en casa”, los segundos, el aislamiento es dañino para la economía, en aquellos, lo primero es la salud corporal, en los otros, si no tienes dinero para comer cómo vas a tener salud en tu cuerpo.

Lo anterior bien podría ser la crónica de hace 2400 años cuando la antigua Grecia sufrió una pandemia, tal vez, salida de África central, bajó por el Nilo, asoló a Egipto y navegando por el Mediterráneo Oriental ancló en el Pireo, cuando los atenienses venían estando inconformes entre sí, por las “malas” políticas económicas de su polis. En esto se agregó la guerra del Peloponeso cuando los espartanos tenían sitiada la ciudad de Atenas; el hambre y el hacinamiento fueron suelo fértil para la mortandad que ocasionó aquella peste “hemorrágica”. El gran Siglo de Pericles terminaba.

Cierto día, cuando Marco mi hermano y yo íbamos a pie desde la Cinco de Mayo a la escuela secundaria, para ahorrar tiempo brincábamos por las derruidas bardas del viejo y en desuso panteón de la Matamoros —en donde ahora se encuentran, la CFE, la Estación de Bomberos y la Policía Municipal Centro—, fue entonces, cuando una persona nos advirtió del peligro de pasar entre las tumbas del lugar, porque “ahí estaban enterrados los muertos de una epidemia que habían traído los chinos”. Pobres chinos, tal vez, por el color de su piel, el vulgo les atribuyó las defunciones, de aquellos que afiebrados presentaban defecaciones obscuras, sangrados por diferentes partes del cuerpo y su piel estaba amarilla —ictérica— por sus hígados destrozados. Hoy sabemos, que aquello fue una pandemia que diezmó a poblaciones mal nutridas y con higiene precaria en África, cruzó el Atlántico, llegó a Brasil, enseguida, por las costas subió hasta el Golfo de México; por el lado del Pacífico, de puerto en puerto se vino desde Chile hasta desembarcar en Guaymas. De ahí, en carruajes, personas, virus y mosquitos la trajeron a Hermosillo en el año 1885.

Qué poco hemos aprendido de estas pestes. Hoy nos informan que el coronavirus-19 llegó para quedarse. Obvio. Las enfermedades virales, nos han acompañado a lo largo de la historia, y se vienen quedando entre nosotros a través de una mecánica de transmisión que se remonta a los comienzos mismos de la vida sobre la tierra, cuando por allá, aquellos esbozos de vida —los virus— parasitaron a las bacterias para poder reproducirse y mutando infectaron a plantas y a animales: invadieron a gusanos… a peces y serpientes, a aves y mamíferos… Por su estructura unos se anidan en la garganta, otros en el intestino, en el cerebro, en los ganglios linfáticos, en el corazón, en la piel, en los genitales, en… donde se multiplican, enseguida, el animal infectado traspasa el virus a sus vecinos, en esta cadena, unos animales sobrevivían a la invasión, otros no —hoy sabemos que esto depende de la capacidad, robusta o débil, de sus sistemas de defensa inmunológica—; cierto “día”, los homínidos por mutación dejaron de serlo y en un ensayo y error —en miles de años— los humanos, en su constante desarrollo le fueron poniendo nombres y tratamientos a sus dolencias.

Permítame afirmar de nuevo: El Covid-19 no mata a los viejos por ser viejos. La vejez no es una enfermedad. Lo que sucede es que la mayoría de las personas mientras vamos hacia los 65 años de edad, hemos aprendido hábitos de la “normalidad” de unas costumbres, como el consumo excesivo refrescos rellenos de azúcar, acompañados de comidas grasientas que promueven epidemias de origen social, como: la Obesidad, con su compañera inseparable: La Diabetes Mellitus, la cual acelera el envejecimiento multiorgánico —cerebro, ojos, corazón, riñones, piernas, piel…—, y por aquí está el: Tabaquismo de los sedentarios en un estrés permanente consumiendo comidas rápidas cargadas de salados conservadores + café + bebidas energizantes, que mantienen a sus organismos en una permanente: Hipertensión Arterial ¿idiopática?. Lo dudo. En la misma “normalidad”, en un rincón se encuentran los “sin futuro” olvidándose de ellos mismos en su estado: Depresivo. Ahora releamos de nuevo este párrafo y tal vez encontraremos la causalidad funcional de las principales enfermedades crónicas degenerativas y primeras causas de muerte salidas en la “normalidad” de nuestras conductas personales.

Nuestros estilos de vida, todos, inciden —para bien o para mal— en la sutileza de nuestra biología —genotipo—, obvio: nuestros sistemas vegetativos de defensa se abaten. Pensemos también, en los diversos cánceres… y, en la reina madre de todas las pandemias: los narco adictos… los fármaco dependientes.

Ante esta situación, el vigoroso, brincolín nos tiene metidos en un padecimiento planetario. Aquí cabría la pregunta: ¿el SARS-CoV-2 será tan letal como dicen que es, o, los letales, serán nuestros estilos de vida los cuales abaten los formidables subsistemas biológicos que poseemos?

Ante esto, qué aprendizaje nos da esta pandemia. Como individuo, me deja sabiendo el deterioro en el que se encuentran mis sistemas de defensa personales. No solo biológicas. En lo social, tú y yo, somos reflejo de la sociedad en la que vivimos, en ella, tanto el miserable, como el poderoso caballero de poco le sirve el dinero ante el arrinconamiento en que nos tiene este ¿poderoso? bicho. Los sistemas de seguridad social, también, están dañados y dañantes. Esto nos insta, a empezar a cuidar nuestros cuerpos con hábitos que nos conduzcan hacia el bienestar, emocional, físico-biológico, social y ecológico, que nos ayuden a construir sistemas de defensas, personales y sociales, con el poder para saber —en este caso— coexistir con esos pedacitos de materia viva que nos acompañarán —¿quién acompaña a quién?— mientras exista vida sobre la tierra.

Además, teniendo salud, contaríamos con el poder mínimo —o tal vez, máximo— para con la libertad, abrazar, besar… a nuestros seres queridos y si es el caso, llorar de cerca a nuestros muertos.

De no ser así, seguiremos haciendo compras de pánico de respiradores…

Qué camino seguir. Ayúdeme a pensar.

 

*Mtro. José Rentería Torres es Rector de la Universidad Kino.