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Navojoa, Comala y un Musiquito de Talón

Por Iván Ballesteros Rojo/

El escritor Alfonso López Corral, platica de su más reciente logro, un libro de cuentos titulado “Musiquito de talón”, que fue ganador este año con el Premio Nacional de Cuento Joven, Comala

Hace poco más de una década que conozco a Alfonso López Corral (Navojoa, 1979). Fue en los tiempos cuando los dos éramos estudiantes; él de psicología y yo de literatura. Recuerdo que Alfonso salía más temprano que yo e iba por mí a la escuela de Letras de la Unison rumbo al seven (cantina local). Él ponía toda la cerveza y yo toda la disponibilidad. En aquel entonces nos creíamos poetas, lo que no significa que escribíamos poemas, sino que éramos unos chavales desalineados con todo el tiempo del mundo y con una melancolía extraña, una melancolía que parecía una calcomanía pegada en nuestras frentes. Por aquel entonces Alfonso tenía problemas de ansiedad y yo problemas sentimentales, que para el caso era lo mismo. Nos veíamos y de las únicas cosas que hacían que dejáramos de lado el vicio de la autoconmiseración o del coraje sin sentido contra la existencia, era hablar sobre libros. Otra era reírnos. Reírnos mucho.

Alfonso siempre ha sido un lector voraz, pero por aquellos días también era un bebedor voraz, igual que yo, por lo que las charlas se extendías por horas. Una de esas charlas tuvo lugar en su natal Navojoa, en una visita que le hice por allá del 2005. Fue debajo de un álamo y escuchando el sonido del agua que salía de un tubo PVC. En uno de los lugares favoritos de Alfonso. Hemos vuelto a este lugar, algo distinto (menos rural), pero con la misma esencia. Alfonso bebe cerveza sin alcohol y yo unas bien heladas. Escuchamos el sonido del agua que sale del mismo tubo y se pierde entre las rocas y el fango. Escuchamos el sonido del viento cuando se cuela entre las hojas del mismo álamo. Es aquí que le propongo una entrevista con motivo de su más reciente logro, un libro de cuentos titulado “Musiquito de talón”, que fue ganador este año con el Premio Nacional de Cuento Joven, Comala.

Muchas veces hemos hablado sobre tirar la toalla en esto de la escritura. ¿Por qué crees que no hemos podido? ¿Por qué seguimos aferrados?

Si soy sincero, debo de confesar que no lo sé. Así como no sé por qué comencé a escribir (salvo aceptar que ese fue mi llamado, mi vocación, tras una serie de circunstancias particularmente felices; felices porque implican el descubrimiento de los libros), tampoco sé por qué no puedo dejar de hacerlo. Todas esas veces que hemos querido tirar la toalla han quedado como simple blofeo, amagos del niño que todavía no vislumbra el significado de levantarle la mano a los padres.

¿Cómo se fue fraguando «Musiquito de talón»?

En un primer momento quise que “Musiquito del talón” fuera un homenaje a mi barrio, al barrio donde crecí, y su gente. También quería que se viera reflejado mi gusto por el corrido. Lo demás fue una amalgama entre cuentos leídos y admirados (el lector no batallará para notar las deudas de esas historias) y el exceso de realidad que tuve (por mi adicción a la lectura de los periódicos) a causa del desastre que ha sido este país a raíz de la llamada guerra contra el narco. Una palabra que enseguida se hizo frase fue la que detonó el libro: “Camposanto. Este país se convirtió en un camposanto. Este país se llenó de muertos“.

En este libro cuentas historias que tenías atoradas hace mucho tiempo. ¿Qué ayudó a que salieran definitivamente?

Me ayudó tener un compromiso oficial para terminarlo, para entregar un libro en un plazo fijado por alguien más. Es decir, tuve que obligarme a escribir todos los días; tuve que probar con la disciplina. Si una historia de las que tenía proyectadas se atoraba, me iba con la siguiente para no detenerme; después volvía a intentar la historia negada, y así… Como se me acabaron los pretextos (que el trabajo para poder comer, que el tiempo, que la familia, que…) no me quedó de otra más que sentarme a escribir “Musiquito del talón”. Es cierto que tampoco quería que esas historias me abandonaran, así que me tuve que apurar. Si las hubiera dejado para mañana, como tantas veces, ahora no tuviera cuentos.

¿Cuando ves tu primer libro de narrativa, «La noche estaba afuera», reconoces tu voz como narrador, la voz que el lector percibirá en Musiquito…?

No he pensado mucho en los cuentos de “La noche estaba afuera”. Pasé tanto tiempo escribiendo y reescribiendo ese libro que, al menos por el momento, no me quedaron muchas ganas de volver a sus páginas. Lo cual no indica que no le guardo cariño. No obstante supongo que si algo en común resaltará serán las mañas, los tics de uno, que siempre delatan por más que se intente pasar desapercibido, por más que se intente no malear la historia que se cuenta. Sin embargo, y quizás el lector lo note antes que yo, serán los errores y fallos cometidos a la hora de contar lo que los hermane.

¿Cómo ves el paisaje de la narrativa sonorense, hay buenos augurios?

No quiero pecar de optimista ni de ingenuo, pero veo un panorama prometedor. Hay escritores que están comenzando a publicar en editoriales grandes que colocan libros en todas las librerías del país. Eso ahora en Sonora es un gran avance. Se comienzan a citar otros nombres además de los de siempre. Y lo están haciendo porque su trabajo es de calidad, porque atrae la atención, las lecturas. También, y no se descuide esto, porque simple y sencillamente están dedicándose a escribir libros en lugar de dedicarse a obtener el mote de escritores sin escribir una coma.

Recibir un premio como el Comala ¿para qué le sirve, además de lo obvio, a un escritor de provincia? 

Resulta extraño en estos días oír la palabra “provincia”, con eso de la cercanía que nos viene brindando la tecnología, parece que podemos estar en todas partes al mismo tiempo; parece, sólo parece ,que es más fácil pertenecer porque es más fácil sentirnos amontonados que desperdigados por toda la República. La verdad es que todavía no sé para qué me va a servir el premio. La publicación en Tierra Adentro y su posterior distribución en librerías del país facilitará que pueda encontrar, con suerte, a algunos lectores. Eso es atractivo, contar con una publicación visible.

¿Tienes bajo la manga otro proyecto o te estás dedicando tiempo completo a la academia?

Ahora, de nueva cuenta, tengo mucho pretexto para no escribir. Ocupaciones que desgraciadamente no son secretas sino más bien pueriles. Sin embargo, y a pesar de la lata que me doy amenazándome con dejar la escritura, no me gusta estar sin proyecto porque me siento desamparado. Un proyecto, unas ideas que pueden transformarse en historias, me sirven como el traje nuevo del emperador, para no sentirme desnudo aunque todos sepan que siempre lo estoy.

¿Qué autores catalogarías como indispensables? 

Los que me gustan. No, fuera de broma, hay escritores a los que vuelvo todo el tiempo porque no dejan de sorprenderme o de transmitirme una sensación de pertenencia cuando siento que todo se vuelve ajeno, inútil. Sigo siendo devoto de Juan Carlos Onetti, de sus novelas y cuentos. No dejo de aprender, de sorprenderme con sus personajes.  Por fortuna Borges todavía es inacabable. Qué machín (como decimos por acá) que Ibargüengoitia todavía haga reír poniendo el dedo en la llaga. Los escritores forman lista apenas uno comienza a recordar. .. siempre hay buenos motivos para ello.

¿Todas esas charlas que hemos tenido sobre la sensación del fracaso en general, y en particular de nuestra escritura, se te ha desvanecido un poco?

Trato más bien de no pensar en ello, porque me bloqueo, me hago sabotaje. He tenido la fortuna de conocer a unas cuantas personas que me han mostrado que esa sensación de futilidad que nos brinda el estar sentado horas frente al teclado sin avanzar una línea, ayuda a no dar importancia a algo que no lo tiene, para socavar las pretensiones de trascendencia. Es decir, si escribir es un oficio, pues hay que escribir. Trato de pensar que lo único que importa es sentarme a escribir, aunque salgan unas pocas líneas, y que lo demás, incluido el pesimismo, si bien me resulta inevitable no pensarlo y sentirlo, puede funcionarme como advertencia de que algo estoy haciendo mal o de que no estoy haciendo algo: escribir. Pero también soy consciente de que si lo consideramos en frío, puede que eso no tenga importancia. Cualquiera nos tratará de pendejos y pretenciosos por ponernos a hablar o pensar esos temas, por tener esas preocupaciones: “cosas de inmaduros”, dirán, “de gente que no consigue un trabajo de verdad”.  Ni modo. Así es esto.

¿Cómo sientes a la actual camada de escritores mexicanos?

Trato de leer las novedades, de seguir el paso de sus obras. Algunos libros me gustan, otros no, pero supongo que tiene que ver con afinidades. Todavía no hay una distancia suficiente para juzgar las obras que habrán de marcarnos, los libros a los cuales habrá que volver una y otra vez. Aunque lo más probable es que todavía no se hayan escrito tales libros. La moda no es garantía de nada, más cuando llega en forma de autopromoción. Me dan más la idea de figuras buscando desesperadamente figurar. Desconfío de escritores que se preocupan de lo que dice en el logo de su camiseta, supongo que eso es lo único que tienen que decir.

Suenan los celulares. Ya no somos aquellos jóvenes con todo el tiempo del mundo. Tenemos que regresar, hay una familia, un trabajo que atender. Aquí se queda el sonido del agua entre las rocas. Aquí el rumor del viento entre las hojas del álamo.

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