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Una justicia indolente, dilatoria e insensible

José Alberto Munguía, en 2009, quedó inválido e incapacitado de por vida a causa de la negligencia del anestesiólogo Ung Vázquez; en 2012, una juez condenó al médico a reparar el daño y a pasar una pensión vitalicia a la víctima; cuatro años después sigue sin ver un quinto

Por Imanol Caneyada

Una justicia que se ha olvidado de buscar la verdad jurídica, deshumanizada, y que privilegia la burocracia, los tecnicismos y la dilación, ha provocado que la familia Munguía Duarte no haya recibido un solo peso por concepto de reparación del daño desde 2009, año en que se suscitaron los hechos.

Ésta es otra historia de negligencia médica; una historia, como otras tantas, en la que el aparato judicial, a pesar de existir una sentencia, se muestra incapaz de hacerla cumplir.

La familia de José Alberto Munguía Salcido no ha recibido aún la pensión vitalicia ni el monto que por concepto de reparación del daño fijó la juez del Juzgado Primero de Primera Instancia de lo Penal en 2012, a pesar de haber quedado incapacitado de por vida a causa de la negligencia médica del anestesiólogo Francisco Ung Vázquez, durante una operación efectuada en el Hospital Licona de Hermosillo.

El 3 de junio de 2009 José Alberto Munguía entraría al quirófano para una operación de cáncer de próstata en el hospital Licona. Ya anestesiado, como la familia no pudo obtener los litros de sangre necesarios para la intervención, fue regresado a su habitación.

Al día siguiente, 4 de junio, a las seis de la mañana, el cirujano Hildebrando Barrios, asistido por el anestesiólogo Francisco Ung, entró a quirófano. Lo esperaba José Alberto Munguía. La operación fue todo un éxito. Ni siquiera tuvieron que usar la sangre recabada para el caso.

Llevaron al paciente a recuperación. El doctor Ung Vázquez desapareció; más adelante diría en su declaración ministerial que estaba con unos colegas desayunando en la cafetería del hospital. El doctor Ung Vázquez era el responsable de supervisar el despertar del paciente.

A los pocos minutos, José Alberto Munguía entró en shock. Estuvo a punto de perder la vida. Dos semanas después abandonaba el hospital Licona con hipoxia cerebral y graves afectaciones al sistema motriz.

Confinado a una silla de ruedas para el resto de su vida, el reconocido empresario ferretero ya no pudo volver a trabajar y desde entonces depende totalmente de su esposa y tutora, Rita Evelia Duarte Griego.

La familia de la víctima procedió a poner una denuncia en el Juzgado Primero de Primera Instancia de lo Penal por negligencia médica en contra de Francisco Ung Vázquez, Hildebrando Barrios y la enfermera Luz Mercedes Armenta.

Tres años tuvieron que esperar para que hubiera una sentencia en firme. En agosto de 2012 el juzgado condenaba a Ung Vázquez a menos de tres años de cárcel (por lo que la libró pagando una fianza), un año de inhabilitación, a reparar el daño con un monto de poco más de 270 mil pesos y a entregar una pensión vitalicia de 20 mil pesos al mes al afectado. El doctor Barrios y la enfermera Luz Mercedes Armenta quedaban exonerados de toda responsabilidad.

La defensa del anestesiólogo apeló a segunda instancia; la sentencia fue ratificada.

Entonces se amparó ante el Juzgado Primero de Distrito del Estado de Sonora. El juez federal declaró sin sustento la sentencia y ordenó que la reparación de daños se hiciera de “manera genérica”.

A consecuencia de ello, el Ministerio Público abrió un incidente ante el Juzgado Primero de Primera Instancia de lo Penal (juzgado de origen), en el que se repuso todo el proceso.

En el mes de mayo de 2015, la juez volvió a sentenciar a favor de la víctima sosteniéndose en la reparación del daño y la pensión vitalicia. Fallo que fue ratificado a finales de ese año en segunda instancia.

Francisco Ung Vázquez volvió a ampararse en enero de 2016. La familia Munguía Duarte sigue a la espera del resultado de este segundo juicio de amparo, no ha tenido ninguna noticia.

Hace siete años que José Alberto Munguía no puede trabajar. Gracias al apoyo económico de las hijas, el matrimonio ha salido adelante. Hace siete años que el empresario ferretero no sale al parque de enfrente a regar los árboles, un parque que levantaron por iniciativa suya junto con otros vecinos.

Hace siete años que la vitalidad del emprendedor empresario se marchita mientras su mujer agota los nervios en el laberinto de una justicia indolente, dilatoria e insensible.