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Editorial | El síndrome de Casandra

De la noche a la mañana una vidente española de nombre Nube María se puso de moda porque se hizo viral un video fechado el 24 de diciembre del 2019, en donde supuestamente hizo predicciones de lo que sucedería con el coronavirus, pero sin llamarlo por su nombre. Esto lo hizo en el programa de “Toni Rovira y tú”, donde dijo que en este año la tierra descansaría 40 días y haría una reestructuración. Señaló que: “El 2020 es para el humano, un año de pérdidas de sus seres queridos mucha angustia, incertidumbre, miedos, es un año que lo recordaremos siempre, habrá un antes y un después, porque la tierra va hacer una reestructuración. El 2020 es un número 40, esto significa que la tierra necesita 40 días de descanso, el mundo entero porque hemos destrozado el planeta, va a bajar la polución y los mares estarán mucho más limpios”. Cuando lo dijo nadie se lo creyó, pero ahora que se confirmó la profecía ha causado mucho revuelo.

Esto es lo que pasa con estas voces que advierten de tragedias o de grandes sucesos, que por lo general sufren el síndrome de Casandra, que los oyen, pero no les creen. Y muchas veces sus visiones solo son producto del sentido común y de una capacidad para estructurar prospectivas de acuerdo a la realidad. Pero nadie escucha esas voces y entonces surgen los llamados “cisnes negros”, que son casos inesperados y que nadie consideró que puedan suceder. Y nadie les cree, o mejor dicho, nadie acepta lo que dicen, porque por lo general va en contra de la opinión pública y las posturas políticas de los gobernantes en turno y de los hombres del poder. Hoy lo vivimos, porque desde hace cuánto hay cientos de voces que advierten que tanto daño al medio ambiente terminaría por revertirse. Pero en lugar de aplicar conocimientos a prevenir este tipo de catástrofes, solo se piensa en como acumular más poder político, más armamento y como sumar más multimillonarios. Pero ahora, como dice la vidente española, la tierra se hartó y planea una reestructuración. Esto también puede ser explicado desde el punto de vista divino. Pero si lo quieren dejar en el plano solo de la razón, déjenlo como una respuesta de la naturaleza.

A estas alturas solo los torpes y estúpidos creen que la pandemia del Covid-19 no tendrá efectos devastadores sobre la economía mundial y sobre toda la humanidad desde el punto de vista de salud. Lamentablemente en este momento estos torpes y estúpidos ocupan cargos de poder en todo el mundo y son culpables de los resultados que al final tenga esta peste porque se niegan a escuchar a los que saben pues sufren las consecuencias del síndrome o complejo de Casandra. ¿Y en qué consiste este fenómeno social? Primero, hablemos de mitología. Casandra fue hija de Príamo, rey de Troya. Padre de Héctor y de Paris, el que provocó la guerra con los griegos por robarse a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta.

Pues bien, Casandra era reconocida por su belleza y su inteligencia, al grado que el dios Apolo le ofreció el don de la profecía a cambio de su amor. Sin embargo, luego que recibió este don de predecir, burlándose de Apolo lo despreció. En castigo, el dios le escupió en la boca y la maldijo al condenarla a que seguiría con el don de profetizar, pero nadie creería sus pronósticos y advertencia. Así, cuando quiso advertir de la guerra con los griegos, nadie la escucho. Tampoco cuando advirtió de la trampa del llamado Caballo de Troya. Y así fue el resto de su vida, conociendo lo que pasaría, pero sin que nadie le creyera. De ahí surgió luego el llamado síndrome de Casandra aplicado a los que predicen catástrofes, pero que nadie atiende.

Pero por qué no creen estas advertencias. Por lo general se debe a que estos vaticinios son catastróficos y van contra la demagogia política o empresarial.  Recordemos cuando Coparmex advirtió a todo pulmón de la amenaza populista de Luis Echeverría, y en lugar de escucharlos, los tildaron de “profetas del desastre”. Con Carlos Salinas fue la izquierda quien lanzó la advertencia de los desvíos y corrupción de su gobierno. En respuesta dijo: Ni los veo, ni los oigo. Hasta que vino la catástrofe y la crisis. Y así hemos visto muchas personas que viven y sufren el síndrome de Casandra. Por más que advierten, nadie les cree. Entonces, es el resto el que sufrimos los efectos de estos vaticinios fallidos.

En esta década surgieron voces que advertían que el sistema capitalista como la conocemos ya había quedado rebasado, porque en lugar de generar una distribución justa de riqueza, solo producía ricos más ricos y pobres más pobres. Un desequilibrio provocado por un suceso de alto impacto podría llevar a todos a la catástrofe por la globalización. Nadie hizo caso.

En México hay voces que advierten que el gobierno actual asume una actitud populista que nos podía llevar al desastre. En lugar de escucharlas, estas voces fueron sofocadas con agresiones y agravios incluso por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador que es alérgico a las críticas y a las denuncias de los errores en su administración. Para estas voces hay campañas acusándolas de conservadores, fifís, adversarios, y bueno, la ocurrencia del día. Sin embargo, la realidad lo está alcanzando, pero antes de dar razón a las voces que advirtieron sobre lo que hoy vivimos en materia económica y de salud, prefiere proponer una tregua y pide a sus críticos que le “bajen una rayita”. Sin duda, siguiendo las reglas del Libro Rojo de Mao, que aconsejaba: si te pegan, dialoga. Si dialogan, ¡Pégales!

Sin embargo, negarse a escuchar las llamadas de alerta, sea quien sea es un alto riesgo, porque hay que recordar lo que advierten los especialistas: “Las grandes crisis engullen a los líderes, porque son momentos de la verdad”. De nada sirve querer echar culpas ajenas cuando grandes sectores de la población se da cuenta perfectamente quien está cometiendo errores. Si hay o no liderazgo para conducir los destinos de la sociedad. No podemos ocultar lo que está sucediendo. Cierto que es importante una buena estrategia de comunicación, pero solo funcionará si se hacen las cosas bien y se toman las decisiones de gran calado en forma acertada. No olvidar, dicen los especialistas en crisis, que al Titanic lo hundió la soberbia y un iceberg, no un programa de comunicación fallida. Y sobre todo recordar que los videntes dicen lo que sucederá, pero ninguno puede predecir cuándo terminará. Por eso, de vez en vez, hay que escuchar la voz de Casandra.