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La crisis de los misiles y sus lecciones

Por Martín F. Mendoza/

A 51 años de la crisis de los misiles en Cuba, ahora Estados Unidos, sólo y por su propia cuenta, está a punto de lanzarse por un tobogán desconocido y llevarse al mundo junto con él

 Este próximo lunes 14 de octubre se cumplen 51 años del inicio de la así llamada “crisis de los misiles” en Cuba, la cual tuvo al mundo en vilo por más de 13 días en 1962. Tal vez recordarla hubiera sido más significativo el año pasado, justo en su quincuagésimo aniversario, pero en un  formato semanal frecuentemente se presentan asuntos a los que hay que dar prioridad para su comentario, o al menos eso es lo que uno piensa.

La instalación de misiles soviéticos en Cuba puso entonces al planeta entero lo más cerca que ha estado de una guerra de destrucción mutua asegurada, que no es otra cosa que el hecho de que no habría en realidad ganadores en ella.

Obviamente no es nuestra pretensión narrar en forma detallada lo ocurrido en el triángulo Washington-Moscú-La Habana durante ese álgido par de otoñales semanas hace más de medio siglo. Hay abundancia de fascinante material al respecto que nos muestra con distintos matices lo que en términos generales ocurrió, y claro, dependiendo de las fuentes, también encontramos distintos énfasis sobre ciertos aspectos. Hoy más bien la intención es en primer lugar subrayar no sólo la obvia complejidad de la alta política internacional y las arduas negociaciones que esta implica, sino las muchas herramientas con las que tienen que estar equipados los verdaderos líderes al adentrarse en estas, incluido el manejo de la teoría de las decisiones interactivas, mejor conocida como Teoría de Juegos.

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Este lunes 14 de octubre se cumplen 51 años del inicio de la así llamada “crisis de los misiles” en Cuba.

Tal vez más emocionante e interesante que la cronología de los eventos logísticos y militares de esos momentos, los cuales parecen haber sido escritos para un guión de una buena película (existen varias sobre el tema), es el análisis de las distintas opciones que John F. Kennedy y Nikita Khrushchev, así como en alguna medida también Fidel Castro, sopesaron. También el de los enormes apremios que tuvieron sobre sus espaldas para tomar alguno de esos caminos, especialmente los favorecidos por sus respectivos grupos “duros” que a pesar de reportar a ellos, ejercían enorme presión para que se eligieran precisamente rutas que irónicamente aseguraran la aniquilación mutua.

En este tipo de situaciones siempre hay un “toma y daca” a la vista, sobre la mesa, pero generalmente hay otro, secreto, el famoso “backchannel” en donde en privado se negocia desde la realidad completa y no la parcial, y en donde por lo mismo, la empatía no es una graciosa concesión, sino un recurso, una herramienta que acerca a una solución aceptable a quien la utiliza. Así fue como se resolvió la crisis que más ha acercado al mundo a la guerra nuclear.

Kennedy sabía que una guerra con los rusos sería una catástrofe universal, ya que todos los escenarios para ella, llevaban irremediablemente al uso de los arsenales nucleares, las repercusiones no se limitarían al Caribe o a la costa del Atlántico, los soviéticos atacarían también en Alemania, y en otros puntos de Europa. Jamás sin embargo se permitiría a los rusos y cubanos terminar de instalar y hacer funcionales esos misiles apuntando a Estados Unidos. Kennedy tenía a Robert McNamara en Defensa y a su hermano Robert F. Kennedy que además de procurador general era su consejero de cabecera, entre otros en el EXCOMM (comité ejecutivo formado con la finalidad de dar respuesta a la crisis) apoyando su posición de acucioso análisis y de aguantar una decisión irreversible hasta que fuera inevitable. Tenía por otro lado una fuerte presión de los militares y de otros funcionarios “halcones” o de línea dura.

En realidad Khrushchev sufría lo propio del otro lado del mundo. Tenía que asegurarse de que Estados Unidos no invadiera en el corto y mediano plazo Cuba, al mismo tiempo que trataba de aprovechar la situación para que los norteamericanos desmantelaran misiles en Turquía e Italia apuntando a la Unión Soviética, cosas ambas que al final consiguió como parte del trato con Kennedy. En algún momento el EXCOMM llegó a pensar, dada la evolución del conflicto y las por momentos contradictorias señales que daba Moscú, que Khrushchev podía haber sido depuesto por miembros más radicales en el gobierno que veían la crisis como una oportunidad irrenunciable de clavar una estaca en el corazón de Estados Unidos.

Con todo y la cuarentena impuesta por Kenendy a todo el tráfico marítimo dirigido a Cuba, y aún con las memorables imágenes de los buques soviéticos dando la vuelta en “u” el 24 de octubre de 1962 antes de llegar a Cuba gracias al bloqueo naval, el conflicto estaba aún lejos de resolverse. Los siguientes cuatro días fueron trepidantes hasta que finalmente se alcanzó el trato definitivo. Aún casi simultáneamente a la consecución de un acuerdo, el derribe de un avión de reconocimiento americano sobre Cuba el 27 de octubre, casi echa por tierra todo.

Se supone que Kennedy ganó la partida a Khrushchev, pero la verdad esto se reflejó así más que nada por la secrecía del punto relativo a los misiles en Turquía, que no fue revelado sino hasta tiempo después. En realidad el gran ganador fue Castro ya que públicamente Estados Unidos se comprometió a no intentar otra vez ninguna operación tipo “Bahía de Cochinos” para derrocar al dictador.

Cruel ironía

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El presidente estadounidense, Barack Obama, hoy también ante un aparente callejón sin salida.

Más que irónico resulta que medio siglo después, justamente a mediados de octubre, el mundo se encuentra de nuevo al borde de un abismo, si bien no relacionado con el horror nuclear, no por ello desdeñable. Todo lo contrario. La posibilidad cada vez más cercana en días de un “default” norteamericano en su deuda, causado por la falta de autorización del congreso a un aumento del límite de la misma es, en términos económicos, sencillamente horroroso. Hoy día ni los rusos, ni Castro, tienen mucho que ver con ello, la Historia simplemente los ubicó en su justo lugar. Ahora es Estados Unidos solo y por su propia cuenta el que está a punto de lanzarse por un tobogán desconocido y llevarse al mundo junto con él. Podemos de entrada ―y a pesar de su porción de razón en el problema en general― distinguir una gran dosis de estupidez en el partido republicano por el método elegido para hacer valer sus argumentos. Sin embargo el Presidente Obama ―Demócrata también, pero lejos aún de los “empaques” políticos y de liderazgo que el aristócrata Kennedy poseía― debe de entender que los dirigentes republicanos en la Cámara de Representantes necesitan una cuerda de su parte que les ayude a “salvar cara” ante la facción extremista de sus diputados y aún ante buena parte de su base azuzada por el Tea Party. Hay que darles algo significativo que mostrar a su jauría enloquecida para que se animen a dar los pasos necesarios y resolver este muy peligroso y hasta cierto punto artificial conflicto. Algo así como lo que en su tiempo Kennedy y Khrushchev se otorgaron mutuamente para resolver lo que parecía un callejón sin salida, demostrando de esa manera que a pesar de liderar sistemas hegemónicos diametralmente opuestos, eran antes que todo, estadistas consumados.

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