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Muchos ángulos en el caso Tamayo

Por Martín F. Mendoza/

El connacional no era precisamente el “poster boy” para lanzarse contra el monopolio estatal de la ejecución. Pero qué decir de la violación flagrante por parte de las autoridades texanas de la Convención de Viena en Relaciones Consulares de 1963

La reciente ejecución en Texas del mexicano Edgar Tamayo da para varios puntos de reflexión y discusión. De entrada, el más amplio, el más universal gira alrededor de la pertinencia y la eficacia de la pena de muerte como medio de castigo, así como, claro, de lucha contra la delincuencia.

Un servidor se ubica entre aquellos que sin poder estar cien por ciento en contra de la ejecución legal, sí encuentra cada vez menos y menos razones para la misma. En términos de humanidad así como de un real servicio a la sociedad, el hecho de que el estado (en este caso el gobierno de Estados Unidos o los gobiernos de los estados) termine con la vida de un individuo tiene infinidad de perspectivas.

Lo que sí no tiene vuelta es que ello no ha funcionado en sí mismo ni como suficiente disuasivo para inhibir decisivamente a la criminalidad, ni como forma de “justicia” una vez que los crímenes han sido cometidos.

El plantear que sólo por eliminar al criminal pueda darse la “justicia” a la luz de las complejas problemáticas sociales que hacen a los individuos delinquir, es un tanto pecar de candidez, por decir lo menos. Asimismo, el que pueda siquiera pensarse en que hay justicia para las víctimas de ciertos crímenes horripilantes, así como para sus familiares, es también bastante arrogante. Simplemente no la hay en este mundo.

Claro que todo ello tiene sin cuidado a una buen parte de la sociedad estadounidense y sobre todo de su muy oportunista y acomodaticia clase política, la cual en su siempre cuadrada manera de manejar todo, así como en su estúpida noción de estar en línea con “el creador”, en el fondo asume la pena de muerte como la respuesta de la divinidad ante el pecado implícito en el crimen.

Las agencias de la ley son en esta visión, solo “palancas del Señor” para mantener el equilibrio social en la “tierra prometida”. Ese también en un asunto cultural que no cambiará pronto. Posiblemente sea cosa de relevos generacionales.

Caso difícil para debatir la pena de muerte

Ahora bien, y hay que decirlo, si hay casos que en principio merecieran la pena capital (reiterando que es más que aceptable haya individuos para quienes simplemente estos no existan), uno de ellos es el de Tamayo, que por cierto era uno de cuarenta mexicanos esperando por la pena de muerte en prisiones estadounidenses.

El connacional no era precisamente el “poster boy” para lanzarse contra el monopolio estatal de la ejecución. El asesinato de un policía por parte de Tamayo en una forma cruel no tiene mucha discusión y nadie parece estar disputando los méritos del caso.

Tamayo, inmigrante ilegal, es en realidad una desgracia para la comunidad indocumentada ya que casos como el suyo (los cuales no son tantos como los fanáticos de ultraderecha argumentan, pero tampoco son tan escasos como para ignorarlos), alimentan políticamente el ambiente antiinmigrante y proporcionan las excusas perfectas para golpear a una comunidad que en abrumadora mayoría no viene a Estados Unidos a delinquir sino a trabajar y a contribuir con su sudor a esta nación.

Death Penalty opponents pray before the Supreme Court announced that it was rejecting appeal from prisoner Edgar Arias Tamayo and he will be executed tonight at Texas State Penitentiary 'Walls Unit'  for the death of Houston Police Officer Guy P. Gaddis on Wednesday, Jan. 22, 2014, in Huntsville .  ( Mayra Beltran / Houston Chronicle )Es más, uno de los principales peligros y azotes de la comunidad indocumentada son precisamente los criminales como Tamayo. No nos confundamos, nadie necesita de los de su tipo. Estados Unidos tiene suficiente basura propia ―¡Y que si la tiene!― como para acomodarse a las exigencias a favor de la basura extranjera. Siento mucho si esto ofende a alguien pero es la descarnada realidad.

Pero ―y el problema está frecuentemente en los “peros”―, ¿Qué hay del alegado retraso mental “leve” de Tamayo?

¡Caray! Eso sí que es otra cosa, ya que va en contra de la propia Constitución estadounidense, por obvias y buenas razones. No fue suficiente para detener al estado de Texas que después de todo ha ejecutado ya a 509 condenados desde que la pena de muerte fue reinstituida ahí en 1976. No faltara quien alegue que el retraso mental técnico de Tamayo no afectó su carrera criminal ni sus “alcances” para arreglárselas y despachar a un  policía al otro mundo. Eso tampoco puede soslayarse.

La realidad del tema

El tema aquí, al menos el que más debería de importarnos, además del alegado retraso mental de Tamayo, es la violación flagrante por parte de las autoridades texanas y por ende de Estados Unidos (Suprema Corte, ¿Estás escuchando?) de la Convención de Viena en Relaciones Consulares de 1963. Se supone que la falta de conocimiento inmediato del Consulado correspondiente ―en este caso el mexicano― pone en desventaja inicial al acusado extranjero. La realidad es que en este caso, el desenlace difícilmente pudo haber sido distinto, pero ese no es el punto, sino el poco respeto que al final muestra Estados Unidos por algunos de sus compromisos internacionales.

Una cosa ―y eso es lo que no entienden los “anti-yankees” en todo el mundo―, es que Estados Unidos se niegue a comprometerse con algo porque políticamente no se alinee con sus intereses y otra muy distinta que reniegue de sus compromisos ya adquiridos. Sobre todo de uno en el que, paradójicamente al final, va tanto de por medio a sus propios intereses.

Hay que recordar que los estadounidenses están en todo el mundo y constantemente, a querer y no, por razones legitimas y otras no tanto, metiéndose en problemas con gobiernos extranjeros. Incluso el Secretario de Estado John Kerry, públicamente opuesto a la ejecución de Tamayo, habló de lo “extremadamente en detrimento de los intereses de Estados Unidos” que era el hecho de seguir adelante con la ejecución. Como bien agregó, esto fue un asunto de “proceso” y no de méritos de la acusación contra Tamayo.

La posición de la administración Bush había sido similar en el caso que ya tenía veinte años. Todo lo anterior no contó para que en los medios de comunicación, los escandalosos extremistas de derecha, anti-inmigrantes en esencia, sobre todo en radio e Internet, hicieran “su agosto” en pleno enero denunciando a todas las voces razonables, así como al gobierno de México, por tratar de evitar la ejecución por “pequeñeces” como la Convención de Viena. Ignorancia, cinismo, racismo, oportunismo político, todo ello se combina para que se formen este tipo de presiones sociales contra la razón.

Algo que sin embargo es poco discutido, aunque central en el tema, es la soberanía de los estados en el país vecino al norte de México. Soberanía que por desgracia termina siendo central a veces en la imposición de la estupidez. Sin ir muy lejos, acá está Arizona. Como para pensarse.

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