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100 años sin Don Porfirio…

Por Bulmaro Pacheco/

Su obra se resume en la modernización y pacificación de México. El expresidente de México murió a las seis de la tarde del 2 de julio de 1915, en París, Francia, acompañado de sus familiares más cercanos

José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, hijo de Faustino Díaz y Petrona Mori nació en Oaxaca un 15 de septiembre de 1830. Murió en París, Francia, un 2 de julio de 1915.

Estudió Teología y después Derecho. En la materia de derecho civil fue alumno de Benito Juárez en el Instituto de Ciencias de Oaxaca. Sin embargo, sus mayores éxitos los tuvo en la carrera de las armas y en la política. Fue presidente de México en nueve ocasiones, entre 1876 y 1911.

Hizo carrera: Diputado federal en 1861. En 1867, con la aureola del reconocimiento como héroe de la Batalla de Puebla contra los franceses, le disputó la presidencia de la República a Juárez; logró 785 votos.

En 1871 volvió a contender contra el mismo Juárez y logró 3,555 votos. En 1872 compitió contra Sebastián Lerdo de Tejada y volvió a perder ahora con 604. Vuelve a ser diputado federal en 1874 y en elección extraordinaria gana con 11,475 votos en 1877.

En el gobierno de Manuel González —entre 1880 y 1884— se desempeña como ministro de Fomento y una leve temporada como gobernador de Oaxaca. Asumió de nuevo la presidencia en 1884 y ya no salió hasta que la Revolución provocó su salida, negociada con Madero.

Su obra se resume en la modernización y pacificación de México: Ferrocarriles, Industria, minería, comercio, telégrafo, teléfono, acueductos, carreteras, hospitales. También la ley fuga, la tragedia Yaqui, el mátalos en caliente y su recordada; “poca política y mucha administración”. Dice Vera Estañol que: “la Dictadura salvó al país de dos gravísimos peligros, el retorno a la anarquía o la restauración política de los clericales y conservadores”.

Sus mujeres: La zapoteca Juana Catalina Romero, con quien no tuvo descendencia. Su sobrina Delfina Ortega Díaz, con quien se casó en 1867. Delfina murió en 1880 y le sobrevivieron sus hijos Porfirio y Luz Victoria. Con Rafaela Quiñones tuvo a su hija Amada Díaz, que murió en 1962. A los 51 años, en noviembre de 1881 se casa con su maestra de inglés, e hija del abogado lerdista Manuel Romero Rubio. Carmen Romero Rubio Castelló, de 17 años, con quien no procreó descendencia. Tuvo 16 nietos: 7 de Porfirio y 9 de Luz Victoria.

El ex presidente de México murió a las seis de la tarde del 2 de julio de 1915, en París, Francia, acompañado de sus familiares más cercanos. Había partido de México con su familia vía Veracruz en El Ypiranga el 31 de mayo de 1911, a menos de seis meses de haber estallado la Revolución convocada por Francisco I. Madero.

Díaz renunció a la presidencia el 25 de mayo de 1911. En su carta de renuncia dirigida a la Cámara de Diputados establece: “Y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución federal, vengo ante la suprema representación de la nación a dimitir sin reserva el encargo de presidente constitucional de la República con que me honró el pueblo nacional, y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo, sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales”… y cierra: “Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas” (Mayo 25 de 1911).

En julio de 1915 habían muerto Madero y Pino Suárez, y el que planeó los asesinatos, Victoriano Huerta había sido derrocado del poder en agosto de 1914 con el triunfo de la Revolución Constitucionalista.

Dejó el país el 31 de mayo de 1911 en “El Ypiranga” en Veracruz con rumbo a Francia.
Dejó el país el 31 de mayo de 1911 en “El Ypiranga” en Veracruz con rumbo a Francia.

En París, Díaz vivió el exilio europeo con modestia, sin lujos ni excesos. Llegó primero a un departamento que le prestó la familia Escandón, de Morelos. Después vivió casi tres años en el hotel Astoria, dicho hotel fue requisado años después por el Estado francés para convertirlo en hospital para heridos de la Primera Guerra Mundial, y Díaz y su familia debieron trasladarse a un departamento en una de las principales avenidas parisinas. En esos años viajó por Europa y una parte de África, recibió reconocimientos y homenajes de los gobiernos de Francia y España y recibió el apoyo económico tanto de familias mexicanas asentadas en Europa como de instituciones bancarias europeas.

Quien con mayor realismo ha retratado los últimos días del ex presidente ha sido Martín Luis Guzmán. Dice el laureado escritor:

“A mediados de junio empezó a sentirse mal. Le sobrevino la misma desazón de dos años antes en Biarritz, la misma fatiga, los mismos amagos de bronquitis y de resequedad en la garganta. Pero ahora lo acometían más fuertes mareos al mover súbitamente la cabeza y se le nublaba más lo que estaban viendo sus ojos. Le zumbaban los oídos al grado de ahuyentarle el sueño. Se le dormían los dedos de las manos y de los pies”.

“Por de pronto no hizo caso: su hábito le ordenaba no enfermarse. Luego, consciente de que su malestar se acentuaba, mandó llamar al doctor Gascheau, un médico del barrio, que ya lo había atendido de alguna otra dolencia, ésa más leve, y que le inspiraba confianza y simpatía”.

“A él Gascheau le dijo que aquello no era nada: el cansancio natural de los años; convenía evitar todo ejercicio, todo esfuerzo: debía descansar más. Pero a Carmelita y Porfirito el médico no les disimuló lo que ocurría: Era la arterioesclerosis en forma ya bastante aguda. Como dos años antes en Biarritz, quizá el enfermo se sobrepusiera y se aliviara: pero había más probabilidades de que eso no sucediese”.

“Para ocultar un poco la inquietud —porque todos estaban inquietos y temían revelarlo— Porfirito y Lorenzo comentaban entre sí la guerra, o con Carmelita o con Sofía o María Luisa, o con José. Don Porfirio atendía unos instantes y luego tornaba a su obsesión: ¿Que noticias había de Oaxaca?… Otros años, por esa época la caña de la Noria ya estaba así —aseguraba levantando la mano— se detenía en el recuerdo de su madre y de su hermana Nicolasa, o evocaba conversaciones y escenas de tiempos ya muy remotos”.

“El 28 de junio tuvo que guardar cama, pero no porque algo le doliera o le quebrantara particularmente, sino porque su desazón, su fatiga eran tan grandes que apenas si le dejaban ánimos de hablar. El hormigueo de los brazos, la sensación de tener como de corcho los dedos de las manos y de los pies, le atacaban ahora más a menudo. Procuraba no mover bruscamente la cabeza para no desvanecerse”. “Gascheau que venía a mañana y tarde, le dijo que eran trastornos de la circulación; que si se sentía mejor en la cama, le convenía no levantarse; acostado sentiría menos los desvanecimientos y no se le nublarían tanto los ojos”. “Sí —comentaba él, con acento de quien todo lo sabe— la circulación. Y paseaba la vista por sobre cada uno de los presentes, para quienes en apariencia, todo seguía igual. Porque realmente solo los accesos de tos, por la resequedad de la garganta, parecían ser algo mayores. Cuando se iba el médico, don Porfirio decía dirigiéndose a Carmelita, la cual no lo dejaba ya ni un instante: Es la fatiga de ¡tantos años de trabajo!”.

“El día 29, hablando a solas con Porfirito, Gascheau advirtió que el final podía producirse dentro de unos cuantos días o dentro de unas cuantas horas. El abatimiento físico, no el moral empezaba a adueñarse de don Porfirio, que ya casi no se movía en su cama. Ahora tenía mareos continuos, y la resequedad de su garganta se había convertido en molestia permanente”.

“A media mañana del 2 de julio la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente. Parecía decir algo de la Noria, de Oaxaca. Hablaba de su madre: “mi madre me espera”. El nombre de Nicolasa lo repetía una y otra vez. A las dos de la tarde ya no pudo hablar. Era una como parálisis de la lengua y de los músculos de la boca. A señas, con la intención de la mirada, procuraba hacerse entender. Se dirigía casi exclusivamente a Carmelita: ¿Cómo?… ¿Qué decía?… ¡Ah, sí: La Noria…¿Oaxaca?…Sí, sí: Oaxaca; que allá quería ir a morir y a descansar.

Porfirio Díaz fue presidente de México en nueve ocasiones.
Porfirio Díaz fue presidente de México en nueve ocasiones.

“Se complació oyendo hablar de México: hizo que le dijeran que pronto se arreglarían allá todas las cosas, que todo iría bien. Poco a poco, hundiéndose en sí mismo, se iba quedando inmóvil. Todavía pudo a señas, dar a entender que se le entumecía el cuerpo, que le dolía la cabeza. Estuvo un rato con los ojos entreabiertos e inexpresivos conforme la vida se le apagaba”.

“A las seis y media expiró mientras a su lado el sol lo inundaba todo en luz. No había muerto en Oaxaca, pero sí entre los suyos. Rodeaban su cama Carmelita, Porfirito, Lorenzo, Luisa, Sofía, María Luisa, Pepe, Fernando González y los nietos mayores”.

“Rugía en México la lucha entre Venustiano Carranza y Francisco Villa. El 2 de julio Carranza recibió en Veracruz un telegrama que lo apartó un momento de las preocupaciones de la contienda. El mensaje venía de Nueva York y, conciso, decía así: “Señor Venustiano Carranza, Veracruz: Prensa anuncia estos momentos hoy siete de la mañana murió en Biarritz el general Porfirio Díaz. -Saludos afectuosamente. –Juan T. Burns.”

Quizá en ese momento Carranza meditó sobre el discreto comportamiento político del ex presidente en el exilio. Hasta su muerte se mantuvo al margen de opinar, sugerir o enviar mensajes sobre la turbulenta etapa de la historia que se desató en México a partir de su salida. Lamentó en privado los asesinatos de Madero y Pino Suárez ordenados por Huerta y no dejaba de sentir desdén por su sobrino Félix Díaz. A lo más que llegaba, era lamentar de que México no encontrara la ruta de la paz social y política: Él mismo decía con frecuencia ante la prensa que lo acosaba:

“No quiero emitir juicio alguno sobre la situación de mi país, pero conservo la esperanza de que pronto México recobrará la paz y vivirá una era de prosperidad. […] No pronunciaré palabra alguna susceptible de generar comentarios o polémicas entre los partidos. Quiero seguir siendo ajeno a todas las discusiones y disensiones” (La gaceta de Biarritz).

Sus restos estuvieron primero en la capilla de Saint Honoré d’Eylau. “El féretro se quedó ocho años en la cripta”. “El 22 de julio de 1923 fue discretamente trasladado al cementerio de Montparnasse y allí sigue. La austera capillita fúnebre se encuentra en la avenida del Oeste del panteón. En su pórtico se ve un escudo mexicano de bronce oxidado por la intemperie y sobriamente grabados en la piedra, aparecen el nombre y solo el apellido paterno del dictador. No se mencionan fechas de nacimiento y de fallecimiento ni tampoco se alude a los años de presidencia de Porfirio Díaz” (Anne Marie Mergier).

Su viuda, Carmen Romero Rubio permaneció en París hasta 1931 cuando regresa a México. Muere el 25 de junio de 1944 a los 80 años de edad y sus restos yacen en el Panteón Francés.

El debate sobre el ex presidente de México sigue a 100 años de su muerte. Infinidad de análisis, textos, debates y discusiones. El personaje lo amerita. Construyó un importante tramo de la historia de México, pero no midió las consecuencias de su larga permanencia en el poder. Ésa sería quizá la principal lección.

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