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Entre la división y la incertidumbre

Es la primera ocasión en la historia reciente de México en la que un presidente de la República pide abiertamente el voto para su partido, utilizando recursos oficiales y en tiempos laborables

Por Bulmaro Pacheco

Recuerdo muy bien esa mañana de febrero de 1994, en un lugar del sur de la Ciudad de México donde nos reuníamos José Antonio Crespo, Jorge Chabat y el que escribe, cuando en una afirmación repentina el respetado José Antonio dijo: “Así como andan las cosas en la política mexicana se ve muy difícil que Colosio llegue a la Presidencia de la República” y remató: “Puede ser que no llegue”, el ambiente político luce tenso y con muchos ingredientes de conflicto que lo enrarecen cada día más y se vuelve peligroso”. Chabat y un servidor nos quedamos pasmados.

La sentencia nos preocupó y nos sorprendió. A nuestra generación se le hacía —prácticamente— imposible que se repitieran en México eventos de violencia política como los que provocaron la muerte de tres presidentes apenas en 15 años: Madero (1913), Carranza (1920) y el presidente electo Álvaro Obregón Salido (1928): Los tres asesinatos generaron crisis políticas de altas dimensiones que obligaron al replanteamiento en la formación del Estado mexicano. 

Lo que siguió a la muerte de Obregón fue la rebelión llamada “renovadora” o “escobarista” de 1929, que involucró a una parte importante del Ejército y a distinguidos miembros del obregonismo (como el gobernador de Sonora, Fausto Topete) opuestos al presidente sustituto Emilio Portes Gil y al saliente Plutarco Elías Calles

La rebelión fue sofocada con un alto costo político; pero las circunstancias obligaron a la creación del Partido Nacional Revolucionario, visto como un instrumento que trataría de unificar a todas las corrientes políticas que se disputaban el Poder en ausencia del caudillo y por la inestabilidad generada por su muerte, que dio lugar también a la designación-elección de tres presidentes entre 1928 y 1934.

Así lo manifestó el presidente Calles en su último informe de gobierno, donde subrayó que México estaba listo ya para evolucionar de la “etapa de los caudillos, a la de las instituciones”. 

Antes de la reelección de Obregón, y en plena campaña, se presentó un ambiente de crispación política marcado por el asesinato de dos de sus contendientes (Serrano y Gómez) y por resistencias manifiestas contra la reelección de una parte de la clase política y del Ejército, lo que contribuyó notablemente a enrarecer el ambiente político y a crear las condiciones para el crimen político. Hasta la fecha no ha quedado clara la autoría intelectual. 

En el caso de Colosio no hubo rebelión del Ejército ni de las organizaciones, pero sí, mostró el agotamiento del método de selección del candidato presidencial —que ya había hecho crisis con la fractura del PRI en 1988—, lo que contribuyó notablemente a enrarecer el ambiente. 

Una parte importante de la llamada clase política priista —liderada por Manuel Camacho Solís— no quedó satisfecha con la designación del candidato y manifestó resistencias que se reflejaron en el ambiente político, ya de por sí muy turbio, sumándose a las tensiones del conflicto Chiapaneco con el EZLN y el inicio de las operaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá el día 1 de enero de 1994, que también había generado debates importantes, con apoyos y resistencias desde el inicio de las negociaciones.

Un año muy duro el de 1994 para México, y circunstancias políticas muy complejas que crearon el clima para la violencia de ese año con dos asesinatos: Colosio y Ruiz Massieu

No lo creíamos, pensamos que Crespo exageraba. Creíamos que las circunstancias de 1928 (66 años antes) eran muy distintas a las de 1994. 

Y vaya sorpresa que marcó a nuestra generación el asesinato del candidato a la Presidencia, cuando todos pensábamos que eso ya había quedado atrás. Los efectos de ese crimen fueron terribles para México; una crisis económica que duraría una década y cambios radicales en lo social y político, la más importante la derrota del PRI en la elección del 2000. 

Al igual que en el caso de Obregón, del crimen nada se supo de la autoría intelectual…Y hasta la fecha. 

La crisis política se resolvió con mucho diálogo entre las fuerzas políticas y con reformas propuestas por las oposiciones y el gobierno.

El reciente debate generado en las llamadas conferencias mañaneras del presidente López Obrador, donde se queja de que varios comunicadores sociales como Raymundo Riva Palacio, Joaquín López Dóriga, Beatriz Pagés y Guadalupe Loaeza exageran en sus afirmaciones de que “si algo le pasa a un comunicador o a alguien que aspira e la candidatura presidencial, la culpa será del Ejecutivo federal”.

En lugar de procesar esos análisis y sumarlos a la agenda política del día aprovechando el conocimiento de la historia de México, el presidente decide atacar y descalificar a los mencionados comunicadores, quienes en uso de su libertad y sin esconderse le advierten al presidente de la real posibilidad de un conflicto político violento a causa de su frecuente intromisión en asuntos partidistas y electorales. Tienen razón los periodistas, y es parte de su trabajo y sus libertades hacerlo.

Es la primera ocasión en la historia reciente de México en la que un presidente de la República pide abiertamente el voto para su partido, utilizando recursos oficiales y en tiempos laborables. También la primera vez en la que, sin guardar las formas, el presidente, como máxima autoridad, ataca despiadadamente —y con información privilegiada oficial— a quienes se atreven a manifestar su intención de figurar como candidatos de las oposiciones. 

También primera vez en la historia que, con la complacencia de su partido en el Poder Legislativo, el Ejecutivo federal ha tratado de apropiarse del Instituto Nacional Electoral (INE) y de domesticar al Poder Judicial. 

Todo ello para controlar a ambas instituciones y ponerlas al servicio de la política oficial y del partido en el gobierno, atacando sistemáticamente su autonomía y a los miembros de ambas instituciones, cargándoles una cantidad de epítetos, antes desconocidos tanto en el ambiente institucional como en la relación entre los poderes de la República. 

¿Qué puede suceder de aquí a la elección federal de junio del 2024? Que la política se siga degradando, que el ambiente se enrarezca aún más por la desmedida intromisión del Ejecutivo federal contra todo lo que no huela a Morena. O que los poderes fácticos aprovechen la confusión para involucrarse cada vez más en las regiones donde dominan en asuntos políticos, como ha sucedido recientemente en varios estados y que pudiera desatarse la violencia y los enfrentamientos entre los grupos que se han adueñado de una parte importante del territorio nacional.

Quizá sea un sueño guajiro de las oposiciones al demandar diálogo —para disminuir las tensiones—, cuando no ha sido la constante de Morena en ninguno de los niveles que gobierna desde 2018. Las puertas lucen cerradas en Gobernación, Presidencia, las cámaras y en los Estados. 

No se ve por ningún lado una actitud conciliadora de los gobiernos guindas y cada vez se recrudecen más los ataques contra los adversarios. 

Muchos pensaban que José Antonio Crespo—que también predijo con exactitud el número exacto de puntos con los que Fox le ganó a Labastida en el 2000— exageraba cuando advertía lo que finalmente sucedió meses después…Y no, no exageraba. 

En un país tan complejo, difícil de gobernar y dado a la desconfianza sobre la política y los gobiernos, no debemos descartar nada… y menos si la parte oficial en lugar de mostrar voluntad para enfriar y disminuir las tensiones a través del diálogo, continúa echándole más leña al fuego atacando a diestra y siniestra a los adversarios y a las instituciones contaminando una sucesión que ya está a la vuelta de la esquina.

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