Destacada

Las costumbres de la abuela María Luisa

Muchas veces dormíamos en el patio de mi abuela, ella nos tendía catres plegables de manta y a mí me parecía estar en el paraíso cuando el clima era fresco y podía ver las estrellas

 

Por Guadalupe Rojo

 

Ella era una abuela de cuento, los cajones de su máquina de coser eran como cajas de tesoros con todo tipo de cosas curiosas como botones, hilos, carretes, y muchos fierritos que no sabía para qué servían pero era maravilloso explorar aquellos cajones.

Quiero contarles cómo eran las cosas en la casa de la abuela: ella cambiaba las sábanas cuando nos quedábamos a dormir, estas eran de manta, pero todas tenían algún bordado hecho a mano, por lo regular en una esquina, además estaban almidonadas y planchadas ¡es muy contrastante que ahora siempre se busca la máxima suavidad en todo! En aquel entonces meterse en una cama así, era una experiencia de buenas costumbres, las fundas también estaban bordadas y terminadas sus orillas con un tejido de gancho.

Todos teníamos en casa de mi abuela unas pijamas de franela que ella nos hacía, estas sí que eran suaves y cómodas, antes de dormir había que bañarse y el olor del jabón Palmolive verde es uno de mis mejores recuerdos de la infancia, me gustaba usar mucho jabón para oler mucho.

Muchas veces dormíamos en el patio de mi abuela, ella nos tendía catres plegables de manta y a mí me parecía estar en el paraíso cuando el clima era fresco y podía ver las estrellas, yo veía muchas, la luna me sigue pareciendo que es un verdadero milagro que adorna el cielo de los humanos, me imagino cuánto amor nos tiene el creador para decorar la noche de esta forma, siento que ahora el cielo tiene muchas menos estrellas que cuando era niña, aunque las lunas siguen siendo espectaculares.

Por la mañana mi abuelita Luisa salía a la banqueta y le daba a algún conocido que pasaba una propina para que trajera pan recién horneado, traía pan dulce y margaritas, hacia los mejores huevos con chile del monte en un sartén de peltre, me llamaba mucho la atención que espolvoreaba un poco de sal antes de echar los huevos al sartén, y nos explicaba que era para que no se pegaran, ahora me parece imposible guisar algo en un sartén de peltre y que no se pegue ¡pero mi abuela sabía hacer esa magia!

En su casa no se permitía comer fuera de la mesa, había que esperar la hora de la comida, tampoco se comía sin que la mesa estuviera puesta. Su comida era muy sencilla, pero cocinada con mucho esmero y muy buen sabor, los frijoles en la casa de mi abuela eran la gloria, para mí era increíble comer tortillas con sus frijoles refritos.

Ella siempre tenía la casa abierta para todos. Nunca se molestaba por alguien llegara de forma inesperada, ahí siempre había que café, y pan dulce para ofrecer a todos, y si alguien llegaba a la hora de la comida, siempre era bienvenido, siempre había sobremesa, nadie se retiraba al terminar de comer, pues seguían las pláticas más sencillas y divertidas que recuerdo, todos contaban las novedades de su barrio, de su trabajo, las anécdotas de los hijos, y su opinión de todo tipo de temas, había muchas risas.

Los secadores de mi abuela también eran de manta con un bordado hecho a mano y con cinta de filetear por la orilla, pero los secadores para cuando había visita eran de otra tela, con un bordado de cuadrille, y la orilla terminada con un tejido de gancho, los secadores de eran de toalla, ella misma los hacía, siempre estaban bastillados y tenían un cordoncito para colgarse.

Algún día les contaré cómo era la Navidad en casa de mi abuela, por desgracia, ahora en mi casa no la celebramos de la misma manera, pero sí tengo el propósito de ir recobrando sus modos para que no se pierda la inmensa alegría que daban su forma cálida de recibir a los que pasaban por su casa.

Busca incansablemente la verdad.