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Las crisis se superan… la vida no retoña

Estamos frente a la que pudiera ser la mayor crisis económica que hayamos padecido en nuestra historia, en la que además en esta ocasión pende la amenaza de afectar severamente la salud de millones de compatriotas

Por Feliciano J. Espriella

El 31 de agosto de 1976, el entonces Secretario de Hacienda, Mario Ramón Beteta, hizo el siguiente anuncio: “considerando que la paridad fija es una ‘camisa de fuerza’ para nuestra economía, el Gobierno Mexicano determinó poner a flotar el peso” para que fuera el mercado el que fijara su auténtica paridad en relación con el dólar.

Era tácitamente una devaluación del peso que había mantenido una paridad de 12.50 por dólar desde el 17 de abril de 1954. La paridad frente al dólar se elevó a 22 pesos al final del gobierno de Luis Echeverría, una devaluación de 76 por ciento.

Las semanas siguientes a esta crisis después de 22 años de estabilidad en los que México registró fuertes crecimientos económicos, el país literalmente se convulsionó y circularon decenas de augurios catastrofistas.

El 20 de noviembre, en el aniversario 66 de la Revolución Mexicana y a unos días de la llegada a la presidencia de José López Portillo, circulaba por todo México el rumor de que era inminente un golpe de estado.

López Portillo arribó al poder el 1 de diciembre de 1976 y logró calmar los ánimos. Sus tres primeros años de gobierno, en los que hizo su aparición el llamado “boom petrolero”, fueron de recuperación, crecimiento y desarrollo.

A partir del cuarto año empezó el declive que culminó el 18 de febrero de 1982, tras una crisis de divisas, el Banxico volvió a dejar flotar la moneda y al final de ese mes la devaluación ya era de 72 por ciento al llegar el dólar a 46 pesos.

Ello ya se venía venir, sobre todo a partir del quinto informe de gobierno de López Portillo, en el que en una teatral escena en la que derramó algunas lagrimitas seguramente de cocodrilo,  el 1 de septiembre de 1981, el presidente ofreció a la nación que defendería el peso como un perro. No lo cumplió.

La realidad es que después de la devaluación de Echeverría, nuestro país registró crisis económicas recurrentes durante los siguientes 30 años. De todas ellas hemos salido adelante y todas han tenido un común denominador, las clases más necesitadas han sido las más golpeadas y la pequeña élite conformada por las familias más pudientes del país, a la postre han resultado en su mayoría, beneficiadas.

Todas las crisis además, han provocado fuertes caídas en la producción, despidos de cientos de miles de empleados y fuertes endeudamientos. En la última en 2009 provocada por varios factores entre los que destaca la epidemia de la influenza provocada por el virus H1N1, el PIB registró menos 6.5%, se perdieron un millón de empleos y la deuda del país creció en casi un billón de pesos (un millón de millones de pesos).

Sin embargo, todas las crisis las hemos superado y de todas hemos salido adelante.

¿La bolsa o la vida?

Estamos frente a la que pudiera ser la mayor crisis económica que hayamos padecido en nuestra historia, en la que además en esta ocasión pende la amenaza de afectar severamente la salud de millones de compatriotas con un alto porcentaje de desenlaces fatales.

Como si se tratara verdaderamente de una trampa demoníaca, la solución de una de las aristas de la contingencia médico-económica, afecta negativamente a la otra.

Mientras más se prolonguen las medidas de la emergencia y permanezca vigente el programa #QuédateEnTuCasa, el deterioro a la economía del país, las empresas y las familias mismas aumentará.

Si se optara por dar por terminada la emergencia económica como pretenden varios empresarios y algunos gobernadores, lo más probable sería que se incrementara desmesuradamente el número de contagiados y consecuentemente el de fallecidos.

En nuestro país el sector empresarial ha insistido en la necesidad de fuertes apoyos económicos y fiscales para poder sortear la crisis y mantener la mano de obra ocupada. Mismos argumentos esgrimieron en las crisis anteriores y los respectivos gobiernos de entonces los apoyaron, pero la realidad es que los despidos laborales fueron de cualquier manera descomunales.

El presidente López Obrador ha optado por soluciones en los que los apoyos lleguen directamente a los más necesitados.

Tal vez por ello, y buscando forzar soluciones que favorezcan el restablecimiento de la normalidad económica, los distintas organizaciones empresariales y los gobernadores de Nuevo León, Baja California y Jalisco han incrementado las presiones en contra del gobierno federal. Y están bien. Están en su papel de apoyar a sus representados y se vale.

Pero lo que no se vale, es la canallada que hizo Ricardo Salinas Pliego, a través de su títere Javier Alatorre, de convocar a la población a desobedecer las medidas dictadas por las autoridades sanitarias.

Eso raya en lo criminal y si el presidente no quiere o no puede reprobarlas severamente, si lo hemos hecho millones de mexicanos. Algunos invitan a boicotear las empresas del grupo Salinas. Ojalá prenda y se extienda a todo el territorio nacional.

Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.