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Un mundo de “ofendidos”

Por Martín F. Mendoza/

La condena es generalizada, no hay mucho que decir en realidad al respecto. Sin embargo, después de ese clamor y de algunas expresiones derogatorias y burlescas contra el radicalismo islámico, empieza a verse la escisión.  Nos empezamos a dar cuenta pronto, muy pronto, de que no estamos todos ni “tan de acuerdo” en como continuar procediendo al respecto de hechos como los ocurridos hace unos días en Paris a la revista Charlie Hebdo.  El encontrar repugnante una matanza a balazos o un bombazo en forma prácticamente unánime no tiene merito en términos de consensos y de filosofía unificada. El problema viene un poquito más adelante en la discusión: ¿Debemos  dejar de provocar a aquel que nos puede caer a balazos solo por lo que decimos? ¿Son este tipo de publicaciones y medios en parte responsables de desgracias ocurridas a su staff, directivos, propietarios o incluso a otros individuos que se cuenten entre los “daños colaterales” de las represalias de los dementes, en este caso  los fascistas islámicos?

“Si ya conocen el riesgo, ¿Para qué provocarlos?” dicen algunos analistas en los mismos medios, y en realidad todo tipo de individuos en conversaciones privadas. Además lo dicen así también funcionarios gubernamentales de no pocos gobiernos occidentales que en su perenne esfuerzo de apaciguamiento optan por no molestar a los perros rabiosos. En realidad esto es evidente no solo por los muy documentados esfuerzos, por ejemplo, de funcionarios de los gobiernos francés y británico, exhortando al periodismo a ser más “sensible”. En realidad el problema empieza más atrás, en el constante afán de abordar toda temática social desde la corrección política. Esto sale de los linderos de cómo lidiar con el terrorismo y permea hacia todo asunto social y político en donde los gobernantes tengan algo que decir. Solo hay que ver lo que está pasando en el tan mal entendido tema del “bullying” en donde a la palabra se le está dando rango de arma mortal y a quien la emite de asesino.

Tema fascinante, este que sin embargo dejaremos para un poco más adelante por la razón de que hoy nos resulta irresistible el tratar de reflexionar sobre otra arista del mismo asunto, una que sale del ámbito político y geopolítico en que se encuadra el terrorismo e incluso la criminalidad en general, para situarse en un plano simplemente humano: ¿Vivimos por lo visto en un mundo de “ofendidos”?

6 Martin protestasUtilizamos el término “ofendidos” por ser este  usado  para describir las “motivaciones” de los Islamo-fascistas hace unos días en Francia, y de hecho en cualquier carnicería de las que con tanta frecuencia llevan a cabo. “No los ofendamos si no queremos que nos maten” dicen algunos. El razonamiento, sin embargo, es aplicable todos los días en nuestra vida diaria: “callémonos o nos puede ir muy mal” es una consigna comúnmente aceptada en todo tipo de dinámicas o relaciones humanas. El “ofenderse” es la razón ideal para el abuso, para la agresión física, para la amenaza.

Vivimos cada vez más en un mundo en donde los que no pueden con la palabra porque no pueden con la razón deciden “ofenderse” para dar rienda suelta a lo único que saben hacer: matar. De una forma u otra.

En muchas culturas como la nuestra en Latinoamérica, todavía mas en los pueblos árabes, el “respeto” es un fabuloso malentendido. Lo peor del caso es que en las democracias liberales, por vía de la política, más que de la cultura, peligrosamente se está llegando a  lo mismo, pero de nuevo, no iremos ahí hoy porque la intención no es volver al terreno político sino permanecer en el humano.

Si bien es cierto que el silencio es un elemento indispensable en no pocas situaciones de la vida diaria (por ejemplo un aula de clases durante al menos una parte del tiempo, en el teatro o en el cine cuando la función ya comenzó, o el caso del adolescente ante la arenga de sus padres) la exigencia del mismo es absurda, abusiva e inmoral en muchas otras situaciones y es empleada en forma tramposa y manipuladora so excusa del “respeto”, en forma muy similar a como los Islamo-fascistas dicen tratar de evitar la blasfemia contra el profeta. Y es que es por demás, como ya lo hemos dicho antes, todos, o casi todos tenemos algo de terroristas. El que no empleemos estas capacidades con fines políticos es otro cantar. Su uso perverso lo reservamos para la familia, los vecinos, los compañeros en el trabajo, etc.

No estamos hechos para escuchar lo que no nos gusta o no  nos conviene, ni para rebatir las palabras por medio de las cuales nos llegan tales mensajes, con otras palabras. No estamos hechos para el dialogo, es más fácil soltar una bofetada, un empujón, una “boca chueca”, el llanto, o simplemente el desplante del retiro (que no es lo mismo que la ignorancia a la necedad). Todo, todo menos la palabra. La palabra nos asfixia, nos causa alergias, nos intoxica. La palabra nos ofende, pues. Vivimos en un mundo de ofendidos, porque eso se nos acomoda de las mil maravillas. El “ofendido” no tiene responsabilidades, pues estas solo son del que tiene enfrente. La cuenta siempre está a su favor, así los hechos no. Nos ofendemos sin menoscabo de que hayamos sido nosotros los primeros en ofender.

Por ello es que los gobiernos, en lugar de trabajar para reprimir la expresión, deberían de hacerlo para instilar en sus sociedades a través de sus sistemas educativos, la capacidad de la palabra y el aprecio por la misma. Insisto, no solo desde una perspectiva política democrática, o en el plano artístico/cultural, sino como herramienta indispensable para la vida muy particular y privada de los individuos. No solo para ser mejores ciudadanos, lo cual no es poca cosa, sino para ser hombres y mujeres más plenos y felices.