Héctor Rodriguez Espinoza

Derechos humanos, racismo y clasismo nacional 2021

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.- En el cuadro de Guernica de la realidad nacional se plasma un horrendo paisaje en el que se imbrican (con perdón de mi amigo Juan Antonio Ruibal por esta “palabrita”) los derechos humanos y libertades fundamentales y sus garantías individuales, proverbialmente violándose y, como consecuencia, creciendo la percepción de un Estado fallido. ¿A qué me refiero?

VIDA, SALUD Y SEGURIDAD Y EDUCACIÓN PÚBLICAS Y ECONOMÍA. Me refiero a la pérdida de la vida de cientos de miles de mexicanos por la incursión, desde hace al menos cuatro décadas, de los cárteles de la delincuencia organizada.

Su pérdida, quizá más dolorosa, de otros cientos de miles afectados por la abrupta pandemia del virus que sorprendió, con los dedos tras de la puerta, a todos los países del globo y sus respectivos sistemas de salud pública en términos de hospitales, de sus doctores y de su personal todo; y la investigación modo “turbo” para la vacuna científicamente salvadora y gradual aplicación.

El cierre, desde marzo 2020, de la red de todos los planteles educativos y recintos universitarios, con el peligroso atraso o freno, al menos, del desarrollo educativo y cultural de millones de niños, adolescentes y jóvenes estudiantes, el futuro de la “suave patria”, como metafóricamente la llamó el inmortal poeta Ramón López Velarde.

El cierre de las grandes, medianas y pequeñas empresas, aumento de las tasas de desempleo y disminución de contribuciones fiscales.

II.- Y por si algo nos faltaba, emerge el milenario iceberg del racismo y clasismo contenidos y reprimidos por la mayoría de los gobiernos de pasado colonialista en África, Europa y América. En México, ¡300 años nos contemplan, 1521-1821!

El Black lives matter y la tendencia de reivindicar la dignidad de las minorías de los pueblos originarios y segmentos asiáticos (chinos y japoneses) nos deben de remover la conciencia dormida.

Déjenme, entonces, rescatar del mi baúl un artículo publicado entonces y cuyo contenido se explica solo:

III.-La muerte de un niño… ¿por ser guacho?

De las calamidades de nuestros tiempos que son muchas y muy graves, una es, y no menor, el haber venido los hombres a disposición que les sea ponzoña lo que les solía ser medicina y remedio.”F. Luis de León

2011-04-29

El extremo del bullying

A propósito del nocivo bullying, que afecta a casi 19 millones de estudiantes, recuerdo la reacción familiar y social que nos significó, en 1987, la muerte del niño Juan Israel Bucio Venegas; el luto de sus padres y familiares; y la indignación y afecto que, en la colectividad de Hermosillo generó, más allá de lo efímero, al conocerse que la aparente causa de su sacrificio fue el suplicio inocente de quien, a escasos meses de residir aquí, en vez de ilusiones, juegos y disfrute de una infancia que se nos va como el relámpago, recibió en la escuela burlas, desprecios y agresiones que terminaron con su vida y clavaron una espina en la mente y corazón de esta sociedad, víctima y victimaria de un círculo vicioso de suplantación de valores.        

Docenas de miles de niños mueren en nuestro país, anualmente, a causa de la enfermedad para la que no hay médicos, medicinas y hospitales: el hambre. Miles de indígenas –guarijíos y tarahumaras- mueren o viven casi muertos, desde hace cuatro siglos occidentales, sin que nadie hagamos algo para evitarlo. Pero el caso que comentamos, lo menos debió servirnos para reflexionar sobre la causa que la motivó; el origen geográfico y cultural de la víctima y su familia: el sur del país. Y el despectivo señalamiento: guachos.       

Lo que debió resultar simbólico de una situación generalizada, tiene varias facetas: psiquiátrica, geográfica, sociológica, histórica, política, literaria, periodística, educativa y cultural.          

Una primera hipótesis sería que su explicación científico social es cultural; y que el origen patológico del repudio es educativo, como el de otros males: tabaquismo, alcoholismo y prostitución, hasta las más sofisticadas modalidades de la corrupción.

Ningún fenómeno social puede analizarse sin tener en cuenta sus causas. Si distinguimos entre el norte y el sur, debemos considerar las diferentes épocas, co-protagonistas y circunstancias de sus respectivas conquista, colonización y mestizaje: el noroeste fue conquistado y colonizado con un siglo y medio de diferencia; y sus culturas indígenas no fueron sangrientamente violadas “a golpe de vara y castigo” como en el centro-sur del país, sino seducidas “con toda suavidad y dulzura” por misioneros jesuitas –sin prejuicio de haber sido instrumentos políticos de un imperio-, con su cultura religiosa del Medievo europeo (conforme a la cual todo lo indígena de América era obra del demonio), “redimieron las almas”, lo que predomina hasta hoy. De este diferente mestizaje provenimos los mexicanos del noroeste. 

La paternidad espiritual jesuita fue rota drásticamente en 1767 con su expulsión, orfandad que, con el alejamiento por otro medio siglo del centralista gobierno virreinal, las incursiones de los apaches y los afanes expansionistas de EEUU, pueblo con el que fatalmente compartimos una pesada vecindad, son eslabones de un largo, lento y difícil proceso. 

Otros elementos que no debemos ignorar para criticarnos: accedimos a la primera imprenta hasta 1831; a la primera biblioteca pública hasta 1898; y a la primer Universidad hasta 1942-53; ¡tres siglos y medio después que el privilegiado centro del país! Por eso –y el gusto por la carne asada- nos llaman los bárbaros del norte.

Existe un prejuicio contra los del sur. Pero si por “guacho” entendemos la encarnación del malnacido, del hipócrita y del acomplejado, o quien actúa con traición, alevosía y ventaja, el calificativo no es un gentilicio, sino una condición inmoral susceptible de incubarse en cualquier ser humano.

Por respeto a la memoria del niño, no debiéramos permitir que esa discusión desemboque en extremas y falsas posturas que van desde un regionalismo neofascista, asesino y sediento de publicidad y sangre, a una indiscriminada aceptación de cualquier arrogante, prepotente y sedicente neocolonizador.

Ni “guacho” fobia, ni “guacho” filia. 

La cultura no tiene fronteras. Sonora está accediendo a la mayoría de edad, después de larga infancia y adolescencia en las que nos hemos nutrido de esencias y tradiciones regionales, fecundadas por los universales valores portados por una nómina de personas –respetuosas de lo nuestro- originarias de fuera y del extranjero, en los campos productivo, humanista, educativo y artístico. A sus manos debemos, tanto la ruda pizca de frutos de nuestros campos que vemos en nuestra mesa, como el cultivo de las finas artes de nuestras aulas que disfrutamos en nuestros auditorios y bibliotecas. 

En la Universidad de Sonora valoramos a José Vasconcelos, Manuel Quiróz Martínez, Ing. Norberto Aguirre Palancares, Emiliana de Zubeldía, Martha Bracho, Mayor Isauro Sánchez Pérez, Enrique Valle Flores…; en particular, en la Escuela de Derecho, valoramos a Miguel Ríos Gómez, Manuel V. Azuela, Carlos Arellano García, Cipriano Gómez Lara, David Magaña Robledo, José A. García Ocampo, Roberto Reynoso Dávila… 

Ejercitemos una inteligente capacidad de discernir, y para seguir siendo sonorenses, cuidémonos de cualquiera que, proveniente de donde fuere, pero émulo de Judas Iscariote, se conduzca y se mida por el tamaño de su ponzoña. Sigamos invitando y recibiendo, con los brazos abiertos, a todo ser humano que, dispuesto a dar y recibir, busque su legítima felicidad.
Y si los adultos –árboles torcidos- ya no tenemos remedio, eduquemos a nuestros niños en una sana defensa regional, pero dentro de la fraternidad universal. 

IV.- ¿Será que a Pablo Picasso le hubiéramos inspirado otro de sus surrealistas cuadros?

¿Es la 4T importada a Sonora, su guía ética y sus divisas políticas de No mentir, No robar y No traicionar, el final de una época y el principio de otra que tanto nos merecemos?

Por sus frutos la conoceremos.