Héctor Rodriguez Espinoza

1521-2021. De Colón y Cortés a la revisión de una historia

(Brevísimo ensayo 2/2)

Por Héctor Rodríguez Espinoza

– ¡¿Son pérdida de tiempo los festejos patrios?!- me preguntan mis alumnos.

– No, para nada. De mi libro sobre la conquista de nuestro noroeste continúo con la síntesis:

Un abordaje integral de la conquista espiritual de los indios de América incluiría la exégesis y debate teológico, tanto el del s. XVI como del efectuado durante dos siglos, aún vigente. Es necesario, en esfuerzo honesto, no desprovisto de bizarría, afrontar los planteamientos.

El problema toral de teólogos cristianos al encarar una «nueva» y desconocida realidad geográfica, humana y espiritual, era ¿cómo explicarse la existencia del indígena originario y hacerla compatible con la ortodoxia católica de quince siglos? ¿Por qué Dios les había reservado un destino en este Nuevo Mundo y no en el otro? ¿Cuál había sido el apóstol de los indios? ¿Eran hijos de Adán y Eva? ¿Tenían, los niños, ángel de la guarda? Los españoles cristianos que, en el nombre de Dios, los mataron, ¿se fueron al cielo? Los inocentes victimados, gentiles, paganos e idólatras, y por tanto “obra del demonio”, ¿se fueron al infierno? ¿…

Distingamos entre concepciones de franciscanos, agustinos y jesuitas. Los ignacianos interesan a la historia espiritual del NO, porque dominaron la fe cristiana de esta vasta y entonces incógnita región.

Los franciscanos reformados, al conocer las prácticas de los indios, los sacrificios humanos entre aztecas, pensaron «que la palabra de Dios no había resonado jamás en estas regiones… Que nuestro Señor Dios (a propósito) ha tenido ocultada esta media parte del mundo hasta nuestros tiempos… Sentían que habían venido a las Indias a cumplir la palabra y a preludiar de ese modo la Parusía…» (segundo advenimiento de Cristo, al final de los tiempos).

El agustino del Perú, Fray Antonio de la Calancha sostuvo:

«Pensar que Dios había podido dejar a los indios sin luz, durante tantos siglos como separan la venida de Jesús, del envío de las misiones españolas al Nuevo Mundo, afrenta las leyes naturales, divinas y positivas, e insulta a la misericordia de la justicia de Dios».

En el debate, nutrido de préstamos a los profetas y a los Evangelios, los jesuitas se separaron de franciscanos en un punto. A los ojos de su mayoría, la «invencible ignorancia de Dios» era imposible o excepcional: esta fe optimista estaba en perfecta coherencia con la noción de que las creencias idólatras eran como adarajas (diente, resalto en una pared) de la verdadera fe.

Su importancia no incide únicamente en la atmósfera espiritual de entonces y ahora, también en la política castellana para con las Indias Orientales. Jackes LaFaye concluye:

«El derecho eminente de los españoles en américa aparece aquí, no como el efecto de las Bulas alejandrinas, sino como la misma gracia divina, que promete el acceso a la salvación de toda la humanidad, por mediación de los reyes católicos… Aparece aquí claramente que los españoles son el nuevo pueblo elegido, según la nueva alianza…»

En México, con excepción de la fecunda labor de José Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación Pública, 1921 a 1924; de tímidas acciones de la UNAM en la metrópoli, a partir de 1929; de la tardía creación de los Institutos Nacionales de Antropología e Historia y de Bellas Artes y del Indigenista, en los 30’s y 40’s; y manifestaciones en contadas capitales del centro, la planeación del desarrollo cultural, con formalidades, sistemas y métodos que requería dentro del desarrollo social de la nación, fue desatendida.

No obstante el relativo y desigual crecimiento y desarrollo económico estabilizador hasta antes de la crisis económica estallada en febrero de 1982 (consecuencia de la del capitalismo mundial iniciada una década antes), no se consideró la importancia del desarrollo cultural de la sociedad emergente, a pesar de la invaluable tradición desde siglos antes del contacto con el hombre europeo en 1492, y en Sonora en 1533.

Esas culturas zapoteca, azteca, olmeca, teotihuacana, maya, ópata y pima, entre otras, por un crimen de España y del tiempo, fueron destruidas, enterrada la mayor parte de sus testimonios y restos que, redescubiertos ahora, nos maravillan cada día más.

Miguel León Portilla:

«La civilización mesoamericana es equiparable a la media docena de las que, surgidas en el Nilo, en Mesopotamia, en las islas y costa del mar Egeo en el Indo, en el río Amarillo o en los Andes, gestaron las demás que en el mundo ha habido».

Samuel Ramos analizó la «sugestiva analogía entre las grandes líneas de la evolución de las culturas superiores americanas y las antiguas de Europa», y cita a Spengler, en cuanto a su destrucción:

«La decadencia de la cultura maya se había precipitado ruidosamente, unos ciento veinte años antes de la venida de los españoles. No así la azteca, que se encontraba en pleno desarrollo al comenzar el siglo XVI, y quién sabe hasta dónde hubiera llegado de no haber sido bruscamente interrumpido por la conquista. La descripción que hace Spengler del fin de la cultura azteca no puede ser más exacta y por ello la transcribimos: ‘No falleció por decaimiento, no fue estorbada ni reprimida en su desarrollo. Murió asesinada en la plenitud de su evolución, destruida como una flor que un transeúnte decapita con una vara’. La gigantesca ciudad de Tenochtitlán no fue destruida en virtud de un destino histórico, sino accidentalmente por un puñado de bandidos. ‘Lo más terrible de este espectáculo -Spengler- es que ni siquiera fue tal destrucción una necesidad para la cultura de occidente. La realizaron privadamente unos cuantos aventureros, sin que nadie en Alemania, Inglaterra y Francia sospechase lo que en América sucedía’. ‘Y en el caso de esta cultura mexicana, fue el azar tan cruelmente trivial, tan ridículo, que no sería admisible ni en la más mezquina farsa. Un par de cañones malos, un centenar de arcabuses, bastaron para dar remate a la tragedia.»

Pero es tan fuerte el instinto cultural del hombre, tenaz su resistencia espiritual a desaparecer que, gracias a historiadores, arqueólogos, antropólogos, intelectuales desde Universidades extranjeras y nacionales, las actuales generaciones recibimos una parte pequeña de nuestra herencia, sepultada en el sarcófago del descuido o aprovechada en bibliotecas y museos de países más desarrollados, por conocer la importancia de la cultura en la conformación y defensa integral de una nación y el desarrollo social de sus pueblos.

Sonora, por su lejanía del centro y su vecindad con uno de los países más fuertes, en cuyo sistema capitalista estamos cada vez más inmersos, tardía y dependientemente, tiene un desarrollo cultural con sus particularidades.

Su historia y la de su desarrollo cultural, es la de un pedazo de sierra y otro del cuarto desierto más árido del mundo (Sonora-Arizona), donde los primeros pobladores, hace estimativamente veinte siglos, vencieron los obstáculos de una geografía hostil, para subsistir.

Guarijíos y pimas, en la alta sierra. Los mayos y yaquis, en la costa fértil. Los seris, en la costa desértica e isla del tiburón. Pápagos, en pleno desierto. Son marginados y segregados, más en pandemia, supérstites y herederos puros de nuestros ancestros.

La despiadada acción modernizante no ha logrado destruir sus culturas. Vestigios de lengua, música, danza, ritos, artesanías y manifestaciones y valores subsisten, cohesionan su convivencia y maravillan a quien tenga mínima sensibilidad.

Sobre nuestra realidad cultural se tejen señalamientos, mitos e inapelables condenas, el explorador Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con dos compatriotas y el Moro Alárabe Esteban, primer blanco que, habiendo recorrido el NO y en sus clásicos (e ignorados, como la mayoría) libros Naufragios y Comentarios, difundió en Europa la realidad cultural de nuestros indígenas. En la introducción al segundo texto, expresó el más antiguo y detonante juicio:

«37 años han pasado desde esta larga y peligrosa expedición de la Florida, durante la cual Dios me ha brindado gracias innumerables y tan extraordinarias; gracias que desde el principio del mundo no ha dejado de verter sobre todos los conquistadores y particularmente sobre Dorantes, Castillo Maldonado y yo, que hemos regresado solos, de 300 hombres que anduvimos en esta comarca con Pánfilo de Narváez. Durante 10 años hemos escapado a los numerosos peligros que nos acometieron en UN PAÍS TAN ALEJADO Y EN MEDIO DE POBLACIONES TAN BÁRBARAS;…»

El jesuita Andrés Pérez de Rivas, como fruto de su predicación evangélica con los mayos y yaquis, primera mitad del s. XVII, nos endilgó el adjetivo con el que se nos identifica, en su libro: “De la historia de los triunfos de nuestra santa fe, entre gentes LAS MÁS BÁRBARAS Y FIERAS DEL NUEVO ORBE”.

El intelectual de la irrepetible generación de la reforma liberal, Ignacio Ramírez, El Nigromante, a y de su paso por Guaymas, Hermosillo y Ures, 1865, ante la carencia del placer social de la alimentación y la ausencia de poetas, escribió -una de sus Cartas a Fidel-: «¡POBRE GOLFO, SIN MESA Y SIN LIRA!

Federico Gamboa, Diario (1932-1939), el 13 de diciembre de 1923 escribió un injusto reclamo histórico a nuestro Estado, sometido a aislamiento, pero más como víctima que como actor:

«Sonora es el Estado más alejado de nosotros. Para convencerse no hay sino registrar nuestra historia nacional, toda ella escrita con sangre y lágrimas; no se encontrará en ésta un sólo hecho ¡ni uno sólo! que revele la menor solidaridad con nuestros muchos dolores y nuestras escasas alegrías. Tampoco se hallará un solo individuo que haya coadyuvado en nada nuestro. Hasta su tipo étnico difiere totalmente del nuestro. Las muchas leguas que del resto del país los alejan y distancian, son nada si se les compara con las leguas morales que de nosotros nos separan…»

José Vasconcelos, en El Universal, 1925:

«Donde termina el guiso y empieza a comerse la carne asada, comienza LA BARBARIE», mitoque el vulgo nacional ha aplicado a Sonora y/o al norte.

No falta humorista que opine que el país está formado por zonas y destinos culturales: norte, nació para trabajar; centro, nació para pensar; y sur, nació ¡para divertirse!…

Para juzgar al Sonora nuevo, hasta hace poco adalid nacional en la producción agropecuaria, marina y minera, al que llaman “el gigante con los pies y la cabeza de barro”, de espaldas a México y mirada a los Estados Unidos, es necesario conocer el Sonora viejo, sus tradiciones disponibles y pasado prehispánico; su conquista tardía y espiritual por los jesuitas y confusión por su expulsión injusta en 1767, sus preceptores morales; su no participación en el inicio de la revolución de independencia, cuya cuna fue el Bajío; su bizarra lucha en las invasiones francesas y norteamericanas, siglo XIX; su inteligente involucramiento en la revolución democratizante de Francisco I. Madero y en el desconocimiento del usurpador Victoriano Huerta, hasta convertirse en los “BÁRBAROS” triunfadores e imponer las instituciones de una cultura política nacional que, para bien y/o para mal, son vigentes. Otras tradiciones más modernas, Héctor Aguilar Camín las resume:

«Para el mundo indígena: la guerra del exterminio yaqui; para el problema agrario: irrigación, mecanización y haciendas exportadoras; para la alimentación: trigo; para la geografía: opresión extenuante del desierto y distancias; para la demografía: dispersión, alta mortalidad, parentescos extendidos; para sobrevivir: la defensa armada de lo propio; para la instrucción pública: la historia patria liberal y jacobina; para la religión: mujeres disculpadas en sus rosarios de la tarde por un laicismo masculino; para la confianza: el paisanaje localista -y también para el encono-; para la admiración inconfesada: el capitalismo del sudoeste norteamericano…».

Este sería un intento por explorar y descubrir el hilo conductor de un largo proceso que ha construido un haz de civilizaciones nacionales, en un rincón fuerte y generoso de la patria mexicana, cuyo espíritu de lucha y conducta de orgulloso y digno vecino con su antigua hermana -la alta pimería, hoy arizonense-, y con la otra américa, la que despojada en 1847 ya no es nuestra, son un interesante ejemplo en el concierto cultural del universo.

¿FIN DE LA HISTORIA?

– ¡¿Todavía creen que es pérdida de tiempo participar de los festejos patrios de la conquista, colonización de nuestro noroeste?!- les pregunto a mis alumnos.

– No, para nada. Definitivamente no, Doctor.

-Pero usted ¿como nombraría a la efeméride? 

– Lo hice desde 1985: CULTURAS EN CONFLICTO.

– ¡Gracias!