Héctor Rodriguez Espinoza

1521-2021. De Colón y Cortés a la revisión de una historia

(Brevísimo ensayo 1/2)

Por Héctor Rodríguez Espinoza

– ¡¿Son pérdida de tiempo los festejos patrios?! -me preguntan alumnos.

– ¡No, para nada! De mi libro sobre la conquista les comparto una síntesis:

Poco se sabe del proceso y grado de desarrollo cultural de los habitantes de estas tierras, en la primera mitad del s. XVI, antes del contacto europeo. Es la cara oculta -¿para siempre?- de nuestra Historia. La Historia General de Sonora, textos clásicos y otros relativamente recientes, arrojan informaciones útiles e interesantes.

Es más y mejor conocida la historia de Sonora a partir del temprano tocamiento con los misioneros europeos y con los mestizos que dominaron en el tardío periodo 1614-1640. Pero su vicio de origen es que se trata de una crónica interesada, de los vencedores.

Abarcan cinco siglos, el marco cultural de referencia de la historia antigua del mundo, de América y del Noroeste, el período 1550-1767 en Sonora, desde el paso por el noroeste de México (NO) de los primeros extranjeros que lo recorrieron: Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y el Alárabe Estebanico, hasta la expulsión de los Jesuitas, acto autoritario de la Corona española, parteaguas histórico para Sonora y causa de resentimiento generado para el móvil de la independencia política, económica y cultural de México.

El carácter determinante de la Misión -sentido amplio- jesuita para la formación de la cultura espiritual de nuestras regiones es la razón y criterio del que partimos para definir los dos grandes periodos del proceso, cuyo punto de unión-ruptura fue 1767.

Planteamos el concepto de cultura y su deslinde con otros afines. Las hipótesis, las diferencias de tiempo, forma y coprotagonistas, de la conquista de Anglo américa respecto de la de Hispanoamérica, y la de Mesoamérica respecto de la de Aridoamérica; la dificultad para descubrir nuestros orígenes prehispánicos por ausencia de documentos; el eterno debate teológico cristiano sobre el derecho de los gobiernos de España y de la Santa Sede para la conquista; la necesidad de otorgarle al fenómeno cultural de la nación mexicana y del NO su rango en los planes de enseñanza y de gobierno, con base en conjugar las tradiciones con la modernidad; la mitología sobre la realidad cultural de Sonora, y el imperativo de investigar y divulgar nuestra historia, para restaurar y consolidar los perfiles de sus ricas y heterogéneas culturas indígenas y mestizas, y su posición y aportación a las demás de la nación y del mundo.

Capítulo importante es el perfil religioso de los coprotagonistas e interlocutores de las comunidades étnicas del NO y testimonios sobre la visión histórica de esta etapa de la región, el de los jesuitas.

Unas de las culturas de mayor incógnita ha sido la de Sonora, que a través del tiempo ha motivado profundas controversias, pero serios elogios.

Cultura es todo aquel producto valioso y agregado, resultante de la relación histórica del espíritu del hombre en y con la naturaleza y la sociedad. Es una de las características diferenciales del hombre frente a las especies animales. Se compone de elementos espirituales y materiales: los intangibles conocimientos, creencias, sentimientos; y los corpóreos objetos y construcciones como caminos, vehículos, casas, máquinas y cosas que ha ingeniado para la producción, comunicación y armonía social. Existen otros conceptos, con algunos se identifica: civilización, educación, historia y bellas artes.

La Historia es la sucesión de hechos naturales y actos humanos, sus relatos en forma escrita y su concepto en forma total. Las bellas artes -música, danza, teatro, artes visuales, literatura y cine- son las más acabadas manifestaciones del espíritu y la corona de la cultura, pero no toda.

La colonización y conquista de hispano américa fue distinta a la de anglo américa o Estados Unidos, por la actuación de los colonos de uno y otro imperios. Wigberto Jiménez Moreno:

«El colono de la nueva Inglaterra era, característicamente, el puritano, lector asiduo del Viejo Testamento, que actuaba como un israelita conquistando la tierra del Canaán y, tal como se recomienda en el Viejo Testamento, no se debía mezclar él, nuevo israelita, con esos indígenas vistos como cananeos, a los que es preferible exterminar. Ésta es una actitud ajena a la del católico que, generalmente, no leía la Biblia y que, normalmente, solo oía acerca de ella por la predicación, la que se confinaba, como regla general, a la explicación de pasajes del Evangelio, en los sermones dominicales. En el Nuevo Testamento no se enfatiza, en ninguna manera, las diferencias que separan a unas razas de otras, se insiste en que todos los hombres son hermanos, al ser hijos de Dios: siendo, o más débil o, en algunos casos, inexistentes, esa actitud discriminatoria, se explica que los españoles y portugueses se mezclaron ampliamente con negros e indios…» Agregaríamos que en la conquista de Hispanoamérica, en Europa occidental la iglesia católica detentaba el poder espiritual y temporal más fuerte, a pesar de lo cual, de ella se derivaron la Reforma, la Ilustración y la época actual.

Para Josefina Vásquez de Knauth, la colonización y conquista del Nuevo Mundo tuvo bases y metas diferentes en anglo américa y en hispano américa, dos bloques culturales: las colonias inglesas (que a mitad del s. XVIII asimilaron a las francesas), y las hispano portuguesas. Diferencias de lengua, raza e ideología, resultado de diferentes tradiciones y del momento distinto del dominio. Estas génesis paralelas, cuyos posteriores contactos, cruces y contradicciones dialécticas han existido por cinco siglos, son la fuente de la que emana la rica y contrastante historiografía e historia del entonces Nuevo Mundo, dos Américas: los Estados Unidos y los Estados desunidos de Centro y de Sudamérica. Su difícil coexistencia se inserta en la relación norte/sur -económica-, que con el conflicto este/oeste -político-, crucifican a la humanidad.

La conquista de árido américa fue tardía y diferente en forma y coprotagonistas, respecto de la de meso américa. Wigberto Jiménez Moreno, advierte «la circunstancia geográfica-ecológica»; que la frontera entre las zonas culturales del norte y sur de México son los Ríos Fuerte, Lerma y Pánuco.

Tardía porque, mientras que en el Valle de México empezó en 1500-1521, en el NO se inició hasta 1590-1640, con las primeras misiones del Padre Méndez en el mayo. Poco más de un siglo después de la llegada de Cortés.

En la forma (sin perjuicio de matanzas por Isidro de Atondo, en BC, por Martínez de Hurdaide, en Sinaloa, y por Diego de Alcaraz, Francisco Vázquez de Coronado y Antonio Solís, en Sonora), el dominio del NO fue más por la cruz que por la espada; más de la persuación, de la fe religiosa y de la cultura, que de los arcabuses.

Andrés Pérez de Rivas, referido al Yaqui, aplicables al NO, dice:

«… porque aunque otras habían rendido a golpes de vara y castigo, a éste fue servida su divina bondad de rendirla con suavidad y dulzura».

Esa conquista no contó con los rigores y crueldades físicas y morales que las caracterizaron en el Caribe y en Mesoamérica; con excepción del alquiler forzoso del trabajo indígena, aquí no se aplicaron, por haberse derogado, la esclavitud y la encomienda.

En cuanto a la calidad humana de los primeros colonizadores en Sonora -excepción de los jesuitas-, fueron mestizos, soldados y mineros, con disciplina y ambición, y no a la afición a las ciencias, las artes y tareas del espíritu.

El tardío y desigual mestizaje sanguíneo -ópatas, pimas y mayos-, y nuestra distante convivencia con las supervivientes con las que no hubo hibridez genética -guarijíos, yaquis, seris y pápagos-, es un fenómeno que espera estudio honesto.

El propósito de la corona española y de la Santa Sede fue el mismo: expansión colonialista y destierro del paganismo de los gentiles, «obra del demonio»; «habría y hubo que redimir sus almas».

Pero aquel afortunado y distinto procedimiento trajo consigo un diverso mestizaje y diferente estirpe, escapa a la visión y juicio meso americentrista o “chilango centrista” sobre las identidades culturales, que han pontificado Francisco Javier Clavijero, Ignacio Ramírez, Justo Sierra, Samuel Ramos, Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre otros.

Esta especificidad geo-histórico-cultural se ha mantenido por 400 años, si bien la irrupción de la alta tecnología de los medios de comunicación y producción industrial, está uniformizando la personalidad, no solo de mexicanos, sino de los habitantes de los tres mundos (capitalista, socialista y no alineado o subdesarrollado) en que se ha divido caprichosamente a la tierra.

Nos referimos a «las culturas» y no a la cultura de Sonora. En nuestra entidad -como en cualquiera otra- no existe una, sino coexisten varias, y no sólo distintas y distantes, sino contradictorias. Hay tantas como variedades sociales. En la geografía, hablamos de culturas de la sierra, la costa y la frontera norte. En la estirpe, de culturas indígenas y no indígenas o mestizas. Habría de urbanos y de campesinos; de trabajadores y de patrones; de gobernados y de gobernantes; de adultos y de niños; de mujeres y de hombres; de analfabetas y de alfabetizados; de pobres y de ricos; de enfermos y de sanos; de laicos y de religiosos; de liberales y de conservadores o de revolucionarios y de reaccionarios; hasta el límite.

El primer problema al descorrer el velo de los impenetrables orígenes de la sociedad sonorense, hasta antes de los tempranos contactos con los europeos en la primera mitad del s. XVI, es la inexistencia de escritos, testimonios visuales, fehacientes para reconstruir, con certeza, la cultura de un pasado de cuando menos quince siglos, que debió ser y tener una fuerza existencial importante e interesante.

No contamos, como en Mesoamérica y los Andes, con pinturas, jeroglíficos, cronologías, informes y Relaciones de hechos, de costumbres públicas y privadas, datos, cartas geográficas de lo que fue aquella civilización: Códices, como el Mendocino, el Telleriano, la Tira de Tepechpan, el Lienzo de Tlaxcala, etc.; monumentos, pirámides o rocas grabadas, inscripciones, utensilios, instrumentos, armas, ídolos y escrituras como La Piedra del sol, sin duda el monumento más importante del mundo antiguo mesoamericano. Tampoco hubo indios que, alfabetizados o en su lengua, escribieran su vida, sus tiempos, sus fiestas y leyes. En fin, con la frase de Miguel León Portilla, con «la visión de los vencidos» de árido américa.

Los primeros testimonios son mineros, militares y religiosos, las cartas de relación de Cortés a Carlos V, y de otros (1530-40); el relato de Naufragios y vivencias de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1527-36); crónicas de Francisco Javier Clavijero, Pedro Castañeda de Nájera, Juan de Jaramillo, Andrés Pérez de Rivas, Eusebio Francisco Kino, Juan Mateo Mange, Juan Nentuig, Luis Xavier Velarde, Giuseppe María Genovese, Daniel Januske, José Agustín de Campos, Ignacio Pfefferkorn, Cristóbal de Cañas y otros que descubrieron, con su óptica, experiencia, interés y lógica -de los vencedores (de buena o mala fe)-, sus impresiones, prejuicios y juicios. Pero sin demérito de su innegable importancia y validez, nunca podrán colmar el vacío historio gráfico e histórico.

(Continúa)