Héctor Rodriguez Espinoza

El Hermosillo que se nos fue

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.- Próximo a salir a la luz el libro que se titula como esta colaboración. Adelanto síntesis del prólogo y de mi introducción. 

Prólogo 

“Mi amigo Héctor Rodríguez Espinoza, abogado, catedrático universitario y hombre de gran cultura, me pidió prologar “El Hermosillo que se no fue. Postales de Familia”. Me sorprendió que persona tan destacada en la cultura se fijase en mi humilde persona; pero sentí gran responsabilidad el tener que hacerlo a la altura de tan reconocido escritor y periodista cultural.

Desde un principio hasta el final lo leí con verdadero interés, escrita con el corazón y gran amor a sus padres y hermanos, a pesar de que en su mayoría es una prolija crónica del Hermosillo de la segunda mitad del siglo XX. Posee una memoria prodigiosa, recuerda a más de treinta por ciento de los nombres de los residentes de su barrio Cinco de Mayo, período de 1950 a los ochenta.

Comienza el 2 de noviembre de 1995, por la mañana, acompañado de parientes visitó el sepulcro familiar en el cementerio Yánez, donde duermen el sueño eterno su padre don Odón Rodríguez Reynoso y sus hermanos Luis y Albertina Rodríguez Espinoza. Lo acompañaron Silvia del Carmen, Odón, Luis y Verónica, huérfanos de Luis, hermano del autor, quien falleció el 16 de junio de l972 y, desde entonces, ha tenido comunicación para que permanezcan sus vínculos y prometió escribir la historia de su familia.

Rodríguez Espinoza ama a su familia y a la tierra que le vio nacer y siente afecto por sus amigos y antiguos vecinos, que la microhistoria forma parte del pasado de un país, lo cotidiano y la cultura de los pueblos, el barrio, la ciudad y el Estado.

Hermosillo fue fundado el 18 de mayo de 1700 por el Alférez Juan Bautista de Escalante, como Santísima Trinidad del Pitic y el 22 de junio de 1741 el Virrey don Pedro de Castro y Figueroa ordena se establezca un Fuerte militar que pasará a la historia como Real Presidio de San Pedro de la Conquista del Pitic, adelante Villa del Pitic a partir de 1783, cuando alcanza esa categoría. La Villa fue muy activa, lo mismo como ciudad desde el 5 de septiembre de 1828, por Decreto del Congreso del Estado de Occidente, que le cambió el nombre a Hermosillo, capital del Estado a partir del 26 de abril de 1879, después de haberlo sido durante un año, de 1831 a 1832.

Recuerda sus industrias como la Cervecería de Sonora que funcionó hasta 1962 dirigida por doña Genoveva Fierro de Hoeffer; los directivos sindicales Alberto “Cabito” Maldonado y José Abraham Mendívil, sin olvidar a Agustín “Cuervo” Zamora, pasaje que relata con emoción y no omite la nota gris, cuando explota un tanque de aire comprimido que mata al maquinista Manuel Contreras.

El Molino el hermosillense, fundado en 1897 por don Ramón Corral y adquirido en 1930 por don José Ramón Fernández, quien cambió a Molino La Fama; Mezquital del Oro, producción avícola, por muchos años la más grande de su género en Sonora; Fábrica de escobas y pastas alimenticias, en la Calle Morelia por don Joaquín Luken; Fábrica de cigarros El Toro, de don Arturo Calderón, primero establecida en 1916 en Abasolo y luego en el Bulevar Rosales, en cuyo espacio se construyó el Hotel Calinda, hoy de otros usos; Fábrica de cemento Portland Nacional, fundada por don Ignacio Soto; y Galletería de Sonora, de un norteamericano.

Fábricas de ropa: May hermanos, La moda y J. M. James y Compañía. Fábrica de velas La Fama, fundada por don Zoilo y don Bonifacio de la Puente, el Hotel Ramos, famoso en su tiempo. El Banco de Sonora no podía olvidarse, primera institución totalmente sonorense de la capital.

Recuerda las carpas de artistas a partir de 1930 hasta 1950, sus cómicos, payasos, cantantes bailarinas, ventrílocuos, etc., delicia del público y las grandes de los circos.

Las horas más pacíficas de la ciudad, en 1930-40, empezaban a las 3 y 5 de la mañana, al cerrar los burdeles de la Calle Jalisco, entre Garmendia y Yánez y terminar los bailes populares del Hotel México, frente a la estación del ferrocarril donde anunciaban que el tren de la una de la tarde del día anterior llegaría catorce horas después.

A las 5.00 horas empezaban a funcionar los puestos de café, menudo y pozole, del Mercado José María Pino Suárez. Se escuchaban los cascos de los caballos de los lecheros que entregaban a domicilio su producto y una hora más tarde se oía, por toda la ciudad, el tañer de las campanas de Catedral. Por las madrugadas los hermosillenses oíamos el canto de los gallos, la mayoría de las casas tenían su propio gallinero.

Al empezar el diario ajetreo, de los barrios Las Pilas, El Mariachi y El Ranchito salían de sus casas los obreros con sus loncheras y los empleados del comercio que abrían los negocios y los que trabajaban en los bancos de la Calle Serdán. Cuando un cliente pedía al cantinero la “botana”, sabía que son las doce, en que concurrían a su negocio los “crudos” que llegaban a curársela y, no obstante que era lunes, día laboral, se escuchaban los golpes del cubilete y los dados. Por la Calle Serdán, doña Belén Cubillas conducía el automóvil que transportaba a la Catedral a Su Señoría, el Obispo Navarrete.

El barrio Cinco de Mayo empezó a formarse en los años treinta; su nombre proviene de la calle de ese nombre, entre el Bulevar Kino, el Cerro del Mariachi, la Calle Nuevo León, la Calle 20 de noviembre, el barrio Country Club y la Calle Revolución. Allí pasó su niñez y la adolescencia, en el inmueble de la tienda “La Ciudad de Zacatecas”, propiedad de don Odón Rodríguez Reynoso, con sus hermanos Luis, María Remedios, Mario, Finita, su madre doña Trinidad Espinoza Othón y, claro, su padre el propietario.

Fue una familia unida y de buenas costumbres, dirigida por un padre enérgico y una madre cariñosa, nacida en Mátape y heredera de las tradiciones religiosas de los pueblos sonorenses, donde el amor a la familia y el respeto a las personas es algo que no olvida nadie.

Asistió a la Primaria, a la Secundaria, a la Preparatoria y a la Universidad de Sonora, integrado a una familia de universitarios. Fue miembro, como sus hermanos Luis, Mario y Josefina, de la Banda de Música de su Universidad. Aprendió a respetar y a brindar estimación a sus vecinos, amar ese pedazo de tierra que le vio nacer; después de varios años, ha tenido intercambio epistolar con ex vecinos, incluyendo a su hermano Mario, quien vive en Oaxaca, al sur de la República.

El libro me gustó mucho, por su estilo literario como por su sentido humano, despierta sentimientos elevados.

Primavera del 2003. Gilberto Escobosa Gámez, Cronista de Hermosillo”.

II.- Advertencia del autor. Un viejo sueño. 

¿Por qué el título? En la enésima revisión de mi narrativa me percaté de que debí investigar y escribir el marco histórico universal y el pasado remoto y menos lejano de nuestra gran ciudad. Le dedico dos capítulos y 118 páginas, por eso el título del libro, que SIN DUDA ES DE INTERÉS DE TODO HERMOSILLENSE.

En cuanto a los tres capítulos siguientes, siempre he recreado las remembranzas de nuestra familiar relación con mi hermano mayor Luis y las de mis sobrinos con su ascendiente desaparecido. Como producto de natural instinto de recuperar una identidad que se trae en la sangre, pero que suele perderse en las neuronas, platicarles de nuestras raíces genealógicas, la vida en familia, del barrio 5 de mayo, de nuestros años de escuela y de la Banda de Música en la Universidad de Sonora, y cuya carrera de Administración de Empresas le truncó el destino aquel malhadado 15 de junio de 1972 en que perdió la vida, trágico accidente en la curva de la carretera a Ures, su pueblo natal.

Realicé un viejo sueño, acariciado durante los últimos años: relatar mis más relevantes recuerdos. No porque mi existencia sea excepcional o escape al común de los millones de vidas humanas del planeta. Me da cabida a referirme a remembranzas válidas que le han dado sentido al devenir de mis pasos, vistos ahora desde la perspectiva de una etapa de plena madurez biológica y de rememoración no tan deteriorada pero que, aun cuando no corresponda a otra madurez -emocional,  intelectual, ¿qué se yo?-, me impulsan a volcar un torrente de pasado; a arrojar borbotones de demasías que esperaban un vertedor para no agrietar ni desbordar un contenedor espiritual de gran capacidad y me claman su erupción.

Servirá para una siempre saludable auto exorcismo de fantasmas y demonios interiores y recrear las experiencias de más de una época de mi realidad más próxima, desde óptica personal, pero que tienen en común con varias otras vidas de mi familia y de mi generación, paralelas en tiempos, espacios y modos distintos y —¿por qué no?— hasta contrarios, de percibir el mismo género de fenómenos agridulces, cinceladores de un carácter y forjadores de una personalidad. Es un documento que la mayoría podemos y deberíamos escribir y compartir.

Carlos Fuentes, en Los años con Laura Díaz, en entrevista: “Un escritor debe adquirir muy pronto la disciplina, desde luego, o no produce. Vivimos en un país de promesas que se quedan en eso; de seres platónicos que le tienen horror a la página escrita, que creen desarrollar su inteligencia por medio de la charla, de los encuentros de café o las desveladas o la conversación a veces inteligentísima. Recuerdo un caso maravilloso, uno de los hombres más inteligentes que he conocido en México, Jorge Portilla, joven filósofo del grupo Hyperión, murió cuando tenía apenas poco más de 40 años. No he conocido una mente filosófica más brillante. Pero incapaz de sentarse a escribir una cuartilla, le provocaba un trauma espantoso, era de la escuela platónica, un peripatético aristotélico, un platonista convencido de que cederle el verbo a la letra escrita era una especie de traición al diálogo. Y hay mucha gente del mejor de los niveles que piensa, y muchos tarambanas, desordenados que no alcanzan esos estratos. Portilla sí creía que el diálogo se daba peripatéticamente. En cambio, un escritor no tiene más remedio que sacrificar un poco del logo centrismo platónico que anida en todos nosotros, pues nos gusta conversar, y sentarse en la soledad soberana y esclavizante para hacer sus libros. La obra escrita se hace en la soledad más grande, el escritor necesita ciertas compensaciones, porque la literatura es un acto de soledad terrible. Hay que entenderla y convertirla en virtud y goce. Cuando uno alcanza el placer de escribir, solo y su alma, ha ganado la batalla de la literatura».

Para Lorena Crenier, al comentar el libro Mi memoria es…, la infancia es el territorio recurrente del devenir humano. Con los recuerdos más lejanos iniciamos y terminamos nuestra vida. Las reminiscencias cobran la forma de los lugares cotidianos por donde transitamos de niños, y de aquello que desde entonces marcó indeleblemente nuestros sentidos. El parque, la iglesia y el mercado; la música del radio, los olores de pan recién horneado, los arrullos y el color encendido del sprin planchado y de la bugambilia, los guamúchiles y las pitahayas definen una historia personal y la de muchos barrios, comunidades y una sola nación.

Bien dice García Márquez que la vida de uno no es lo que sucedió, sino lo que uno recuerda y cómo lo cuenta. En la memoria yace guardadas instantáneas que se pueden rescatar para compartirse y, al invocarse, cobran vida y permanecen para siempre.

Según Luis González y González —su Pueblo en Vilo, representativo de la microhistoria en México—, rememorar las personas y hechos del terruño es algo que todo el mundo hace todos los días. Si lo pequeño es cifra de lo grande, la microhistoria del lugar donde viven, es absolutamente significativa para los niños. Practicarla les permite acceder y comprender cabalmente la historia de su país. Debieran estar al alcance de los maestros, para ayudarlos a reavivar su propia memoria, ejercitarla con sus alumnos.

Para Juan José Millás -de El País, de Madrid- una biografía personal es el mejor regalo que se les puede hacer a los hijos o a los nietos. Cuando los padres desaparecen, uno revisa el álbum familiar, al hacerlo se incluye; tiene la impresión de que los padres se han ido sin contarnos lo más importante, con algún secreto. La idea es tan atractiva. Hoy toda la gente quiere contar su vida. Me dicen: «Mi vida sí que es una novela. Si se la contara, usted escribiría un libro». Todo el mundo lleva una novela adentro. Y cuanto más gris, más apasionante es contarla. Kafka llevó una vida de oficinista y fíjate lo que había dentro de su cabeza.

“-Me interesa mucho la soledad, en ella ocurren cosas contradictorias. Vivimos en aglomeraciones urbanas, pero cuanto más juntos, más solos. Una soledad impuesta, terrible, porque los datos lo son. En Madrid, este año han muerto cerca de 30 ancianos solos en sus casas y tardado días o semanas en encontrar sus cuerpos, nadie los había echado de menos. Pero hay otra soledad buena, el espacio moral en el que nos encontramos con nosotros, crecemos y sabemos quiénes somos”, escribe.

Para Marcela Guijosa, en su Escribir nuestra vida, Paidós, el relatar por escrito la vida propia puede sumir en los mares maravillosos -y tormentosos- de la creación literaria, pero tiene un efecto extra, sanador, auto terapéutico: la reconciliación del autor consigo mismo a partir de la revisión de su existencia, nueva manera de hacer la historia.

»Es una rebelión contra un modo de hacer la historia desde arriba, la oficial. Mucha gente quiere decir su visión desde acá, personal. Muchos sectores sociales que no tenían voz, quieren tenerla. Predominaba la autobiografía de personajes célebres, un género de la historia, muchas eran «aburridas y áridas», por poner el primer lugar una presunta búsqueda de la verdad. Es una »democratización de la autobiografía», cualquiera puede escribirla porque todas contienen elementos dramáticos y profundos. »Siempre suceden cosas especiales en cualquier vida, trágicas o cómicas; la cosa es saberlas buscar».

Es éste uno de esos libros autobiográficos que, por su naturaleza, únicamente yo –mal que bien- lo pude haber escrito.

Finalmente, mucho de nuestras vidas -si no todo- depende de los primeros años, porque después nunca más se podrá cambiar. Hermosillo, Sonora, verano del 2021. Héctor Rodríguez Espinoza.

III.- Espérelo, adquiéralo y disfrútelo.