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Paredes de adobe, techos con vigas, carrizo y tierra: relato del Hermosillo viejo

Vicente Calvo, un viajero español que en 1842 estuvo de visita en El Pitic, nos describe la vida y arquitectura de esta ciudad que, entonces contaba con 13 mil habitantes

Por Enrique “Kiki” Vega Galindo

En el año de 1842 visitó Hermosillo un señor de nombre Vicente Calvo quien realizó un manuscrito bastante interesante de cómo lucía este rincón sonorense por aquellos lejanos años de nuestra historia. Es un tratado que consta de doscientos setenta y dos hojas. Consta de prologo e introducción. El Capítulo IX está dedicado a describir a Hermosillo y su gente en los años de 1840 a 1842.

Este trabajo de investigación fue publicado en España en el año de 1843. Forma parte de los documentos protegidos por la Biblioteca de Madrid. Al llegar a este lugar al cual el nombra El Pitic porque asienta que así se llamaba, le pareció que la gente tenía cierto aire morisco. Con casas de un solo piso, formando calles rectas. Dispuestas en manzanas cuadradas.

Algunas buenas casas, estaban rodeadas de casitas miserables. A veces una sola casa ocupaba media manzana. Siendo las fachadas lisas y tristes, con un solo zaguán de puerta enrejada que daba acceso a un patio interior con un corredor rodeado de macetas con flores y pequeños jardines. Alrededor del corredor protegido por un techo y sostenido por arcos de ladrillo y madera, se ubicaban los cuartos que ocupaban las familias. Y las cocheras a su alrededor.

Las ventanas de las casonas rasgadas desde el techo hasta el suelo, eran protegidas con rejas de fierro. Algunas con muchos adornos o labores. Las paredes de adobe o ladrillo y los techos con vigas, carrizo y tierra, les daban apariencia, pero en general estaban mal empedradas, con piso irregular, extremadamente fangoso y resbaladizo en tiempos de lluvia.

Las tiendas o comercios eran abundantes y bien surtidas de mercancías extranjeras y del país. Permaneciendo abiertas hasta las nueve o diez de la noche, teniendo en cada puerta un farol encendido, que cuando cerraban se apagaba, quedando la población completamente a oscuras o en tinieblas.

La Plaza de El Pitic era de regular extensión, con buenas casas a su alrededor, que le daban una vista agradable. Frente a ella se encontraba la iglesia parroquial (ahora Catedral), bastante deteriorada, cuya construcción era de una sola nave, sin cúpula ni torre y decorada con sencillez en su interior.

Había además dos capillas, una fuera de la población llamada San Antonio a donde iban de paseo los vecinos de El Pitic y otra en uno de los barrios alejados del centro, recién construida, de arquitectura mixta, elegante, con pinturas de colores vivos y alegres, considerada como la mejor de Sonora. Era la Capilla del Carmen, que pertenecía a Don Pascual Íñigo, rico comerciante, quien la hizo construir para darle gusto a su mujer.

La Casa de Moneda (donde están la Oficinas de Correos y Telégrafos) de apariencia mezquina, estaba situada en una parte retirada de la población. El Mercado popular estaba surtido con pescado, frutas y legumbres. En los días de fiesta, solía ser muy concurrido, encontrándose entonces vendedores de flores, esencias y perfumes, que eran de mucho consumo en el Pitic.

Según la apreciación de aquel viajero español, cuando se llegaba del sur, presentaba el aspecto de un desierto que comenzaba a ser habitado, pero que si se entraba por el norte, parecía que se llegaba a una gran ciudad edificada sobre un modelo oriental, que poco a poco se semejaba a población europea de confusa y discorde arquitectura.

Por los datos proporcionados en este manuscrito, sabemos que el Pitic tenía en 1832 de ocho mil a nueve mil habitantes, habiendo sido de una década el aumento muy considerable, pero según el censo oficial de 1841 dio un registro de trece mil, siendo el lugar más poblado de Sonora. Aproximadamente una cuarta parte de aquellos habitantes eran considerados de raza blanca y el resto de mestizos e indios. A juicio de aquel visitante extranjero, la timidez de los indios residentes en El Pitic tenía su origen en la degradante situación en que vivían; en cambio, los mestizos, en sus acciones y movimientos expresaban su libertad e independencia.

11 Hillo GenteSe les daba en aquella época el nombre de léperos a las personas entregadas a la holgazanería y los vicios. Muy dados a los juegos de azar, la estafa y el robo. Por lo común no tenían hogar, vestían calzoncillos de jareta y su cama era una frazada que llevaban al hombro. Iban de una población a otra. Algunos tenían habilidad para tocar algún instrumento musical, bueno para cantar y dado a criar gallos de pelea. Sus mujeres arrabaleras, generalmente dadas a la prostitución, entregadas a la embriaguez, hacían el comercio de su cuerpo por precios ínfimos. Se vestían con enaguas y una especie de tápalo de figura cuadrilonga, dejando parte de las piernas, los brazos y los pechos descubiertos. El mayor lujo para ellas eran los zapatos, pues los usaban de rasó o algo que se le pareciera e invariablemente con tacón.

No obstante que El Pitic era en 1842 una población de más de trece mil habitantes. Vicente Calvo nos dice que no se encontraban en los paseos, ni en los lugares públicos aquellas mujeres que por sus trajes y maneras indecorosas hacían alarde de disolución, escándalo común en la Ciudad de México y en otras ciudades de la República. Tampoco se veían estas señoras en las esquinas ofreciendo sus favores, pues las cortesanas eran pocas y hacían sus negocios por medio de mensajeros, permaneciendo en sus hogares sin insultar la decencia pública.

Sostiene Vicente Calvo que el mejor atractivo de El Pitic era la fama de sus hermosas mujeres. Decía que eran numerosas de bellas formas y mucha gracia en sus maneras. Algunas extremadamente blancas, de ojos negros irresistibles con preciosas y arqueadas cejas, brazos redondos y torneados, lindas manos y pequeños y hermosos pies. De estatura alta y cuerpo elegante. Desde temprana edad se hacen púberes, siendo sumamente fecundas, con embarazos felices y alumbramientos fáciles y de pronta recuperación.

La mayoría de las mujeres crían a sus hijos con nodrizas importadas de España. Siendo las familias acomodadas las que tenían a su servicio hasta dos nodrizas. Nunca salen de su casa sin cubrirse con un tápalo, especie de chal de seda, importado de China. Con bordado de colores matizados que les desfiguraban el talle y les cubrían la espalda, los brazos y parte del rostro. Mujeres de trato amable y cariñoso, festivas y de gracioso estilo, con buena disposición a las reuniones sociales. Era su talento natural.

La Pitiqueñas vestía con gracia, y cuando concurrían a baile se les veía en trajes de lujo y calzado de seda ataviada con todo el gusto que podía ser posible. Dominada la moda de vestir europea principalmente la de París.

Las mujeres no dejaban de ser recatadas, acostumbradas a asistir a misa los domingos, luciendo sus encantos bien vestidas con sus manos llenas de anillos, cubiertas de joyas, y un grueso y hermoso rosario, que indudablemente atraía la mirada de los hombres que suspiraban al ver tanta hermosura de mujer.

Una mujer deseaba un joven incauto que cayera en sus redes y lo hacía caer al abismo del deseo, mostrándole sus cualidades, su encanto, su presencia respiraba amor. Los jóvenes forasteros eran su presa codiciada. En poco tiempo, sin muchos preámbulos contraía matrimonio y al final era una hermosa mujer casada, feliz, que podía formar un hogar.

Hermosillo era un Imperio Femenil. Un matriarcado. Difícilmente a una mujer sonorense bella y elegante se le podía escapar una buena presa. Hábiles para tejer su telaraña. Muchos años han pasado desde que aquel viajero español escribiera y describiera como pocos lo han hecho a la sociedad sonorense y en especial a Hermosillo.

El Pitic, ya no se llama así ahora se llama Hermosillo. Ya no es una ciudad tranquila. Su población se ha multiplicado en cien veces y más. Ya las viejas casonas han sido derrumbadas. Las casas de la actualidad son pequeñas, sin corredor, ni patio, ni jardín, ni cochera. Las calles angostas y rectas, hoy son anchas y están pavimentadas para dar cabida a un número cada vez mayor de automóviles. Las casas de un piso, ahora son complejos habitacionales o condominios. Las tiendas siguen aumentando y vendiendo las mismas mercancías tanto extranjeras como las del país.

Antes Villa de Seris era un lugar apacible y alejado de aquella ciudad que el viajero español vio en 1842, un pueblo risueño con sabor mediterráneo, alejado y a las orillas, reservado para ciertas gentes de alcurnia que consideraban este sacrosanto lugar como un retiro espiritual. Hoy Villa de Seris está rodeado por una mancha urbana, con casas de moderna construcción.

Las viejas casonas se han derrumbado, para ponerlas en venta a un buen corredor de bienes raíces. Las pocas casonas viejas son una ínfima minoría. Pero en Villa de Seris aún sigue habiendo léperos. Que ya no crían gallos de peleas, ni visten calzoncillos de manta. Hoy viven en hermosas y bellas residencias con automóviles último modelo. La prostitución no se ha acabado. Ahora ya no solo hay hermosas mujeres, las cosas han cambiado y los hombres les hacen competencia.

 

El Autor es: Sociólogo, Historiador, Escritor e Investigador.

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