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Que se acabe la fiesta o se acaba el País

Por Francisco Búrquez Valenzuela

Todos lo han visto o leído: una fiesta con alcohol y mariachi en el patio del Senado ha generado una polémica en la opinión pública, y también al interior del PAN. Aunque el tema es suficiente para discutirlo, digamos que la fiesta es lo de menos.

El tema de fondo es la transparencia, la rendición de cuentas, la eliminación de privilegios de la clase política. Es decir, no se trata de un solo senador, sino de todos los senadores de todos los grupos parlamentarios; se trata de todos quienes recibimos recursos públicos.

Como panista, claro está, me preocupa la pérdida paulatina del gran capital que tenía Acción Nacional antes de ser gobierno. Sus atributos, que parecían indelebles, de honestidad, austeridad, democracia, transparencia poco a poco se han diluido. Hoy los ciudadanos, y cualquier encuesta o asomo a las redes sociales lo evidencia, no ve diferencia entre partidos, entre políticos. Nuestros excesos han roto la confianza que tenía el electorado en sus elegidos y, lo que es peor, hemos destruido casi en su totalidad la esperanza que en otros tiempos aún se respiraba.

La corrupción está corroyendo a la política y a todos sus integrantes; el problema no es de personas, es de sistemas. Necesitamos poner límites para que se eviten tentaciones e imponer consecuencias para quienes sucumban; sean los que sean quienes vengan a ocupar espacios públicos, que tengan barreras de contención.

Los demonios están sueltos. Y debemos estar conscientes de que está en juego el aborto de la transición política en México, lo cual sería grave por las consecuencias: reversión democrática, involución institucional y parálisis en la participación ciudadana.

Es frustrante ver cómo el mundo está transformándose cada día en todos los sectores: científico, tecnológico, ambiental, artístico, cívico; pero el sector político es el más reacio al cambio.

En México hemos implantado una democracia simulada, controlada ahora ya no por un solo partido, como antes sucedía en la hegemonía del PRI; sino que ahora todos los partidos y sus integrantes participamos de esta simulación para el beneficio de la clase política y en detrimento de los ciudadanos.

Nadie nos escapamos y todos nos tapamos con la misma cobija. Nadie parece querer cambiar el sistema, más bien buscamos acomodarnos en él.

Son tiempos de definiciones. Debemos ya, ahora mismo, definirnos con acciones y testimonios: ¿seguiremos siendo, como dice la gente, todos iguales de corruptos, despilfarradores y mediocres? ¿O empezaremos a limpiar la casa y la conciencia dando señales de transparencia y honradez?

Como Senado tenemos la oportunidad de impulsar el Parlamento Abierto, una casa de cristal, que haga que lo que no se deba hacer no se haga, y lo que no se pueda decir ni siquiera se piense.

Que se acabe la fiesta, o se acaba el País. ¿Quién le entra?

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