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A mí las palabras me rescataron: Laura García

Por Imanol Caneyada

Laura García pasó por la Feria del Libro de Hermosillo y fue dejando un reguero de palabras nuevas, sonoras, mágicas, extrañas, únicas.

Algunas de ellas las atrapó en un libro, “Funderelele”, palabra que designa el instrumento con que se sirven las bolas de nieve.

Dice Laura García que este hallazgo, entre otras cosas, le ahorra una expresión tan larga como “la cosa esa con la que sirves el helado”, y ahora puede designar la herramienta con un vocablo cuya musicalidad la encandila: funderelele.

Hace 18 años que llegó a México esta madrileña amante de las palabras. Tenía 24 y unas ganas tremendas de vivir una aventura en un país lejano, con un español, aclara, que es otro español.

La trajo un proyecto, la de hacer una especie de diccionario de mexicanismos. Solo eran unos meses, asegura, pero la fascinante complejidad del español mexicano le hizo comprender que era ingenuo pensar que en tan poco tiempo podría desentrañar el alma azteca.

Ahora, casi dos décadas después, México ha ido ganando su corazón y es, entre otras cosas, conductora del programa más exitoso de Canal 22: “La dichosa palabra”.

El mundo de Laura García es el lenguaje. De hecho, confiesa que la mejor forma de no pelearse en una reunión en la que la política o la religión o el deporte amenazan con dividirnos es ponerse a hablar de palabras.

Y “Funderelele” (Planeta 2018) es un homenaje entrañable al poder de las palabras, las cuales, afirma, dicen todo de quien las utiliza, hablan de nosotros, de quiénes somos.

Para la conductora, traductora y escritora, es importante entender que todas las palabras son valiosas, todas, pero que hay que saber utilizarlas en el momento adecuado, de forma que desarrollamos un tipo de habla cuando  estamos con los amigos, con la familia o en el trabajo.

Por ello, cuanto más vocabulario poseamos, podremos expresar y entender mejor el mundo que nos rodea, dice.

Su más reciente aporte a ello no es un diccionario, ella prefiere llamarlo anecdotario, pues cada una de las 71 palabras que define en “Funderelele” van acompañadas de una breve historia en la que cuenta cómo las conoció y dio con su significado.

Así, el día que tuvo un esguince en la muñeca por practicar tenis virtual con su sobrina, fue al médico y durante la consulta le preguntó si los dedos de los pies tenían nombre. Y supo por boca del traumatólogo que el dedo gordo del pie se llama hallux.

O la vez que tomaba cerveza con unos amigos y se le metió la idea de que tenía que saber cómo se llamaba la espuma de esa bebida tan sabrosa cuando hace calor. Y descubrió que se llamaba giste, la única espuma que tiene nombre.

O aquella ocasión en la que montada una Ecobici en la Ciudad de México y se le rompió la barra superior de la misma; dice que sintió mucha impotencia al tener que utilizar muchas palabras para describir esa parte de la bicicleta, por lo que se puso a buscar el vocablo que la nombra y supo que se llamaba tija.

Y así sucedió con crencha, la raya que separa el cabello al peinarse, un término que le regaló su sobrina de once años cuando frente al espejo cepillaba su cabello y le preguntó si le había quedado bien la crencha. ¿La qué?

De esta forma, entre anécdota y palabra, Laura García hace eso que le apasiona, acuñar un léxico que tiene el poder, afirma sin titubeos, de la inmortalidad.

“Funderelele” es también su contribución a despertar de esa cada vez mayor flojera por utilizar el lenguaje con propiedad. Dame esa cosa, pásame el deste, toma el este, formas de empobrecer uno de los idiomas más ricos del mundo, el español, enriquecido gracias las múltiples formas que adquiere en cada país donde se habla.

Por ello advierte del uso indiscriminado de anglicismos, los cuales son bienvenidos cuando el español carece de un vocablo para nombrar algo, pero cuando no, es una forma de empobrecer nuestro idioma.

Y pone un ejemplo muy de moda hoy en día: “fake news”;  en español existe una palabra mucho más antigua y poderosa: paparruchas.

 “Funderelele” es también un testimonio de supervivencia. El 19 de septiembre de 2017, el temblor dejó totalmente inhabitable su casa, de la que únicamente pudo rescatar la laptop donde ya tenía empezado este libro. Ni ropa ni libros ni muebles, nada pudo sacar de su casa en ruinas.

Los días que siguieron a esa experiencia tan traumática fueron de angustia y miedo, y conoció cómo se llamaba ese sentimiento: tremofobia, miedo irracional a los temblores.

Entonces, en ese estado de vulnerabilidad y despojo, Laura García se abrazó del proyecto que tenía, este anecdotario-diccionario, para salir adelante.

Terminarlo, entregarlo a la editorial y verlo publicado fue su manera de vencer la tremofobia, por eso asegura que a ella, las palabras, la rescataron, le ayudaron a regresar al camino.