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Aquí les tocó vivir, en la región más sísmica del aire

Crónica de la valentía y la capacidad de reinventarse de la Ciudad de México a un mes del temblor

Por Imanol Caneyada

Ciudad de México.- Los ojos morbosos de los pasajeros se asoman por las ventanillas del avión en busca de las huellas.

La bestial Ciudad de México se acerca poco a poco, pero para decepción de todos, nada parece haber sucedido.

Es lunes 16 de octubre de 2017, a punto de cumplirse un mes del sismo de 7.1 que sacudió la capital del país.
Salgo del aeropuerto rumbo al Zócalo, en donde se celebra la Feria del Libro. La ciudad sigue su curso inalterable, caótica, estridente, productiva; la ciudad, herida y todo como está, se ha puesto de pie y ha regresado a ser ese ente que funciona inexplicablemente, pero funciona.

En el conteo de los daños, el Centro histórico ha terminado intacto; la colonias más golpeadas, donde las grietas, cuarteaduras y montañas de escombros se muestran visibles, son la Condesa, Roma, del Valle, un área que con los años había logrado convertirse en un espacio recuperado por la ciudadanía; una geografía de jardines y parques, cafés, restaurantes, librerías y foros culturales que le daban una intensa vida a la ciudad.

En el Zócalo me encuentro con Paloma Sáenz, la directora de la Brigada Para Leer en Libertad, y con su marido, el escritor Paco Taibo II. Los abrazo emocionado, me consta que a los minutos de temblar, la brigada cambió los libros por víveres y realizó una intensa labor de apoyo en muchos frentes.

Paco me dice que su casa, en la Condesa, quedó asombrosamente intacta, pero que si te asomas a la ventana el paisaje es el de un campo de guerra.

Paloma habla de la experiencia e inevitablemente recuerda el temblor del 85, mucho más devastador; me cuenta que, al menos, algo aprendieron de ese otro sismo, a comportarse, a saber reaccionar, a guardar la calma, aprendieron a sobrevivir al desastre.

La Brigada Para Leer en Libertad tiene el foro más grande en la feria del libro del Zócalo y el programa es nutrido, así que ambos, Paloma y Paco, se enfrascan en el frenesí de la programación.

Esta escena, la de hablar del terremoto, la de compartir los momentos vividos, se va a repetir a lo largo de los días con todos los citadinos con los que hablo; entiendo que es terapéutica esa necesidad de expulsar el miedo del cuerpo.

Laura Lara, que vive en la colonia del Valle, me cuenta después que aún no logra dormir toda la noche de un tirón, que se despierta al menor ruido, que la zozobra y una especie de irrealidad la rodean todo el tiempo.

Utiliza la misma imagen que Paco Taibo para describir los alrededores de su casa: zona de guerra.

Anabel es una española que hace 17 años vive en la Ciudad de México. No tiene el callo de los habitantes de una ciudad acostumbrada a los sismos. Me asegura que a cada instante siente que la tierra tiembla a sus pies, que camina por las calles y tiene la sensación de que el suelo, de repente, se sacude levemente. Aún le asaltan mareos inexplicables.

Le pregunto si se debe a las posibles pequeñas réplicas casi imperceptibles; Héctor, su marido, periodista cultural de Carmen Aristegui Noticias, me dice que es la sicosis, que es un efecto normal después de un sismo de esa magnitud.

Anabel me jura que en su vida había sentido un miedo como el que sintió el 19 de septiembre.

Me pregunto, viendo a los habitantes de esa ciudad tocada por el infortunio, traumatizados aún por la muerte, de dónde sacan las fuerzas y el valor para continuar con la vida, llenar los restaurantes, los foros de la Feria del Libro, los camiones y el metro, bromear, disfrutar y seguir contando la épica de la reconstrucción.

Héctor, en alusión a la respuesta de la ciudadanía, me aclara que esta vez salir a las calles después del temblor significaba poder ayudar a mucha gente viva; en el 85, recuerda, significaba salir a apilar cadáveres en las aceras.

No se compara con lo que fue aquello, dice.

Tal vez de ahí sacan las fuerzas, de la certeza de que podrán levantarse una vez más, como hace 32 años. Héroes de la fatalidad, me digo, sin duda.

Si no, cómo se explica la sonrisa y la tranquilidad con que Teresa, una librera de 23 años, cuenta que se ha quedado sin casa.

Vivía en la calle Ámsterdam, en la colonia Condesa, con sus padres, también libreros y editores de abolengo.

El edificio donde está su casa no se derrumbó, pero sufrió severos daños estructurales, por lo que las autoridades les impiden regresar a habitarlo. Pueden entrar y recuperar sus cosas, pero ¿a dónde las llevamos?, se pregunta Teresa, no tenemos otro lugar.

Provisionalmente viven los tres con el hermano mayor, en un pequeñísimo departamento estudio en el Centro, hacinados, durmiendo en el suelo.

Le pregunto qué alternativas les da el Gobierno de la ciudad.

Ninguna, me contesta.

El edificio, por su antigüedad, no tiene una constructora a la que reclamar los daños y que repare la pérdida.

Lo único que les han ofrecido es el acceso a créditos inmobiliarios blandos al 9% de interés.

¡Nueve por ciento de interés! ¿A eso le llaman un crédito blando?

Así es, no tienen más, perdieron su casa, todo, y la única salida de los padres de Teresa es volver a hipotecar el resto de su vida.

Durante esta semana, las retroexcavadoras y las brigadas de demolición han empezado ya a derrumbar los edificios evaluados como irreparables en la colonia del Valle.

Sus habitantes se agolpan en el perímetro y con lágrimas en los ojos despiden lo que fueron sus hogares por décadas.

La autoridad únicamente les permitió entrar diez minutos a sacar lo indispensable, todo lo demás muere bajo los escombros.

Ha empezado a oírse el clamor de quienes están en estas circunstancias pidiendo mayor comprensión a las autoridades para poder rescatar la mayor cantidad de objetos posibles; de momento se han mostrado inflexibles.

Los datos, sin ser definitivos, arrojan que alrededor de 3,500 inmuebles sufrieron algún tipo de daño, la mayoría leve, pero al menos 500 con serios daños estructurales.

Los edificios colapsados son 38.

Las personas damnificadas se estiman en cerca de tres mil.

Los otros datos, los que salen poco a poco a la luz, producto de la corrupción inmobiliaria, la negligencia normativa y el valemadrismo, también tendrán su costo en el 2018, cuando la gente vaya a las urnas con la memoria viva de la destrucción.

Por lo pronto, la candidata de MORENA al gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum, quien tenía amplias posibilidades de ganar, ve cómo se aleja la candidatura, como se vuelve inviable su postulación, enfrascada en aclarar y responder por el desorden inmobiliario en una de las delegaciones más golpeadas, Tlalpan.

Pero la vida sigue en esta ciudad que busca reinventarse, volver a ser el orgulloso centro neurálgico de un país que, como nunca, se volcó a ayudarla, en detrimento incluso de otras geografías igualmente asoladas por este destino telúrico.

Pero aquí nos tocó vivir, dicen los chilangos, en la región más sísmica del aire.