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¿Deseas conocer un secreto?

Para la cachora zurda.

En la columna vertebral de esta colaboración hay 2 anécdotas que se complementan.

¡Cue!

Por Franco Becerra B. y G.

Dicen que los poetas prefieren viajar en locomotoras, y si son de vapor… mejor.

Fue así como el 17 de noviembre de 1935 llegó al pueblo de Sagrillas “la crema y nata de la  intelectualidad”: el vate andaluz Federico García Lorca, acompañado del príncipe de los poetas, Pablo Neruda.  

¡Vaya par que llegó a la estación de Sagrillas aquella tarde!

Sin embargo, no hubo un alma en los andenes que los recibiera.

El chileno con  pipa en  mano y una mirada melancólica, casi casi vacuna, volteó a ver a su compañero como quien pregunta: “¿Y ahora?”

En silencio pulsaron sus maletas —por supuesto que de cuero— y caminaron por las empinadas calles empedradas del villorrio español hasta llegar al lugar del evento literario.

Los anfitriones deshaciéndose en disculpas, explicaron:

“Si fuimos a la estación, pero miren, la verdá no los reconocimos, pues creímos que vosotros vendrían vestidos de poetas…”.

García Lorca respondió como una centella:

“Es que somos… de la Poesía Secreta”.

(Si esto fuera un guion de televisión, aquí estaría señalado un puente musical)

Conocí la nobleza del desierto de Sonora, en compañía de mi compadre Marco Antonio Félix Bernal, artista polifacético, dueño del don de la inspiración.

Unos kilómetros antes de llegar a Bahía Kino nos internamos en el desierto por veredas polvorientas en un Jeep que reparaba como mula bronca a la primera provocación del monte.

Con la plática de Marco Antonio te olvidabas del reloj.  

Finalmente en un paraje solitario se erguía frente nuestros ojos un cardón tan imponente como una catedral gótica.

Marco Antonio me comentó que era el sahuaro más alto y robusto que había en  Sonora, y por supuesto le creí, primero porque Marco Antonio conocía los secretos del desierto sonorense y luego por la conformación de los poderosos brazos de aquel  coloso que se elevaban al cielo victoriosos.

En cambio, las arrugas de su corteza, acusaban el paso del tiempo. 

Mi compadre le calculó alrededor de 250 años.

Lo fotografíe de varios ángulos con la calidez de la luz de la tarde, pues mi comadre Alba Gloria Galindo Sánchez, funcionaria del Instituto Sonorense de Cultura, nos encargó la foto para diseñar el poster del Festival de las Culturas del Desierto de 1992.

La llovizna apareció en el desierto y un viento mecía en el aire el inconfundible aroma de tierra mojada.

Un rayo estremeció la tierra y la lluvia arreció.  

Después de guardar mi cámara en el Jeep, Marco me hizo señas para que me acercara con él al cardón.

Y sin mediar palabra alzó los brazos —muy largos por cierto— y tomando entre sus manos un brazo del cardón, empezó a acariciarlo lentamente de arriba para abajo y las agudas espinas lejos de herirlo, se tejían sedosas entre los dedos de Marco Antonio.

“Mira compadre, lo que hace la lluvia, ve esto —me decía— es como acariciar la cabellera de una mujer “.

Lo hice. Claro que lo hice para caer preso de un hechizo que me reveló que la poesía vive en el desierto de Sonora.  

Marco Antonio Félix Bernal, el creativo sonorense se despidió en el invierno del 2001, como se despide, siempre a tiempo, la gente elegante.    

Hoy recuerdo con cariño al compadre sonorense que me reveló el secreto del cardón, el monarca de los sahuaros.

Fade out a negros.