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El bebé Ángel Isaac traía la libertad bajo el brazo

Paola Zamudio, minutos antes de dar a luz en el Hospital de la Mujer, recibió la sentencia absolutoria del juzgado; esperaba una pena mínima de quince años

Por Imanol Caneyada

Desde las siete de la mañana de ese 13 de julio la llevaron del Cereso I de Hermosillo al Hospital de la Mujer para dar a luz; a pesar de contar con 42 semanas de embarazo, Denisse Paola Zamudio Chávez, acostada en la cama del hospital, únicamente acompañada por las custodias de la cárcel según dicta el protocolo, no sentía ningún dolor, ningún síntoma de que el niño quisiera venir al mundo.

Inesperadamente, a la una de la tarde un funcionario se presentó en el nosocomio para anunciarle la sentencia del juez.

Paola hubiera dado gracias a Dios si la condenaban a la pena mínima: quince años. Cuando escuchó que quedaba en libertad por falta de elementos probatorios, los dolores del parto llegaron en tromba y, retorciéndose por las contracciones, a duras penas pudo firmar la notificación del juzgado.

Unos minutos después la llevaron de emergencia a la sala de partos; apenas llegaban cuando Ángel Isaac asomó su pequeña cabeza al exterior.

“Fue un milagro —recuerda Paola tres semanas después—; mi bebé no quería nacer en la cárcel”.

Esta historia, de suyo asombrosa, tiene otros muchos elementos que la convierten en un relato fabuloso.

Hay que remontarse algunos años atrás; Paola tenía entonces 24 años y su vida era un caos, según confiesa; únicamente miraba por satisfacer sus necesidades y deseos inmediato y daba tumbos sin sentido.

Mantenía una relación sentimental con un muchacho que se dedicaba a robar automóviles.

En octubre de 2013, Paola se encontraba en una habitación del hotel City Exprés, cuando la Policía Estatal Investigadora llamó a la puerta para pedirle que los acompañara; únicamente iban a hacerle unas preguntas y después la dejarían ir.

Pasaron muchas horas en las que le preguntaron sobre su novio y sobre el cómplice de éste; aceptó que los conocía, aceptó que los había presentado e, incluso, que una vez fue con ellos en un coche robado a San Pedro, de donde se regresó caminando por una discusión.

Le dijeron que no tenía por qué preocuparse, la llevaron ante el Ministerio Público, en donde firmó unos documentos que ni siquiera leyó; le dieron las gracias por su colaboración y le prometieron llevarla a su casa.

En el camino, la unidad de la PEI se desvió al Hotel del Sol, el centro de arraigo que la Procuraduría conservaba en aquella época. Ahí estuvo una semana en calidad de indiciada; posteriormente la trasladaron al Cereso I mediante un auto de formal prisión.

Entonces supo que se le acusaba de ser la autora intelectual de cinco robos de vehículos y de comercialización y desmantelamiento de los mismos; el muchacho, el papá de éste, un primo, los policías y el dueño del lugar donde desarmaban los carros robados la señalaban como tal.

Los policías habían mentido en la declaración y dicho que la habían interceptado en la calle Serna esquina con Reforma.

Paola recuerda que todos ellos se confabularon para hundirla, y que en ese momento, su primer abogado le comunicó que con suerte obtendría una pena mínima de quince años, aunque el riesgo de que fueran 50 estaba latente.

Paola se resignó y dice haberse acogido a la gracia de dios para que le cayeran nada más tres lustros, con eso se daba por servida.

Pasó tres años y nueve meses encerrada en el Cereso I de Hermosillo en espera de sentencia; tuvo tres abogados más que no hicieron nada por su caso; por el cuarto, conseguido por su padre, no daba un quinto. Ahora son grandes amigos, su trabajo fue impecable.

Durante ese tiempo encerrada en el área femenil, Paola confiesa que aprendió a ser libre.

Aprovechó todos los cursos y talleres que le ofrecían, colaboraba en todo lo que le pedían y creó lazos de amistad tan fuertes con las demás internas que ahora, en su casa, rodeada de su familia, aún las extraña y mucho.

“Entendí que antes de esta experiencia, por el tipo de vida que llevaba, estaba muerta en vida”.

Al tercer año de estar en la cárcel quedó embarazada; del padre no quiere hablar, es alguien prescindible, “este niño tiene mucha madre y le basta”.

El pasado 13 de julio, Paola contaba ya con 42 semanas de embarazo, por lo que fue llevada al Hospital de la Mujer para, en último caso, inducirle el parto. De ese día no pasaba, le había advertido el médico.

5 Hospital MujerA las siete de la mañana inició el traslado; ella no sabía si la conducían al hospital o al juzgado, pues ese mismo día el juez dictaría la sentencia sobre los delitos que le imputaban.

Su padre acudió a los juzgados, su madre al nosocomio, aunque se quedó en la sala de espera pues el protocolo le impedía acompañar a su hija.

Pasaban las horas y Paola no sentía absolutamente ningún dolor propio del parto, nada de nada. El bebé al menos una semana atrás ya estaba en posición, pero no manifestaba ningún deseo de salir.

A la una de la tarde su madre apareció a un lado de su cama. La emoción de verla ahí parada le nubló la vista y empezó a llorar, se abrazaron de felicidad; en ese instante se dio cuenta que un hombre acompañaba a su madre; venía del juzgado para comunicarle la sentencia.

Paola rogó a Dios que fueran nada más quince años, con ello se conformaba, aceptaba el castigo y lo afrontaría con dignidad.

Cuando el funcionario leyó la sentencia absolutoria por falta de pruebas, comenzó a dar gracias a Dios a gritos, incrédula de su suerte, de la voluntad divina que jugaba a su favor.

Pasada la euforia, el funcionario le pidió que firmara la notificación de la sentencia; en ese momento, un dolor insoportable atravesó su cuerpo, un dolor tan intenso que le impedía firmar.

Retorcida por las contracciones logró estampar su rúbrica en los documentos; de pronto tenía ya ocho de dilatación, había que llevarla rápidamente a la sala de partos; no bien llegó al lugar, Ángel Isaac llegó al mundo con la libertad bajo el brazo.

Del hospital, Paola, con su hijo recién nacido en el regazo, se marchó a su casa.

En el Cereso, todas sus amigas la esperaban ansiosas, era el niño más deseado de Sonora, confiesa Paola.

Ahora, a menos de un mes de lo que ella considera un milagro, Paola solamente piensa en llevar una vida útil, feliz, transitar por un camino lleno de bendiciones.

No se arrepiente del tiempo que pasó encerrada, ahí aprendió a conocerse y a enderezar el camino.

De no haber sido por esa experiencia, hubiera terminado loca o muerta, dice justo en el momento en el que Ángel Isaac despierta y reclama a su madre con un llanto.