Héctor Rodriguez Espinoza

Eusebio Francisco Kino: Su venerabilidad, ocasión para recobrar su humanismo

Por Héctor Rodríguez Espinoza

  1. El próximo domingo 9 se celebrará el rito de elevar, al grado de Venerable, a Eusebio Francisco Kino. Este 2020 recordamos trescientos nueve años de su muerte. En el año 2011, las sociedades del noroeste de México y del suroeste de Estados Unidos, y sus autoridades civiles y religiosas, tuvieron la obligación de conocer más a fondo, por encima de lo vulgar, prejuiciado y superficial de este noble personaje, su vida y obra, época importante para el proceso de aculturación cristiana-occidental, hasta nuestros días.

En 1987, por los 300 años de su arribo a Sonora, el Gobierno del Estado formó un comité de festejos, presidido por el culto Notario Juan Antonio Ruibal Corella, coordinó actividades culturales –timbre y monedas conmemorativas, Simposio Binacional, reimpresión de libros y mural alegórico en Magdalena-, recreativas y deportivas. El Jefe del Ejecutivo expidió decreto obligatorio, uso en la correspondencia oficial la leyenda: “Año del tricentenario del arribo de Eusebio Francisco Kino a Sonora”.

La iglesia católica lo denominó “Año del Padre Kino”, difundiendo relación cronológica de los pasos de su llegada a este inhóspito septentrión árido americano y juzgado “en todo la providencia de Dios…”.

  1. Escenario histórico-cultural.

Aun cuando nació, vivió y desparramó sus virtudes en el siglo XVII, Kino fue producto del siglo XVI. De la importancia de este siglo para la evolución del espíritu humano traemos a colación a Vicente Riva Palacio:

“Jamás el espíritu ha desplegado, con tan vigorosa energía, su poderosa actividad en todos sentidos: todo se creaba, todo se reformaba, el mundo se conmovía en espantosa revolución, atravesando por un periodo verdaderamente apocalíptico en el que parecían haberse dado cita sobre la tierra todas  las heroicas virtudes y todos los horribles vicios, para producir las acciones más sublimes y los crímenes más repugnantes, las obras de arte más suntuosas y las más lastimeras destrucciones, las teorías más avanzadas de libertad y de progreso, los descubrimientos más maravillosos en las ciencias y en las artes y las más ignominiosas doctrinas de despotismo y abyección y el más culpable empeño para extender la ignorancia y el oscurantismo.

Era el siglo de combate de todos contra todos. Luchas religiosas, políticas, sociales, literarias, científicas, descubrimientos y conquistas de países ignorados y desconocidos, reformas en las costumbres, en las legislaciones, en la religión, en la filosofía, todo lo traía y todo lo intentaba ese siglo que preparo con una evolución convulsiva y sangrienta, la geografía del mundo y el estado de los espíritus para recibir la semilla de la moderna civilización.

La conversión al cristianismo de tantos millones de hombres en el Nuevo Mundo y en tan corto periodo, coincidiendo con la separación de la iglesia católica de poderosas naciones en el antiguo continente, es un fenómeno tan singular y tan extraño que quizás no volverá a repetirse nunca; pero que bastara por si solo a hacer, del siglo XVI, el más notable de los periodos en la historia del espíritu humano”.

El Papa Alejandro VI dicta la Bula Inter Coetera, que titula a España y a Portugal las tierras descubiertas en América. Lutero rompe con la Iglesia Católica, acusado de hereje y la reforma religiosa se extiende; la Iglesia se separa de Roma; en París, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Diego Laines fundan la Compañía de Jesús y se efectúa el Concilio de Trento, con el triunfo 48 de las tesis dogmáticas.

III. La figura del misionero trentino trasciende los límites de jubileos anuales, por necesarios que sean para divulgar –no vulgarizar- la memoria de todos aquellos hombres en la economía, la política y principalmente de las humanidades, deben ser estudiados y tenidos en su justa dimensión de sobresalientes distribuidores a nuestra particular identidad cultural, fecundada e injertada, desde entonces, por otras civilizaciones con sus escalas de valores.

Se debate acerca de si los grandes episodios de la historia son obra de un hombre o resultado natural de procesos sociales, en los que aquel se encuentra inmerso.

Son los procesos sociales los que producen los grandes jalones de la humanidad hacia mayores y mejores estadios de civilización. Pero también que, como todo fenómeno humano, son conducidos por protagonistas y/o antagonistas concretos, de carne y hueso, con inteligencias y corazones superiores. Superiores –sobre todo- porque ponen sus dones y sus dotes al servicio de las causas de sus semejantes, sin importar sacrificios, el mayor de los cuales es perder su vida. Es cuando surgen los mártires, los prohombres, los héroes, los semidioses y los santos.

Mucho es lo bueno y lo malo que las aproximadamente ocho generaciones de sonorenses que hemos nacido y vivido aquí, a partir de 1600, debemos a aquellos europeos, militares los primeros, religiosos otros, que por intereses de expansión imperialista del gobierno español, civil y católico, dominaron a nuestras tribus originarias que habitan las zonas Guarijía, Mayo, Yaqui, Ópata y Pima.

Para quienes de ellos vieron en estas tierras y hombres, sólo una fuente de ambición y saqueo de sus riquezas minerales, de explotación del trabajo indígena, incluyendo su conversión a esclavos para enviarlos a Veracruz y a Cuba a fortificar defensas marítimas, mi más profundo desprecio y razonado rencor histórico.

Pero, para quienes vieron en estas tierras y hombres, espacios de desarrollo económico socialmente repartibles y de redención de almas para convertirlos a las fe y religión cristiana, porque consideraron que su cultura gentil y pagana era “obra del demonio” –sin perjuicio de la validez histórica y científica de su tesis-, mi aprecio, respeto y gratitud.

En este segundo grupo se encontraba la gran mayoría de los misioneros jesuitas que cultivaron la conciencia de los grupos étnicos y sembraron semillas en una tierra tan espiritualmente fértil, cuya germinación es hoy día un fruto propagado y difícil de erradicar por medios no violentos.

Definamos el carácter de Kino: colonizador, misionero, predicador y padre; expedicionario, explorador, congregador, fundador, humanista y civilizador.

Con excepción del primer adjetivo, corresponden a Kino todos estos títulos.

No colonizador porque éste establece una colonia a través del “movimiento de población en un país (metrópoli) a otro, (colonia)”; y Kino reunió o congregar a la población indígena originaria, pero dispersa, en sitios comunales. (Claro que, como parte de un gobierno colonialista que estableció en otro país una colonia –nombre con el que se conoce este período histórico nuestro-, Kino sí fue un colonialista).

Como jesuita le corresponden las cuatro siguientes calidades, que ejerció en forma magnífica. Merecidos, al buscar y encontrar las rancherías dispersas y grupos nómadas de la desértica Pimería Alta, los asoció y hermanó en Misiones, y fundó pueblos, muchos de los cuales existen.

Los dos últimos son los que lo describen. Al predicar la enseñanza y adopción de un nuevo idioma, una religión, un régimen de propiedad de la tierra, un sistema de vida fundado en el mejoramiento del hombre y del pueblo al través de la educación mental y espiritual, y del trabajo, transmitió una civilización, la española, heredera de las tradiciones clásicas de Grecia y Roma.

Acoto: el que admita que tanto Kino, como sus antecesores y sucesores, hayan sido los que trasplantaron una cultura, su cultura, no significa que aquí no haya existido alguna. Había, cuando menos, dos regiones y arquetipos culturales: la guarijía-ópata-yaqui-mayo de la sierra y costas, más avanzados por su manejo de los cuerpos de agua, que les deba el carácter de agricultores incipientes; y la pima del desierto, que por carecer de ese vital líquido en forma regular y seguramente en busca de él, eran nómadas estacionales. Su frontera natural era el rio San Miguel.

Desgraciadamente son muy pocos los testimonios que existen relativos a aquellas culturas pues –a diferencia de las pirámides, códices y otros magnos testimonios pervivientes de las altas culturas mesoamericanas-, no nos legaron grandes monumentos materiales. Carecieron de escritura, y no sabemos de indígenas que, ya alfabetizados, hayan escrito sus atestaciones sobre esos primeros tiempos de la historia pre colonial y colonial de Sonora.

  1. La figura de Kino destaca entre esa pléyade de sembradores de fe. Es curioso, pero aunque resulta injusto para los demás, ello es así. Sus razones existen. A esas razones, méritos y frutos está dedicada mucha de la atención del ámbito cultural de Sonora, de Arizona, de las Californias, de Italia y, ojalá del resto de México, de los Estados Unidos y de Europa. La alta Pimería, unida hace pasados tres siglos por orígenes geo culturales, está hoy, desde hace 172 años, dividida en dos países vecinos, distintos y distantes, por razones geopolíticas. Pero las raíces y corrientes subterráneas de nuestros comunes orígenes, terminan por trasponer estos límites.

Sigue siendo un hombre y un nombre muy familiar para nosotros. Sujeto y objeto de más honor y gloria de hoy en adelante. Incluso en contra de su propia voluntad. Fiel a sus votos de castidad, obediencia y pobreza, “he desires no honour and glory for himself”, lo afirmó la kinóloga Annamaría Kelly, en su ponencia La espiritualidad y carácter de Kino, en Congreso en Roma en 1987. Muerto en forma pacífica, hubiera preferido este honor y esta gloria para el P. Francisco Javier Saeta, su joven compañero muerto a flechazos en la Misión de Caborca, por pimas de Tubutama, el sábado santo 2 de abril de 1695, y a cuyo sacrificio, muy sentido por Kino, le dedicó un libro: “Inocente, apostólica y gloriosa muerte del venerable P. Francisco Javier Saeta”.

  1. Observo una fortísima dosis de malinchismo que, el propio Kino, hubiera lamentado: en 1987, el 21 de abril, se cumplió también el primer centenario del fusilamiento, por el Gobierno, del cacique yaqui José María Leyva-Cajeme, defensor de la integridad territorial y cultural de esa indómita y sufrida tribu sonorense. A excepción de un libro que sobre su vida debió publicarse, no sé de ningún otro acto conmemorativo y digno de esa su autóctona figura. Ni tan siquiera en alguna localidad del ahora ubérrimo Distrito que lleva su nombre. ¿Visión y subcultura de los vencidos?
  2. Pero mucho cuidado. Podemos incurrir en el grave riesgo y error cultural y político de mitificarlo y reducirlo a discursos, nichos, pedestales, monumentos y altares que, los gobiernos civiles y las autoridades religiosas, suelen erigir para apropiarse de –y expropiarnos a – quienes, seres humanos como nosotros, fueron superdotados de un código genético cimero para emprender proezas de esta envergadura.

Fue un ser humano, tanto que, egresado de las mejores universidades de su tiempo, decidió vivir entre los indígenas que, cuarenta años antes, Andrés Pérez de Rivas había descrito como “los más bárbaros y fieros de nuevo orbe”. (Ojalá nuestros ascendientes más próximos hubieran sido –y nosotros y nuestros hijos lo fuésemos ahora y mañana- tan “bárbaros y fieros”, como aquellos nuestros originales ancestros, para defender nuestra integridad nacional, en contra de la pérdida del suelo y de la penetración y manipulación ideológica del exterior).

VII. Ensalcemos a Kino estudiando, enseñando y viviendo, a plenitud y con honradez, nuestra historia, la de la patria y de la Matria (“área homogénea de características físicas y culturales diferentes de las aéreas vecinas” –para decirlo con Luis González-), que aquel visionario universitario del mundo forjó. Solo así podemos conocerla más y amarla mejor.

Este 2020, con la crisis pandémica que se nos adhiere a cada poro de la piel individual, nacional y global, y ante el reto de un “mal necesario” y despersonalizante etapa industrial y robótica, en la que rendimos pleitesía a su majestad la máquina, con y como Kino camino a su canonización, volvamos los ojos y el corazón hacia el hombre, como figura señera de la historia y único ser creador de valores.