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Guía práctica para entender el conflicto en Catalunya

Por Imanol Caneyada

El mundo entero está en shock. Las imágenes de la Policía Nacional española y la Guardia Civil golpeando y arrastrando por el suelo a ciudadanos pacíficos que pretendían votar en un referéndum en una ciudad como Barcelona, capital de Catalunya, nos han llenado de incredulidad; un conflicto político que hasta ahora se había mantenido restringido a las fronteras del Estado español, le ha dado la vuelta al mundo.

Precisamente en esa ciudad, una de las capitales culturales de la vieja Europa, perla del Mediterráneo, símbolo de la modernidad española, hemos visto escenas que la cotidiana realidad normalmente ubica en otras ciudades como las nuestras, o de Venezuela, o Chile o Argentina o Estambul.

¿Es posible que haya sucedido en la Europa de las libertades, de la moderación, del parlamentarismo, de los derechos humanos?

Sí.

¿Por qué?

Responder a esta pregunta no es fácil. El conflicto en Catalunya (así como en su momento en el País Vasco) tiene profundas raíces históricas que trataremos de resumir para ubicar lo sucedido en esa región del mundo.

El Estado español, España, como tal, es una creación política de los reyes Católicos. En el siglo XV, mediante bodas y alianzas estratégicas, los reyes católicos fundaron una nación a partir de un puñado de reinos y principados que hasta ese momento tenían una identidad cultural independiente, incluyendo el idioma, en este caso el catalán (lengua romance hermana del español, el francés, el italiano o el portugués).

La hegemonía de este nuevo estado fundado en el Renacimiento (como la mayoría en Europa) se mantuvo en muchos periodos de la historia gracias al mutuo interés político, pero también mediante la represión y el uso de las armas.

El antecedente histórico más cercano a lo que presenciamos el pasado domingo en Catalunya se dio en el marco de la Guerra de Sucesión española a principios del siglo XVIII.

A la muerte del rey Carlos II, perteneciente a la familia de los Austria, se desató un conflicto bélico por el trono entre la descendencia de este rey y la familia real francesa de los Borbón. Catalunya tomó partido por la familia de los Austria (Habsburgo), entre otras cosas porque el modelo de reinado de éstos era federalista y Catalunya poseía una serie de derechos (fueros) que la convertían prácticamente en un estado independiente.

El resto de España tomó partido por los Borbón, una monarquía centralista y despótica (el Estado soy yo, llegó a decir uno de los borbones más célebres, Luis XIV).

El gobierno catalán de aquella época pactó un apoyo irrestricto a los Austria a cambio de que al final de la guerra se les reconociera su independencia. Los Habsburgo aceptaron.

Pero los Habsburgo, debilitados en ese momento por cuestiones internas, fueron perdiendo la guerra al grado de dejar a Catalunya sola frente al poderoso ejército borbónico, en ese momento considerado el mejor del mundo.

En 1714, la última ciudad que aún ondeaba el estandarte de los Austria en España era Barcelona. El asedio a la ciudad por parte de los borbónicos y la posterior toma de la capital de Catalunya es uno de los episodios más sangrientos de la historia europea. Los Habsburgo traicionaron a los catalanes y los dejaron morir solos.

El 11 de septiembre, día en que claudicó la ciudad para detener el baño de sangre a la que había sido sometida durante meses, hoy en día se celebra en Catalunya como una fecha simbólica de la resistencia y las aspiraciones independentistas de ese pueblo.

Los deseos de autodeterminación y de crear una nación catalana son históricos en ese pueblo, no producto de un capricho reciente.

Doy un salto en el tiempo y aterrizo en el la dictadura franquista. Tanto el nacionalismo vasco como el catalán, durante los 40 años que duró el Caudillo en el poder, se convirtieron en los opositores más férreos.

Entre otras cosas porque la República derrotada por las tropas franquistas durante la  Guerra Civil aspiraba a un modelo federalista que respetaba los fueros históricos de vascos y catalanes; mientras que la dictadura franquista impuso un concepto de nación único e indivisible, una España artificial cuyos símbolos internacionales son los toros y el flamenco, un folclor propio del sur del país con el que ni la mayoría de los vascos ni catalanes se identifica.

Con la llegada de la democracia a la muerte de Franco, Catalunya emprendió el camino político para recuperar y ampliar estos fueros históricos, es decir, una cada vez mayor autonomía económica y política de Madrid.

Este camino, la paulatina recuperación de los derechos históricos a la autodeterminación, en los años recientes llegó a un punto de no retorno. Lo que seguía, se planteó el gobierno catalán nacionalista con el apoyo de al menos la mitad del pueblo catalán, era realizar un referéndum para que los catalanes decidieran de forma democrática si continuaban formando parte del Estado español o no.

Y así llegamos al 1 de octubre de 2017.

Domingo violento

Los kurdos de Irak acudieron a las urnas el 25 de septiembre para votaron un referéndum por la independencia.

¿Qué es lo que estaba en juego el pasado domingo en España? Muy sencillo: la capacidad del gobierno español encabezado por Mariano Rajoy de gestionar políticamente un conflicto que era político y nada más.

El antecedente más inmediato lo encontramos en el Reino Unido. En 2014, el parlamento escocés aprobó la realización de un referéndum para decidir si continuaban o no perteneciendo al Reino Unido. El gobierno inglés, en lugar de reprimir la iniciativa, lo que hizo fue crear una campaña de convencimiento de que lo que más les convenía a los escoceses era seguir formando parte del Reino Unido.

Se llevó a cabo la votación de manera pacífica y ordenada un 18 de septiembre de 2014 y el resultado fue que un 55% de los votantes dijo no a la independencia.

El gobierno español pudo seguir este ejemplo y este modelo. Dejar que los catalanes decidieran sobre su destino e inferir desde la política para persuadirlos de que el camino no es el de la separación.

Muy probablemente, el pasado 1 de octubre hubiera ganado el no, así como en Escocia.

Sin embargo, el gobierno de Mariano Rajoy apeló a la ilegalidad (a la inconstitucionalidad) del referéndum aprobado por el parlamento catalán e inició una escalada de amenazas con encarcelar a los líderes políticos de los partidos independentistas y neutralizar por la fuerza el proceso democrático que pedían los catalanes.

Queremos votar (volem votar) gritaban ese vergonzoso domingo a las fuerzas policiacas los dos millones de catalanes que salieron a las calles.

Esta actitud de Rajoy enardeció a los nacionalistas y radicalizaron sus posturas de una manera tan irresponsable como la del gobierno central.

Dos formas históricas de entender la democracia: la primera, la anglosajona, que parte del hecho de que las leyes emanan de la voluntad del pueblo a través de sus representantes populares, es decir, diputados o asambleístas o congresistas, como ustedes quieran.

No olvidemos que los ingleses inventaron el parlamentarismo.

La segunda, la española, en la que las leyes las impone el Estado si es necesario por la fuerza.

No olvidemos que España tiene una tradición democrática de apenas 40 años frente a una historia de dictaduras y monarquías absolutistas rancia y añeja.

La incapacidad del Gobierno español de gestionar una crisis política que hunde sus raíces en la historia con las herramientas propias de la política exhibió, entre otras cosas, la incipiente y balbuceante democracia en ese país y las taras e inercias que aún arrastran los españoles, producto de un pasado que en reiteradas ocasiones ha elegido la gobernabilidad autoritaria frente a la democrática.

Así que, viéndolo bien, no deberían extrañarnos tanto las imágenes que presenciamos el pasado domingo. Los padres de esos policías y guardia civiles que salieron con escudos y porras a enfrentar a una población que demandaba un ejercicio democrático, salieron cuarenta años antes a esas mismas calles a reprimir a los manifestantes que pedían poner fin a la dictadura de Franco.

El escenario se ha complicado de manera endiablada como sólo en España puede pasar. Mientras que el gobierno catalán, en un ejercicio de fanatismo, da por bueno el resultado del referéndum (en el que el 90% dijo sí a la independencia, pero en el que votó menos del 50% de los catalanes por las condiciones en que se dio el mismo), y continúa con su agenda hacia la declaración de independencia; el gobierno central, en un ejercicio de cinismo, argumenta que el referéndum no representa la voluntad del pueblo catalán por las condiciones en que se dio, condiciones que impuso el propio gobierno de Rajoy para desactivar el ejercicio en las urnas.

Lo que sigue es que el parlamento Europeo intervenga y ponga orden, cosa que no va a hacer; o bien que se recrudezca el conflicto hasta que la escalada de violencia se vuelva mucho más preocupante.

Por los antecedentes históricos, Europa, una vez más, podría darle la espalda a España que, a su vez, podría (subrayo el podría) recurrir a lo que históricamente ha recurrido para dirimir las diferencias: el insulto, el grito y el golpe.

Esperemos esta vez que no sea así. La Guerra de Sucesión y la Guerra Civil españolas nos advierten desde el pasado de las terribles consecuencias.