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La Cuaresma yaqui, amenazada por la globalización

El sociólogo Tonatiuh Castro Silva niega que la celebración vaya a desaparecer, pero la profunda brecha generacional al interior de los yaquis ha relajado los rituales y vaciado sus contenidos; la falta de posesión legal de las tierras ceremoniales es una amenaza constante 

Por Imanol Caneyada

Cada año, al llegar la Cuaresma, las comunidades yaquis asentadas en Hermosillo pasan de ser invisibles a cobrar una notable notoriedad, relacionada con los rituales con que celebran esta fiesta cristiana.

Cada año, los chapayecas invaden las calles y los hermosillenses atestiguamos sus danzas con un profundo desconocimiento de su significado.

Pero más allá del folclorismo turístico, se impone una realidad: la Cuaresma y la Semana Santa yaqui han sobrevivido durante siglos y ha sido un factor de profunda identidad y unión entre las diferentes comunidades de esta etnia migrante.

En estos tiempos de globalización y pérdida de las señas locales que nos dicen quiénes somos, ¿está amenazada esta particular y genuina celebración?

Tonatiuh Castro Silva, sociólogo, docente en la Unison, investigador en la Dirección General de Culturas Populares, fundador de Societal Agencia del Conocimiento y escritor, descarta que vaya a desaparecer, incluso asevera que desde el punto de vista cuantitativo, tiene más vigor que nunca, porque se han ido sumando mestizos a los rituales y, a diferencia de antes, en la actualidad grandes grupos se concentran en los terrenos ceremoniales para participar en la fiesta.

Sin embargo, considera que la globalización sí está afectando a la celebración de diferentes maneras.

Un ejemplo del impacto de la globalización son las máscaras. La tradicional, de piel, con la prominente nariz y los grandes labios (en alusión al pueblo judío), ahora han sido sustituidas por personajes mediáticos.
Un ejemplo del impacto de la globalización son las máscaras. La tradicional, de piel, con la prominente nariz y los grandes labios (en alusión al pueblo judío), ahora han sido sustituidas por personajes mediáticos.

Castro Silva pone como ejemplo las máscaras que usan los chapayecas. La tradicional, de piel, con la prominente nariz y los grandes labios (en alusión al pueblo judío), los jóvenes han empezado a sustituirla por personajes mediáticos como Bart Simpson, por poner un ejemplo, o personajes políticos de la actualidad.

Esto, ilustra el entrevistado, ha provocado una notable tensión entre las nuevas generaciones y la autoridad tradicional, la cual defiende el uso clásico de estas máscaras.

Para el sociólogo, estamos ante un hecho que se da en toda la sociedad, no solamente al interior de la etnia yaqui: la profunda brecha generacional, más acentuada que antes debido a la aparición de las nuevas tecnologías y la globalización.

También ha habido un relajamiento de las reglas que imperan en el comportamiento de los celebrantes durante estos cuarenta días de ascetismo, que recuerdan a los cristianos los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, antes de entregarse a la crucifixión, añade Silva Castro.

Si antes, recuerda el investigador, los observantes no bebían leche, ni comían carne ni fumaban ni tomaban alcohol ni tenían contacto con mujeres, en la actualidad son más permisivos.

Asimismo, la prohibición de dejar el terreno ritual durante este tiempo de contrición ya no se respeta y los participantes acuden a dormir a sus casas, incluso a comer.

El sitio ceremonial, añade Tonatiuh Castro, es reflejo de lo que está pasando en el resto del país y del mundo. La criminalidad y la drogadicción se han hecho presentes y se han registrado pleitos entre grupos ceremoniales.

A esto hay que añadirle la cada vez mayor asistencia de turistas étnicos que invaden la ceremonia sin conocer sus significados y sin respetar las reglas.

Una historia de esclavitud, persecución y explotación

La percepción que tienen los yoris (blancos) de los yoeme está muy distorsionada, producto, reflexiona el investigador, de la ignorancia sobre la historia de esta particular etnia.

7 Fariseo 5Hay una idea generalizada, dice el entrevistado, entre la población mestiza y blanca de que los yaquis son malos, peligrosos, agresivos, excluyentes.

Esto no es así, la prueba es que en los barrios del Coloso y La Matanza, donde hay mayor presencia yaqui en la ciudad, los vecinos yoris se han integrado a las celebraciones de los yoeme sin ningún problema.

Pero hay una historia terrible de esclavitud, persecución y explotación detrás de la presencia de las comunidades yaquis en la capital del estado.

Castro Silva nos la resume así.

La primera oleada de yaquis que llegaron a lo que hoy conocemos como Hermosillo sucedió a causa de la esclavitud.

Agustín de Vildósola, en cuyo honor existe un enorme bulevar que lleva su nombre, gobernador y capitán general de Sonora y Sinaloa entre 1740 y 1748, fue destituido por la Corona por corrupto y esclavista y actuar en contra de las reformas borbónicas que en esa época estaban promulgándose.

Durante el tiempo que ejerció su cargo, se apropió de bastos terrenos en lo que hoy es Villa de Seris, desvió agua del río Sonora para sus haciendas y trajo cientos de yaquis del sur del estado en calidad de esclavos para trabajar en sus campos.

En 1748, por estas prácticas de enriquecimiento y el ejercicio de la esclavitud, fue despojado de su  cargo una vez que el juez pesquisador José Rafael Rodríguez Gallardo concluyó su investigación.

Estos yaquis y sus descendientes, una vez liberados, no regresaron al valle del Yaqui, sino que se convirtieron en mano de obra de las haciendas y ranchos aledaños, asentándose en lo que hoy conocemos como los barrios de La Manga, El Ranchito y El Mariachi.

Ya en esa época y en esos lugares, puntualiza el entrevistado, celebraban la Cuaresma y la Semana Santa según sus rituales.

Posteriormente, en el profiriato, durante la guerra del yaqui (1870-1910), el etnocidio llegó a tales grados que los yaquis fueron utilizados para construir la Antigua Prisión, en las faldas del Cerro de la Campana, para posteriormente recluirlos ahí con el objetivo de venderlos a los hacendados de Yucatán.

Durante la construcción de este presidio, el cual responde a las especificaciones positivistas de la época, y la posterior reclusión, los familiares de los yaquis se asentaron en La Matanza, Las Pilas y Hacienda de la Flor.

Entre 1928 y 1930, en nombre de la industralización, los yaquis que vivían en La Manga, El Mariachi, la Cinco de Mayo y El Ranchito fueron desplazados, por lo que se concentraron en El Coloso Bajo.

También hay registro, añade Tonatiuh Castro, de que estas comunidades celebraban la Cuaresma y la Semana Santa en esa época.

Lo anterior demuestra cómo la cultura yaqui ha resistido durante más de tres siglos a un ambiente hostil y ha logrado sobrevivir a pesar de las constantes amenazas.

La causa, nos indica el entrevistado, reside en su carácter cultural, en su persistencia étnica, un rasgo muy identificable en este pueblo originario, a diferencia de otros, que con el paso de los años han hecho tantas concesiones que han terminado por desparecer, como los ópatas.

Las comunidades yaquis asentadas en Hermosillo no tienen posesión legal de los terrenos comunitarios en donde llevan a cabo sus celebraciones.
Las comunidades yaquis asentadas en Hermosillo no tienen posesión legal de los terrenos comunitarios en donde llevan a cabo sus celebraciones.

La fuerza de su identidad reside, según Tonatiuh Castro, en que la religiosidad de este pueblo está totalmente integrada a su vida cotidiana; en su lenguaje y sus costumbres siempre está presente.

En la actualidad, puntualiza el investigador, la mayor amenaza que se cierne sobre las comunidades yaquis asentadas en Hermosillo es la falta de posesión legal de los terrenos comunitarios en donde llevan a cabo sus celebraciones.

Son tierras prestadas que en cualquier momento pueden perder, dependiendo del vaivén de los intereses inmobiliarios que reinan en la ciudad.