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La muerte anunciada de la cultura

La noticia del IMCA de que reducirá en 50% el presupuesto del Festival del Pitic sólo confirma una tendencia generalizada en todo el país: le cerraron la llave a la cultura

Por Imanol Caneyada

El pasado martes 14 de noviembre, Margarita Torres Ibarra, directora del Instituto Municipal de Cultura y Arte de Hermosillo, dio a conocer la reducción de un 50% del presupuesto del Festival Internacional del Pitic.

A pesar de la sorpresa que ha causado la noticia, incluso indignación en ciertos sectores, ésta se enmarca en una progresiva política de Estado a nivel nacional enfocada a reducir los presupuestos destinados a la cultura.

En el Presupuesto de Egresos aprobado hace unos días por la Cámara de Diputados (solo con el voto en contra de MORENA), el gasto programado para la Secretaría de Cultura se redujo casi en un seis por ciento. Lo anterior se añade a una serie de recortes que el rubro ha padecido en los últimos cuatro años que podría estimarse en alrededor de 70%.

Son muchos los factores que influyen en esta tendencia progresiva a desamparar al arte y la cultura. Muchos los actores que tienen responsabilidades directas e indirectas.

Los espacios conquistados y perdidos

El primero está relacionado con el hecho de que el gremio cultural y artístico es minoritario, frágil, desunido y muy dependiente de los diferentes subsidios públicos. La perversa relación entre creador y Gobierno ha propiciado un temor generalizado entre los protagonistas del sector a sufrir represalias por parte de las instituciones que administran el dinero de la cultura, a causa de este concepto histórico y caciquil del poder en nuestro país. La consecuencia inmediata es el silencio.

En un sistema clientelar como el de nuestra democracia, un gremio tan callado, temeroso y cooptado tiene una débil voz y un voto insignificante.

Otro de los factores tiene que ver con que el ciudadano común no ha hecho suyas las conquistas paulatinas que se han logrado en el sector cultural, por lo que su disposición a defenderlas es mínima.

Un ejemplo es la noticia que dio a conocer el IMCA. Su impacto en la mayoría de la población hermosillense es insignificante en los cálculos electorales que rigen y regirán la mayor parte de las decisiones que tome el sector público cara al 2018.

Lo constatamos con la reciente Feria del Libro de Hermosillo, cuyo presupuesto ha disminuyendo en los últimos años hasta en un 50%, sin embargo, pocas han sido las voces que han señalado el progresivo empobrecimiento de un evento que logró un nivel muy superior al que ahora tiene.

El popularmente conocido como FAOT sufrió en esta última edición una drástica reducción de su presupuesto y está seriamente amenazado para la edición de 2018.

El Festival de Otoño, en Cananea, ya no se realizó este 2017 por falta de presupuesto. El Festival Kino, en la ciudad de Magdalena, ha padecido una pauperización de sus contenidos relacionado con la falta de recursos y la falta de pericia de los programadores. Su realización está amenazada.

En todos estos casos, la voz de la ciudadanía no se ha dejado escuchar.

Una muerte anunciada

Desde hace más de una década, las entidades federativas y los municipios dejaron de invertir en programas y proyectos culturales. Cierto es que se crearon instituciones culturales inexistentes, pero ello tuvo una consecuencia inesperada: el surgimiento de una obesa burocracia cultural.

El gasto corriente relacionado con el mantenimiento de la infraestructura cultural y los recursos humanos crecieron, no así los presupuestos destinados al sector.

De esta forma, el gasto corriente que genera esta burocracia cultural y el mantenimiento de sus infraestructuras absorbe en el caso de los municipios y los estados el 100% del dinero programado para el rubro.

El margen de maniobra para la realización de programas y proyectos enmarcados en una política cultural pensada a largo plazo es mínimo, y depende en todos los casos de los recursos que dispone la Federación para ello.

El ejemplo más contundente de ello es precisamente el IMCA de Hermosillo, creado en 2003, una institución que en su momento fue considerada como una gran conquista del sector cultural pues podría propiciar una política cultural municipal mucho más ambiciosa de la existente.

En la actualidad, el gasto corriente de la institución absorbe todo el presupuesto municipal destinado al rubro, y los escasos, prácticamente nulos, programas y proyectos que diseña dependen de la habilidad de sus dirigentes para obtener recursos federales.

Las dependencias culturales del resto de los municipios de Sonora enfrentan la misma situación, incluido el Instituto Sonorense de Cultura.

Durante la última década, el entonces Conaculta, ahora Secretaría de Cultura, para comprometer a los estados en una inversión cultural destinada a proyectos y programas, creó esquemas de participación bipartita y tripartita.

La mayoría han fracaso por las deudas que entidades y municipios fueron acumulando con el pasar de los años en lo que tiene que ver con la aportación que les correspondía.

Un ejemplo de ello es el FORCA Noroeste, Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste de México, un ambicioso programa en el que invertían a partes iguales la Federación y las cuatro entidades que lo integran: Sonora, Sinaloa, Baja California y Baja California Sur.

Hace tres años que el entonces Conaculta, ahora Secretaría de Cultura, anunció a los titulares de las instituciones culturales de los cuatro estados que no entregaría pondría la parte que le tocaba hasta que éstos no subsanaran la enorme deuda que tenían con el Fondo. Baja California Sur, por ejemplo, debía las aportaciones correspondientes desde el 2010.

La totalidad de los festivales, programas y proyectos culturales que se han realizado en Sonora en los últimos seis años han sido únicamente o en su mayor parte con recursos federales obtenidos directamente de la Secretaría de Cultura o del Congreso de la Unión.

Estos recursos que la Federación ha puesto durante años al alcance de estados y municipios han estado estrechamente fiscalizados y han sido etiquetados de forma puntual; pero el desorden generalizado en la administración pública, los desvíos de dinero y la no utilización del mismo con los fines para los que estaba programado, como incluir en festivales grupos musicales de carácter comercial (verbigracia, los Ángeles Azules en el FAOT) han sido factores fundamentales para la disminución progresiva del flujo de recursos destinados a la cultura.  

El Gobierno federal también tiene una enorme responsabilidad en este panorama. La corrupción, el endeudamiento público y la persistente visión clientelar del ejercicio del poder lo han ido acorralando al grado de que el paquete económico de 2018 ha sido diseñado en función de estos aspectos.

Quienes han pagado los platos rotos son la cultura, la ciencia, el deporte y la educación, rubros que el Estado mexicano (en su conjunto) ha despreciado en las últimas décadas.

Y a pesar de que estos rubros, a nivel discursivo, han sido reconocidos como fundamentales para el desarrollo de la sociedad y la restitución del inexistente ya tejido social, la clase gobernante les ha dado la espalda por conveniencia y contemplan desde sus atalayas privilegiadas cómo se debilitan ante la indiferencia del grueso de la ciudadanía.