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La Plaza Zaragoza

Ni el poder celestial ni el terrenal que la flanquean de oriente a poniente, ha conmovido a sus representantes a desarrollar un esfuerzo de recuperación de la Plaza Zaragoza

Por Juan J. Sánchez Meza

Tal vez sea injusta mi apreciación, pero me parece que ni los hermosillenses ni sus gobiernos nos distinguimos por la costumbre o las ganas de preservar aquellos espacios que pueden ser considerados emblemáticos en la ciudad. Quizá la excepción sea un puñado de vecinos de la ciudad que realizan grandes esfuerzos los fines de semana, empeñados en mejorar y conservar La Sauceda, que no sé si a estas alturas se merezca siquiera la denominación de “paseo”.   

El desinterés generalizado es más notable si tomamos en cuenta la escasez de sitios que ofrezcan algún atractivo de carácter turístico o que, por su tradición, hayan sido merecedores de la preocupación por preservarlos.

Por encima de cualquier otro caso, me llama la atención el de la plaza Zaragoza, que rara vez ha merecido el interés de la autoridad municipal, y cuya condición actual es francamente deplorable, siendo relegada, sin exagerar, a la condición de centro de concurrencia de venta callejera de comida, y cualquier otra cosa imaginable, lo que la ha convertido en un muladar.

Es posible que me equivoque, pero creo que el último Alcalde de Hermosillo que hizo algo por la Plaza Zaragoza fue el Ing. Jorge Valencia Juillerat.

En decenas de ciudades y pueblos de Sonora y de México e incluso del extranjero, más allá de las capacidades económicas del erario municipal y del grado de conservación de parques, calles, avenidas, mercados, etc., la plaza central o Plaza de Armas, como se le conoce en muchas ciudades mexicanas, se encuentra celosamente preservada, encapsulada en un espacio de atenciones y cuidados permanentes que le prodigan jardineros, trabajadores de limpieza, vigilantes, etc.

Aunque no es el tema de esta colaboración, creo que la degradación de innumerables aspectos de nuestra vida colectiva, explica en gran medida el desinterés de este que fue, por muchas décadas, el más importante centro de convergencia de los hermosillenses, en el que la mirada vigilante de los policías que la cuidaban hacía que los niños y jóvenes de entonces respetáramos las reglas que normaban el cuidado y respeto con el que debíamos de conducirnos, mientras los adultos disfrutaban de una estancia placentera.

Hace unos días tuve que atravesar la Plaza Zaragoza de uno a otro de sus extremos y sentí verdadera pena por la capa de porquería que cubre buena parte del piso, en el que uno llega a sentir que se ofende la suela de los zapatos, así como por el abandono de los pastos y plantas de lo que fueron sus jardines; el destrozo de los tablones de lo que se supone son las bancas y, en general, por el desagradable aspecto que ofrece el deterioro generalizado del lugar.

Ni el poder celestial ni el terrenal que la flanquean de oriente a poniente, ha conmovido a sus representantes a desarrollar un esfuerzo de recuperación de la Plaza Zaragoza.

No solo porque constitucional y legalmente compete a sus atribuciones, las autoridades municipales próximas a la toma de sus cargos debieran asumir claramente su responsabilidad y hacer un esfuerzo de recuperación de ese espacio público, no solo para que recobre esa condición, es decir, para que deje de ser utilizado como espacio privado, dedicado a actividades comerciales, sino para acompañar la reivindicación de la Plaza Zaragoza con la mejora generalizada de ese que fue orgullo de los hermosillenses y que hoy, a muchos, nos avergüenza.

Quiero suponer que todavía quedamos algunos hermosillenses a los que no nos gusta hoy día lo que fue “nuestra” plaza y supongo que eso pudiera impulsar, incluso, alguna iniciativa netamente ciudadana para que la Plaza Zaragoza sea devuelta al disfrute de todos y no solo al beneficio comercial de los dueños de los incontables puestos de comida que la invaden.

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@JuanJaimeSM50