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Las apuestas en torno al PRI

Por Bulmaro Pacheco

Éstas se hacen en todos los tonos y abundan en los principales círculos de análisis político; trátese de otros partidos, instituciones académicas, firmas del extranjero o instituciones especializadas en estudiar la viabilidad de las naciones —observan las principales instituciones que les han servido para garantizar la estabilidad política, resolver conflictos o garantizar el relevo del poder público—.

Es lo que actualmente sucede con el PRI. Son cada vez muchas más las apuestas que se hacen en torno al principal partido político de México y sus posibilidades para el futuro inmediato, que las realizadas en torno a otras organizaciones políticas con relativa presencia en México.

¿Es el PRI un partido político actualmente dividido?

Mexico Elections
Mexico Elections

En estos momentos luce más dividido el PRD, por las presiones de sus diversas corrientes internas en varias disyuntivas, para que: Ese partido por un lado apoye la formación de un frente con el PAN; apoye la candidatura de Andrés Manuel López Obrador en Morena; se sume a apoyar el jefe de Gobierno de la Ciudad de México en sus aspiraciones presidenciales; o impulse a uno de sus gobernadores (Aureoles o Ramírez), que públicamente han anunciado que buscarán la candidatura presidencial.

También luce fracturado porque los principales cuadros políticos que han formado al partido Morena provienen de las fuerzas del PRD, y porque no ha cesado la migración de perredistas hacia las filas de López Obrador desde que se formó Morena (2012).

En el PAN, la guerra soterrada contra su dirigente nacional no ha cesado por su doble papel de dirigente nacional, que aprovecha los tiempos oficiales de su partido en medios para promoverse y para comportarse como aspirante a la candidatura presidencial. Nadie apuesta por un PAN unido al final del proceso interno para elegir candidato. La propaganda de los partidarios de Margarita Zavala lo anuncian.

Morena no enfrenta divisiones, porque es un partido férreamente controlado por su dirigente nacional, a quien no le han faltado escándalos por la desaseada tarea de incorporación de militantes de otras organizaciones políticas.

En el PRI se está dando el debate en relación a los temas cruciales de su agenda, y de cara a la Asamblea Nacional, pero actualmente el partido dista mucho de enfrentar una crisis existencial como la de 1988 o tensiones sucesorias graves como las de 1994.

¿Qué es lo que realmente está en juego en su XXII Asamblea Nacional?

Más allá del método para definir al candidato presidencial, donde unos exigen una elección abierta a la militancia, está el debate sobre los alcances del poder presidencial para influir en la decisión del candidato del PRI a la presidencia.

Es bueno recordar que desde la decisión de José López Portillo por Miguel De la Madrid para ser el candidato del PRI a la presidencia en 1981, el PRI no ha tenido un proceso de definición de candidato presidencial sin tensiones ni conflictos.

En 1987, al optar De la Madrid por Carlos Salinas de Gortari como candidato, el PRI se dividió y dio paso a la fundación del PRD (1989).

En 1994, la decisión sobre Luis Donaldo Colosio no agradó a los partidarios de Manuel Camacho Solís —jefe de Gobierno de la Ciudad de México—, se creó un ambiente político tóxico y tenso que derivó en el asesinato del candidato presidencial.

En 1999 el PRI enfrentó un proceso interno con cuatro aspirantes registrados: Labastida, Madrazo, Bartlett y Roque Villanueva.

Algunos críticos sostienen que el PRI se dividió y por eso perdió Labastida ante Vicente Fox. La primera derrota presidencial del PRI en casi 70 años.

La realidad es que pesaron otros factores como el “error de diciembre”, los asesinatos políticos y los enfrentamientos entre los ex presidentes, que terminaron por enfrentar a los liderazgos del PRI.

Se agotó también una forma de hacer política y el PRI pagó caras las oleadas de privatización, liberalización y desregulación impulsadas por sus gobiernos, que lo hicieron —como partido— abdicar del apoyo a sus bases y terminó por perder una parte muy importante de su voto duro, que emigró hacia otras formaciones políticas.

Por eso ahora, más que debatir sobre la viabilidad del partido o la reforma de sus documentos básicos, —a menos de un año de la elección— lo que se va a debatir es sobre la función —y la facultad— del presidente de la República para opinar sobre la definición del candidato del PRI, que deberá estar listo para finales de 2017.

¿Quién va a decidir la candidatura del PRI a la Presidencia de la República?

9 AnayaEs importante señalar que van a contar los sondeos y las encuestas de opinión. También los estudios serios sobre la carga negativa de cada uno de los que suenan para quedarse con la candidatura, dado que en la campaña del 2018 los temas de mayor recurrencia en el debate serán los de la corrupción y la impunidad, y el PRI no puede correr el riesgo de postular a alguien a quien a cada rato le estén sacando cadáveres del clóset para abonar en su desprestigio, porque sería una desventaja irremontable. ¿Quién va a decidir, entonces? El presidente Peña Nieto lleva mano para emitir su opinión a la dirigencia partidista y deberá seguramente orientar por quien aparezca competitivo y pueda dar una batalla importante a los más aventajados hasta el Momento: Andrés Manuel López Obrador, Margarita Zavala y Ricardo Anaya.

¿Cuál es actualmente el porcentaje de voto duro del PRI y cuántos votos requiere para ganar la próxima elección presidencial?

Hay que precisar que a ninguno de los principales partidos políticos de México que estarán en la contienda presidencial del año que entra, les alcanza su voto duro para ganar. Algunos tendrán que hacer malabares para conservar lo que tienen y buscar ampliar sus números. Otros deberán hacer alianzas y perfeccionar sus métodos para seleccionar candidatos competitivos, que suban las preferencias por el partido en lugar de bajarlas. Esas son las razones de la actual rebatiña por militantes de otros partidos —en el caso de Morena y el PAN—, y también el debate hacia el interior del PRI por eliminar restricciones a la participación política de quien quiera integrarse a las tareas de partido.

9 Ochoa Reza1El voto duro del PRI actualmente se calcula en 15%; PAN entre 12 y 14% y el del resto de los partidos depende de las realidades regionales donde han actuado. Todo eso, porque tanto el PAN como el PRI son hasta ahora los dos únicos partidos políticos con una real presencia nacional y con estructuras para enfrentar la organización electoral. El PRD carece de presencia en el Norte. Movimiento Ciudadano cuida mucho Jalisco y la Ciudad de México, Morena concentra su fuerza en nueve entidades del centro y el sur de la República.

Si la lista nacional de electores cierra en 88 millones de votantes para julio del próximo año, y si el porcentaje de participación llega al 60% de los inscritos, si el PRI aspira a 18 millones de votos para ganar la elección, deberá llegar necesariamente al 34% de los 53 millones de votos que se emitirán ese año. Si López obrador —como lo ha anunciado— pretende llegar a los 20 millones de votos, requerirá de un 38% del total de la votación.

Ahí está el reto real, más que el triunfalismo y las victorias y/o derrotas anticipadas. Llegar a esos porcentajes requiere de una buena organización, representación en las más de 156 mil casillas, candidaturas competitivas, una atractiva oferta política, y muy buena propaganda. ¿Quién o quiénes de los aspirantes tendrán todo eso?

¿Tiene el presidente de la República actualmente la suficiente fuerza política para garantizar un fin de sexenio sin problemas? 

Al presidente Enrique Peña Nieto le han atacado más por las presuntas omisiones que por sus acciones, y la oposición de todo ha querido sacar raja: Trump, el gasolinazo, los ex gobernadores del PRI, la paridad cambiaria, la corrupción, la violencia, los socavones, etc. Y con estrategias muy bien planeadas, todos los días intentan amarrar los problemas del Gobierno a las políticas —del partido—, en el gobierno, para hacer carambola de doble banda. Si a eso le sumamos la desbordada —y exagerada— publicidad que realizan los dirigentes nacionales de Morena y el PAN, con cargo a los tiempos oficiales en medios, para atacar todos los días al gobierno federal, que no nos extrañe las cifras que se ven en las encuestas. Cuando todos los partidos definan sus candidatos, las cosas pudieran cambiar. No se descarta.

El presidente de México, sin mayores conflictos políticos y con una capacidad de control aceptable, no tiene por qué enfrentar un fin de sexenio complicado, como lo tuvieron algunos de sus antecesores. El peso se recupera frente al dólar, mejora la tasa de empleo, la inflación va a la baja, la tasa de crecimiento de la economía mejora poco, pero mejora, el discurso de Donald Trump relacionado con México es menos radical que hace seis meses y los actores políticos están aplicados a la solución de sus asuntos internos de cara a Julio del 2018.

¿Y la gente que dice en las encuestas que quiere un cambio?

Así lo decían también en la elección del 2000, cuando Vicente Fox se presentaba como la encarnación del cambio a través del PAN. No tardó mucho en llegar el desencanto, y Felipe Calderón, de no ser por el apoyo que le dieron algunos gobernadores del PRI y la lideresa nacional del SNTE, hubiera perdido la elección en el 2006.

¿También en ese tiempo se exigía un cambio?

Sí. Por el desencanto del cambio que se ofreció y no se cumplió. Si el gobierno de Fox hubiera sido eficaz, Calderón hubiera ganado con facilidad y si el gobierno de Calderón hubiera sido cuando menos la mitad de eficaz de lo que presume, Josefina  Vásquez Mota no hubiera quedado en un vergonzoso tercer lugar en la elección del 2012.

¿Lecciones de la historia?

Y también de la “real politik”, que aconseja no caer en el determinismo político ni en las ofertas que encandilan políticamente, porque no se sostienen. Faltan todavía 336 días para las elecciones presidenciales del 2018 y mucho habremos de ver todavía en el turbulento ambiente de la política mexicana.

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