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Las virtudes de la República, por los vicios de la monarquía

Por Héctor Rodríguez Espinoza

  • Del baúl de mis viejos artículos, comparto uno que siempre es oportuno recordarlo a mis discípulos de Derecho Constitucional:

Debido a los medios de comunicación, coprotagonistas del cambio cultural de fin de siglo, el despertar de la sui géneris democracia mexicana estará ligada con la muerte de un personaje de la Monarquía inglesa.

La crisis de conducción de la nueva Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, decidida por el electorado el 1° de julio pasado, en víspera del Informe presidencial y en transición a una normalidad democrática y disposición de las reservas inéditas de nuestra forma republicana de gobierno, compitió por la primera plana y la atención de la sociedad mexicana, con la desaparición de la Princesa Diana de Inglaterra.

En el Reino inglés, el natural rubio de su cabello, la dulce mirada de sus intensos ojos tristes y azules y su sensibilidad para actividades humanitarias —apartadas del proverbial protocolo del flemático pueblo galo—, destacaron en la figura grácil de la trágicamente fallecida Lady Di. Fue la más acosada —hasta su imprudencial homicidio—, fotografiada, difundida y apreciada en el mundo informado del presente siglo, particularmente por la prensa del corazón y del explotado morbo humano. (Ella hubiera preferido que los miles de millones de dólares de su sepelio, se enviaran a los millones de esqueletos vivientes de África, con quienes convivió). Pero además, ha puesto a la familia real frente a un pesar internacional; ante la multitudinaria y reclamante reacción de los medios y popular; y de frente a las formas hereditarias de los Títulos nobiliarios, tan ajenos a nuestra idiosincrasia latina.   

En México, el rostro maduro del modo presidencial de producir política asumió la tonificante cascada de cambios en la forma y el fondo de gobernar la nación, ante una Cámara de Diputados con mayoría opositora, bajo las decisiones políticas fundamentales, para hacer realidad el constante mejoramiento social, económico y cultural del pueblo, idea fuerza del Art. 3° constitucional.

En el debate nacional necesario está el trascender las peyorativas calificaciones con las que hemos sido señalados: «Monarquía sexenal constitucional», para Alfonso Noriega Cantú; «Dictadura perfecta», para Mario Vargas Llosa; y «República imperial», para Enrique Krauze. Después, asumir las virtudes y los riesgos de la República.

Recordemos la oposición entre Monarquía y República. Entre la forma de gobierno que no queremos tener y la que está definida desde el siglo pasado en la Constitución política.

Republicano —dice Felipe Tena Ramírez— es el gobierno en el que la jefatura de Estado no es vitalicia, sino renovación periódica, para lo cual se consulta la voluntad popular. La separación de Poderes es un elemento esencial de un Estado de Derecho contemporáneo, aquel que está constituido por el pueblo para el Derecho, en el cual la actividad está sometida incondicionalmente al Orden jurídico y cada uno de sus actos debe legitimarse por el Derecho.

La concepción individualista liberal dentro de la que nació la separación de Poderes se ha transformado radicalmente, pasando de un Democracia política a otra social, en la que tal separación ya no es tripartita, sino bipartita: de un lado los Poderes políticos, y frente a ellos el Poder Judicial. Si aquí y ahora podemos atribuir un sentido a tal separación, lo corresponde al oficio del Juez. Ahí donde se plantea la constitucionalidad de las competencias de los Poderes políticos, tienen que acudir al Juez para que decida, escribió Dieter Bruggemann.

El ideal de la soberanía popular, como fundamento de la Democracia y de la República lo expresó, insuperablemente, el abogado, escritor, orador y político francés apodado “el Incorruptible”, autor de la Teoría del gobierno revolucionario, Maximilien Robespierre (Arras, 6 mayo 1758-París, 28 julio 1794):

«Queremos reemplazar nuestro egoísmo, por la moral; la honra, por la probidad; las tradiciones y costumbres, por los Principios; la comodidad, por el deber; el menosprecio, por el infortunio del vicio; la insolencia, por el orgullo; la vanidad, por la grandeza del alma. Hacer que se busque la compañía de las gentes de pro; que se prefiera el mérito, a la intriga; el genio, al vanidoso; la verdad, a la magnificencia; la grandeza del hombre, a la pequeñez de los grandes; la existencia de un pueblo magnánimo, poderoso y feliz, a la de un pueblo amable, frívolo y sumido en la miseria. En suma, todas las virtudes y milagros de la República, a todos los vicios y las ridiculeces de la Monarquía. … ¿Qué gobierno realizará prodigio semejante? El democrático o republicano, únicamente; estas palabras son, en efecto, sinónimas, a pesar de los abusos del lenguaje vulgar, pues la Aristocracia nada tiene que ver con la República, como nada tiene que ver tampoco con la Monarquía…» 

Los avances recientes e innegables en nuestra Democracia política, deberán ir al parejo de nuestra Democracia económica; acudir y obedecer la voluntad popular —mediante sus representantes legítimos— para recomponer el modo de producción y distribución equitativa de la riqueza socialmente generada.

Nunca más el hiriente Bando de la Monarquía española a nuestros antepasados —los súbditos de entonces—, de 1767, clavado en el Colegio jesuita en que estudiaba Hidalgo y que le provocó la indignación con la que incendió a la nación y nos legó la independencia que hoy celebramos y disfrutamos:

«Sepan de una vez para lo venidero…que nacieron para callar y obedecer, y no para discurrir en los altos asuntos del Reino».

¡Nunca más!

  • En definitiva debe, urgentemente, reforzarse la plena capacitación a los agentes de la policía municipal de Hermosillo sobre el uso adecuado, razonable y letal de sus armas de fuego, en situaciones de riesgo para los ciudadanos vulnerables por consumo de drogas y para ellos mismos en una colonia marginada.

Muchas cosas hemos estado haciendo mal para atestiguar el acribillamiento de otro joven desorientado quien, en vez de ser atendido en auxilio pedido por sus familiares para no suicidarse con un cuchillo, y ante su desventajosa agresión corporal a un agente, recibió nueve balazos en su desnudo torso.

Del análisis detallado del episodio, por las autoridades competentes, deberá surgir la verdad. Nos es tiempo ni de reprobar el homicidio, ni de premiar a sus ejecutores en el cumplimiento de su riesgoso deber.

Reza un principio general del derecho que la causa de la causa es la causa del mal causado.

Debemos juzgar la causa de la adicción a las drogas de nuestros jóvenes de colonias discriminadas.

Debemos juzgar la causa de la deficiente cantidad y calidad de la capacitación técnica, ética y de respeto a las libertades fundamentales en el Instituto superior de seguridad pública y su coordinación con el elefante blanco de la comisión estatal de derechos humanos.

Debemos conocer la causa del cierre de la academia municipal de seguridad pública de nuestra compleja capital.

Debemos conocer las causas —no pretextos— para no invertir en otras herramientas para neutralizar la amenaza de un joven mentalmente trastornado. No sólo el fácil desenfundar y disparar su arma de fuego. Me refiero a gas pimienta, pistolas eléctricas, redes tipo cacería.

En realidad, la causa de la causa somos todos.