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Pueblo chico… infierno grande

La novela “Peyton Place” pasa a las páginas de la memoria colectiva de mediados del siglo XX por revelar a los cuatro vientos el infierno de intrigas que sufría la gente de una pequeña comunidad 

Franco Becerra B. y G.

Una duda revolotea sobre mi teclado esta noche: que el texto capture su interés.  Intentaré que así sea.

En la década de los 40 Adolfo Hitler tenía en jaque al mundo. 

A la locura nazi se sumaban la Italia fascista y el imperio japonés: los tres con feroces hambres de dominación.

En el otro lado del mundo los norteamericanos vivían una vida placentera viendo a lo lejos que Europa se desmoronaba, sin embargo la mañana de domingo del 7 diciembre de 1941, el despiadado ataque nipón a Pearl Harbor alertó a la Unión Americana y la II Guerra Mundial tomó el curso que usted y la historia conocen.

Por aquellos años la escritora norteamericana Grace Metalious publicó una novela que cimbro al mundo editorial con la venta 32 millones de copias, fenómeno que el prestigiado diario New York Times registró como la novela más vendida a lo largo de 59 semanas.

La novela Peyton Place pasa a las páginas de la memoria colectiva de mediados del siglo XX por revelar a los cuatro vientos el infierno de intrigas que sufría la gente de una pequeña comunidad en la obra ubicada en el tradicionalista y conservador estado de Nueva Inglaterra.

Un pueblo donde surgía lo mismo un adulterio que un incesto, un suicidio que un aborto, temas escabrosos que escandalizaban a una sociedad, pero que también tocaron el muy “culposo” placer del morbo.

Recordemos lo que Betty Anderson una de las colegialas más “liberales” de la High School de Peyton Place les decía a sus compañeras mientras se probaba un vestido en una tienda del pueblo:

“Créanme un escote provocador influye más en el futuro de una chica que ¡toda la enciclopedia Británica junta!”.

Por supuesto que para los padres de familia adoctrinados en las almidonadas iglesias presbiterianas, aquello eran los signos de la perdición a los que se conducía la sociedad norteamericana y… no estaban errados.

Lejos estaban los editores y la propia Grace Metalious de imaginar que Peyton Place se convertiría en 1957 en una película muy taquillera, para después convertirse en la madre del género televisivo que inundó los hogares del mundo: las telenovelas, bautizadas por los publicistas de Madison Avenue como “Soap Operas”, ya que sus primeros patrocinadores fueron precisamente los fabricantes de jabones de baño.

Los publicistas cuya función principal es detectar los hábitos de los consumidores, sabían que las telenovelas capturarían la atención de las amas de casa, pues durante las mañanas, y mientras sus esposos se encontraban en sus trabajos, tomaban un descanso y encendían los televisores para ver Peyton Place para después salir al supermercado y llenar los carritos con los productos de limpieza de Procter & Gamble.

En las primeras semanas de transmisión la serie Peyton Place se ubicó en el primer lugar de audiencia en los Estados Unidos y la cadena de televisión ABC la llevó inmediatamente al horario estelar (Prime Time) de las 9 de la noche, que es el hora en la que el mayor número de televisores se encienden y por consiguiente se obtienen los más jugosos contratos publicitarios para la televisión.

En los países de habla hispana la serie se llamó “La caldera del Diablo”, que se transmitió durante 5 exitosas temporadas de 1964 a 1969, y que fuera el trampolín a la fama mundial de actores como Ryan O’Neal y Mia Farrow.

Han pasado 62 años de la aparición de este fenómeno de comunicación de masas, sin embargo por los días que corren solo unos pocos se escandalizan con los temas que se trataban en “La Caldera del Diablo”, quizá porque la decadencia social que vaticinaba la escritora Grace Metalious se haya finalmente apoderado de nuestras vidas.