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Querida Prudencia

Al igual que el slogan de la campaña echeverrista de 1969, los mexicanos de hoy también deseamos ascender, pero por ningún motivo retroceder

Por Franco Becerra B. y G.

En los primeros meses del 2019 observo en el país tres fenómenos sociales: un desconcierto que tiende a generalizarse; los efectos de una descalificación indiscriminada y la esperanza latente de quienes avalaron en las urnas al movimiento político que hoy nos gobierna.

Sabemos que la búsqueda de la armonía es primordial para el logro de metas comunes, y lo es, en el ámbito familiar, el laboral, el comunitario y por supuesto en la política, cuya misión es coordinar las aspiraciones de una nación compleja —como la nuestra— y conducirla a buen puerto.

Desafortunadamente los políticos mexicanos, sin distinción de siglas partidistas, se encuentran arrinconados en los penosos terrenos del descrédito.

Y si gobernar —como decía el Príncipe— “es hacer creer”, los políticos enfrentan un severo problema de credibilidad que se despliega de frontera a frontera y del Pacífico al Atlántico.

La descalificación podría ser comprensible al sustentarse en argumentos sólidos alejados del verbo encendido de la demagogia, para a cambio atender puntualmente los análisis de los expertos.

Don Daniel Cosío Villegas.

Sin embargo, cuando un argumento sólido se expone con claridad al político, y lejos de analizarlo con detenimiento lo descalifica, me recuerda lo que don Daniel Cosío Villegas llamó: “El estilo personal de gobernar “.

Don Daniel —intelectual que no necesita presentación— lanzaba los dardos de su crítica a la personalidad del presidente Luis Echeverría Álvarez, cuyo autoritarismo se convirtió en una patología que padecimos a lo largo de un sexenio.

No pretendo desde la comodidad de estas líneas, entablar comparaciones que resulten desproporcionadas a casi cincuenta años de distancia, pues la realidad actual de nuestro México ciertamente es otra.

Sin embargo, permítame recordar —aunque sea brevemente— la acción política de Luis Echeverría, quien a partir de la campaña presidencial y alentado con el prometedor slogan de “Arriba y adelante”, se montó en una frenética actividad que en algunas etapas rondó a la neurosis, recorriendo intensamente el país y posteriormente viajando por tres continentes.

Era tan gigantesca la cantidad de rezagos socio-económicos y políticos que adolecía nuestro país, que la rapidez por atenderlos era LA prioridad para el mandatario.

Cuentan los periodistas de la vieja guardia que las giras presidenciales eran tan extenuantes como impredecibles, pues sabían a donde se dirigía la comitiva, pero nunca la hora ni el lugar donde finalizaría la jornada.

Aquellas giras exaltadas donde las decisiones de gobierno se tomaban al vuelo por el propio mandatario, fueron las acciones de un presidente en la cima del poder que con la energía de sus 48 años y una excelente condición física, le permitían sostener  actividades diarias de hasta 18 horas.

La historia —bien lo sabemos— jamás se repite, sin embargo gracias a su estudio  aprendemos de los aciertos que habrá que imitar, pero los errores poseen también el valor didáctico que nos enseña cómo evitarlos.

Así que al igual que el slogan de la campaña echeverrista de 1969, los mexicanos de hoy también deseamos ascender, pero por ningún motivo retroceder.

Finalmente, si de lo que se trata es de transformar al país y enfrentar al desconcierto y las descalificaciones que nos amagan, habrá que apelar a la prudencia, virtud que según Honorato de Balzac consiste en no amenazar jamás, en hacer sin decir, en favorecer la retirada del enemigo y en guardarse de herir… hasta el más humilde amor propio.

En el memorable disco blanco de los Beatles se encuentra el tema Dear Prudence que en una de sus líneas nos dice:

“Querida Prudencia, mira a tu alrededor: ¿no quieres abrir los ojos?”.