Héctor Rodriguez Espinoza

Templo, cohesión de barrio y valores espirituales

Pbro. Arturo Torres Enríquez.

Ser sepultado en un cajón de madera de pino, bajo el altar de la Virgen María, en su Parroquia y con mariachi se entonen “Cruz de olvido”, “La barca de Guaymas”, “Pajarillo pecho amarillo” y “Un puño de tierra”

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.-El padre Armando Armenta Montaño y colaboradores han subido a Youtube una excelente investigación, crónica

Pbro. Armando Armenta Montaño.

y producción de la fundación del Templo del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Qué fortuna para el barrio 5 de mayo (repite el Pbro. Mariano Hurtado) que el obispado haya asignado, después de una pléyade de sacerdotes como Hermenegildo Rangel, Cruz G. Acuña y Arturo Torres, como su responsable —por corto pero intenso tiempo— a un joven teólogo e historiador religioso que llenó una laguna sobre el desarrollo de la fe católica en nuestra ciudad! Muchos lamentamos su cambio a otra capilla, pero la obediencia es uno de sus votos.

Sin quitarle ni una “pizca” a la esencia y valores de su contenido —como una persona 100% vecino del templo y con hondas raíces en mi barrio— que, desde que disfrutamos el video recién terminado, en formato de la época, nos surgió en la familia una brizna de ausencias.

Como reza el “dicho”: Están todos los que fueron y son, pero no son ni están todos los que fueron y están.

En nuestra tienda de abarrotes —que atendíamos mis papás y nosotros de niños— se surtía, a crédito, el carpintero “don cuco” Lavandera y familia, durante los años en que se construyó el templo. Hasta convivíamos con ellos que ahí vivían.

La investigación se brincó una cuadra y las decenas de hogares y familias que ahí vivíamos hacia el norte, esquina de Felícitas Zermeño y Tamaulipas, tienda y hogar de la familia de don Ramón Palacios Saguchi, esposa e hija muy fieles asistentes al templo, hasta la fecha.

Incluso, frente a la esquina de esa casa vivía la familia del reconocido Prof. José Sosa Chávez, sus dos hermanas y sus dos hijos. Nada menos que el compositor de la mundialmente famosa “Plegaria a Jesús Sacramentado”, inspirada en el templo y que tanto interpretó y escuchamos con su órgano y vibrante y grave voz, en el coro.

Formé parte del grupo de adolescentes Misioneros, que pastoreó el Padre Arturo Torres Enríquez, sesionábamos en la oficinita de la sacristía. La ACJS lo hacía dentro del templo y recuerdo una fiesta de despedida que le dieron al joven Miguel “Mike” Durazo (+), alumno de la Ángel Arreola que, con excepcional ilusión, ingresaba al Seminario y sería un moderno sacerdote, de la generación de Pedro Moreno Valenzuela, Pedro Moreno Álvarez, Esteban Sarmiento, Moisés Villegas, Macario Ponce, Sergio Jiménez, César Castillo y José Juan Cantú. Llegó a ser muy apreciado, con quien compartí una mesa redonda que promoví sobre la Pena de muerte, en la Universidad del Noroeste.

De esa convivencia nació la idea de participar en el jueves de la Semana Santa de 1962 como apóstoles, mezclados con jóvenes de la ACJS, en el lavatorio de pies que ofició el culto Padre Cruz G. Acuña.

Los historiadores suelen ser mal vistos por los políticos, porque ven el pasado. Pero en realidad son como los arúspices etruscos, porque adivinan o presagian el futuro.

II La muerte del Padre Arturo Torres (1931-2002). Dos testimonios de gratitud

1.- Imposible, en la enseñanza-aprendizaje de la Filosofía y de la Ciencia del Derecho con mis discípulos, evadir sus profundas raíces en la Teología y en la Moral religiosa. Mucha agua del río, de más de veinte siglos desde la época presocrática, ha pasado bajo el roído puente de la madre de todas las disciplinas y supremo juez de muestra conducta: la Historia.

A diario convivimos con sus protagonistas. Hombres de carne y hueso. A diferencia de nuestras “facilonas” virtudes laicas de Fortaleza, Prudencia y Templanza, en ellos habitan las teologales –Fe, Esperanza y Caridad- y rígidos Votos de Pobreza, Obediencia y Castidad.

2.- Ser sacerdote. ¿Qué es lo más difícil de serlo? El P. y Doctor en Filosofía Mario Arrollo contesta: Además de los votos y la recepción de las confesiones, “la vocación sacerdotal está mucho más allá de las capacidades humanas. Es patente que nos supera, que solos no podemos. Pero esta perspectiva olvida la otra cara de la moneda: no estamos solos, no somos nosotros quienes en soledad debemos “digerir” (en confesión) todas las cosas negativas. En realidad estamos con Cristo. La compañía, la seguridad, la certeza de estar con Jesús y ser sus instrumentos; la certeza de ser amados particularmente por Él, la convicción de que al final del día es Él quien lo hace todo y nosotros solo estorbamos lo menos posible, nos da el aliento para levantarnos nuevamente, volver a intentarlo, y sonreír, aunque a veces no sea sencillo. …” (Expreso, 1 septiembre 2018).

3.- En el Barrio 5 de mayo. “Ve a ver al padre Torres, está muy malo, ¡ándale!”, me pidió —con premonición— mi madre, María Trinidad Espinoza Othón de Rodríguez, días antes de un día 28 de agosto del 2002 en que falleciera. No ¿pude?, por la vida presente tan agitada, cumplir y despedirme del sacerdote sencillo, humano y amigo.

Nació el 6 de mayo de 1931 y se ordenó el 2 de junio de 1957.

Además de la vecindad de la Parroquia de Santa Eduwiges, donde predicó por 45 años, se ganó el aprecio por su valía y lo despidieron con pesar —como lo muestran la Misa de su inhumación, la carta del Dr. Hugo Pennock Bravo y la media plana en EL IMPARCIAL—, en mi hogar paterno y en el Barrio guardamos un imborrable recuerdo de sus primeros años de pastor.

A fines de los 50s, recién construido el Templo —por iniciativa y tesón del Padre Hermenegildo Rangel Lugo, de orientación Navarretiana (1913-2017)—, fue asignado y lo recuerdo, yo de 14 años y jovencito él, en mi casa y oficiar uno de sus primeros ritos: Santos Óleos a mi padre Odón Rodríguez Reynoso.

Como es en la moral de los barrios, mi madre le mandaba, a diario, un platillo.

Ofició en mi matrimonio con María Dolores Rocha Ontiveros, bautizó a mis hijos Rocío, Héctor y María Dolores, bendijo mi despacho, fue “el mejor amigo” de mi anciana madre —dura de brindar afectos— y se intercambiaban regalos y visitas, hasta la víspera de su defunción.

Niños y adolescentes del barrio y nuestras familias fuimos guiados por él, al lado del erudito Cruz G. Acuña, discípulo del legendario Obispo Don Juan Navarrete y autor del libro “El Romance del Padre Kino” y del filántropo infantil Mariano Hurtado quien fundó, atrás del templo, el Hogar La Divina Providencia.

En la Semana Mayor de 1962, a las 17 hrs. del 19 de abril, Jueves Santo, invitado por Arturo, con otros once muchachos, en el papel de Apóstoles, participé en el lavatorio de los pies en el altar, por Cruz G. Acuña. Lo más curioso de esta efeméride en que permanecimos sentados y hasta donde, con humildad, el Padre Acuña acudió con palangana y jabón palmolive a lavarnos con agua y besarnos nuestros pies, fue que el papel de Judas Iscariote -el discípulo quien traicionó por las famosas 30 monedas-, lo representó el robusto Julio César Castillo Encinas, de mero Batuc, quien portó siempre, en su mano derecha, una talega con la treintena de denarios y a quien el destino le deparaba confirmar su vocación, ejerciendo su ministerio, hasta hace poco tiempo, en el templo guadalupano.

En la fotografía aparecemos, circunspectos: Ramiro Ruiz Preciado, pelo rizado y completito, hoy ex banquero; Manuel “El Porrompo” Terán, empleado del Cobach; Rodolfo “El Fito” Montes Ojeda; Ramón “El Pelón” Ojeda Contreras, Contador privado; Rodolfo Carrasco, empleado bancario; Jaime “El Pichirilo” Moreno Jara, empleado del Isssteson; Francisco Mendívil Estrada, CP, empresario y político priista; Carlos Miramontes López, político residente en Campeche; Francisco Terán, propietario de una taquería; Julio César, sacerdote; Sergio “El Pelo Chino” (entonces, después fue simplemente “El Pelón”) Flores Ruiz (+), brazo derecho en la Notaría Pública 68 -del Lic. Juan Antonio Ruibal Corella y Luis Fernando– y yo.

La profesión sacerdotal de base, cerca del bajo pueblo, para quienes -tengo la convicción de que son la mayoría de ellos- cumple, a cabalidad, los votos, es incomprendida en nuestra sociedad. Somos muy exigentes con ellos y les vemos la paja de su conducta en su ojo, pero no la viga de nuestros excesos en el nuestro. Vida plena de renuncias y sacrificios y siempre cercana a enfermedades digestivas por su alimentación sin horario; además de atender, sin cómoda agenda, los servicios de auxilio espiritual a innumerables llamados y las misas de cuerpo o de cenizas presentes, no les hace mella para edificar, no sólo templos majestuosos adornados con decoro artístico inspirados por la mano invisible de la fe, sino también el carácter y la personalidad moral de niños, jóvenes y adultos.

4.- Cipriano Durazo Robles. En la Capilla de Santa Edwiges, Colonia Modelo.

En “Las enseñanzas del Padre Arturo Torres”, Contactox.net, 2016-02-16, nos comparte:

“Ahora con la visita del Papa Francisco a México, quisiera hablarles un poco acerca del Padre Arturo Torres, personaje ejemplar de los que ya no existen. Empezaré por contarles que los sacerdotes que me tocaron en mi niñez son muy distintos a los que vemos hoy en día. Crecí entre una oleada de Curas al estilo navarretiano (seguidores de don Juan Navarrete y Guerrero), más identificados con el lumpen proletariado que con la burguesía. Uno era el padre Arturo, párroco de la iglesia de Santa Eduwiges en Hermosillo, cuyo estilo conservador lo hacía ser respetado por sus feligreses debido a su forma inteligente de ser, sin necesidad de llegar a lo «populachero” como intentan los de hoy en día.

En los veranos, con sus 45° a la sombra, tenía la iglesia repleta de gente, con sotana gruesa bien puesta y su pesado bisoñé que no significaban molestia para él, al contrario sus misas duraban casi hora y media y con su paciencia a prueba de cualquier canícula repetía las palabras lo más pausado que se pudiera, de tal forma que aquello parecía un verdadero escapulario de penitencias.

Una vez me le acerqué a la sacristía y le dije: “oiga Padre, ¿por qué no refrigera toda la iglesia y así usted y los demás estaríamos bien a gusto?, me responde: “entonces hijo ¿tú vienes a descansar o a oír misa?”, me quedé callado, me avergoncé ante mi hedonismo frívolo y superficial.

Cuando murió vinieron otros sacerdotes más modernos y lo primero que hicieron fue refrigerar la iglesia, pero los sermones ya no eran lo mismo.

Era un ser muy humilde, que lo mismo fue capellán del Colegio Regis, que párroco fundador de Santa Eduwiges y Vicario de la Arquidiócesis. Para él los títulos no importaban, sino el ser sensible ante la problemática de los más débiles. Le tocó llevar, a cabalidad, la Acción Católica de Adolescentes y Niños (ACAN), el catecismo y otras acciones de su profesión.

Un día, dentro de la catequesis, hicimos un cursillo en las colonias más pobres de la ciudad, algunos llevamos de lonche hamburguesas y él nos las «confiscó”, argumentando: “sus hamburguesas se las vamos a dar a los niños del barrio y ustedes comerán lo que ellos les den”, de suerte que los burros de huevo y frijoles que nos compartieron aquellos muchachos, y debido al hambre que traíamos después de tanta actividad, nos parecieron un bocatto di cardinale.

Tenía un monaguillo muy rebelde y nunca le hacía caso; un día le dijo: “te vas a casa de unas muchachas muy guapas con minifalda y caireles dorados que te van a dar unas ofrendas para la iglesia, te las traes de inmediato”. El monaguillo no la pensó dos veces y salió muy rápido hacia el lugar, cuando llegó cuál sería su sorpresa que lo primero que vio fue a las señoritas Coronado, ancianas muy respetadas en la colonia y bastante beatas que usaban medias de popotillo y vestidos de percal largos y obscuros; nada que ver con lo que le había dicho el Padre. Así es que, finalmente, atendió la lección que Monseñor le quería dar.

Se suma a una serie de sacerdotes en vías de extinción, quizás por eso la feligresía se ha separado tanto de la iglesia, pues ya hay mucho menos católicos. El siglo XXI se ha permeado complejo ante los avatares del existencialismo humano. Es como para pensar porqué se ha dejado el sacrificio por el deseo desmedido de caerle bien a los demás; porqué se ha priorizado el “merchandise” religioso sobre la fe o porqué es más importante que las misas sean cortas y la devoción sea cada vez más nula.

Las iglesias se profanan a diestra y siniestra, el Papa Francisco ha retomado un discurso más progresista para adaptarse a los nuevos tiempos, porque las brechas entre ricos y pobres cada vez son más absurdas en un ambiente de neoliberalismo que ha olvidado precisamente a los más pobres.

Volvamos pues a lo que el Papa Bergoglio ha llamado la “cariñoterapia” y darle a los más vulnerables, no solo nuestra compasión, sino también nuestra ayuda práctica y, como le dijo a los Cardenales y Obispos en un sólido sermón, que se dejen de lujos y de su afán de andar con la ricachada, para ponerse a luchar por los más pobres, como lo hacía precisamente el padre Arturo Torres”.

Murió el 28 de agosto de 2002. Su voluntad fue ser sepultado -como lo quiso el Obispo Navarrete- en un cajón de madera de pino, bajo el altar de la Virgen María, en su Parroquia; y que como buen mortal, con gustos sencillos acompañada la feligresía con mariachi, se entonaran sus canciones populares favoritas: “Cruz de olvido”, “La barca de Guaymas”, “Pajarillo pecho amarillo” y “Un puño de tierra”.

Su epitafio: “Arturo Torres Enríquez, su alma está en el cielo, su cuerpo aquí reposa y su recuerdo en nuestro corazón, quien, como Jesús, pasó su vida haciendo bien a todos”.

Reposa en paz.