Un presidente mentiroso

Para López Obrador la mentira es una herramienta imprescindible, omnipresente, total. Digamos que no hay en el universo presidencial ninguna verdad capaz de ahogar a la mentira

Por Juan J. Sánchez Meza

No sé si además de contar el número de mentiras que dice el presidente de México, la organización civil Signos Vitales haga otra cosa. De cualquier manera resulta abrumadora la cantidad de más de 40,000 ocasiones en que esta organización ha registrado que López Obrador ha mentido, a partir de 1 de diciembre de 2018.

Alguien dirá que en la naturaleza misma de la actividad política está la práctica, casi necesidad, de mentir; que la realidad de un país como México no le deja a los políticos más remedio que mentir y que, incluso, mentir es un arte, especialmente cuando se tiene la habilidad de mezclar las mentiras con verdades, creando así una realidad alternativa. Esto último me recuerda la novela El Impostor, de Javier Cercas, que relata la vida (en realidad una vida de mentiras) de un español que durante décadas hizo creer al mundo que él era un sobreviviente de los campos nazis.

Gracias a esas habilidades, a lo largo de tres décadas Enric Marco llegó a recibir condecoraciones, pronunció innumerables discursos que fueron capaces de conmover a los parlamentarios españoles hasta las lágrimas y llegó a alcanzar el sitial de héroe nacional, hasta que sus mentiras fueron descubiertas.

Volviendo a México, estoy seguro que si Signos Vitales indagara en las hemerotecas iba a encontrar innumerables mentiras dichas por los presidentes Peña Nieto, Calderón, Fox o el que usted guste.

Sin embargo, me parece que López Obrador es un tipo de mentiroso digamos especial, único, en el que coexisten la capacidad para referirse a lo que él entiende que son los problemas del país y, al mismo tiempo, la forma en que él los ha resuelto.

Es decir, López Obrador no recurre a la mentira como un recurso ocasional para librarse de una crítica, o para ganar tiempo mientras encuentra la manera de resolver un problema o de encontrar una mentira renovada, marrullera, más creíble que la anterior. Para López Obrador la mentira es una herramienta imprescindible, omnipresente, total. Digamos que no hay en el universo presidencial ninguna verdad capaz de ahogar a la mentira.

El punto es que el montón de mentiras que se va formando como consecuencia de una recurrencia frenética al micrófono y las cámaras es tal que llegan a conformar una “realidad” nueva, diferente a la “realidad-realidad”. Es decir, parecería que la cantidad de mentiras es tal que ya nada es mentira, porque la realidad contra la cual habría que confrontarlas simplemente ha desaparecido en el universo del obradorismo.

En esas condiciones queda listo el escenario para poder elegir qué problemas existen y qué problemas desaparecieron. Elijamos cualquier problema: el de la Seguridad Pública, o la Corrupción, por ejemplo.

López Obrador ha dicho que la corrupción ha desaparecido. No importa que nunca hayamos conocido —porque no existe— algún conjunto de instrumentos de política o controles que hayan logrado efectivamente combatir la corrupción de manera eficiente y reducirla en forma significativa.

Lo único que sabemos es lo que el presidente nos ha dicho. Es decir, que la corrupción se barre como las escaleras de arriba a abajo y que él —solo él, no las instituciones— ya acabó de barrer.

Es decir, nada se sabe de controles ni de reglas formales establecidas para aplicarlos. Se sabe que la corrupción ya se acabó y si ya se acabó ¿qué caso tiene hablar de ella? Si ya no hay contubernio entre narcotraficantes y autoridades, ¿qué sentido tiene hablar de la crisis de seguridad en el país?

Por ello, el Ministro José Ramón Cossío nos recomendaba hace poco a los mexicanos que para tener una comprensión integral de nuestro tiempo es preciso atender a los silencios. A los no decires. A los callares. Y, sobre todo, al por qué de ese mutismo, frente al cual debemos de tomar posición.

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@JuanJaimeSM50