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Vamos a hacer cuentas, papás

Un caso de interpretación ética, con perspectiva de género, de ciencia ficción. En el día del abogado.

En recuerdo de mi madre, Trinidad Espinoza de Rodríguez, de quien recibí la primera lección de ética y a mi esposa María Dolores Rocha Ontiveros, a mis hijos Rocío, Héctor y María Dolores, de quien recibo las lecciones de ahora.

Por Héctor Rodríguez Espinoza

La joven de esta historia —quien antes de un año de nacida, a raíz de la muerte de sus padres en la carretera de la muerte hacia Nogales, en los años 80s— fue acogida y criada con singular cariño, esmero y hasta devoción por sus abuelos paternos.

En este entorno familiar de clase media baja concluyó su carrera, se convirtió en una profesionista y ya incursionaba en la política. Sus abuelos-padres, con ambas pensiones, gastaron una buena fortuna en su educación y se habían quedado con poco dinero. Sólo vivían con lo que su tienda de abarrotes les daba, con cada vez menos ventas, por la proliferación de super mercados.

Tiempo después empezaron sus problemas económicos como septuagenarios, la señora se enfermó de gravedad y requería mucho dinero para su atención.

El señor desesperado porque no podía reunir esa importante suma, ni aún con préstamos de parientes y amigos. Estaban a punto de vender su changarro e hipotecar su misma casa, cuando de pronto se acordaron de su hija, a quien no les gustaba molestar. Llamaron a la muchacha por teléfono y ella acudió de inmediato, a bordo de una camioneta BMW del año.

—No se preocupen, abuelos, les daré un préstamo. No importa la cantidad, cuando mi mamá sane, haremos cuentas, —les dijo. Lucía en su cuello una delicada cadena de oro con las fotos de sus padres y al reverso la de sus abuelos.

La joven no escatimó su dinero, sacó su chequera y les hizo un préstamo con una cantidad importante. La señora fue al hospital Cima y sanó. El matrimonio muy contento abrazó a su hija, dándole las gracias. Pero no fueron los únicos problemas, el matrimonio siguió enfrentando adversidades, pero siempre contaban con el apoyo de su hija.

En aquel tiempo el gobierno no apoyaba tanto como hoy día a través del Seguro Popular y la muchacha aún no aseguraba a sus padres en el IMSS por parte de su trabajo, ni padres arancelados en el Isssteson, del que era joven derechohabiente, por lo que lo hizo de inmediato para prevenir problemas futuros. Los señores, según pasaba el tiempo, debido a la atención urgente de las enfermedades crónico degenerativas propias de la tercera edad, se fueron endeudando más con su hija, hasta llegar a una cantidad muy difícil de pagar, situación que los preocupaba. Ya no querían pedirle más dinero, pero las circunstancias los obligaban.

Tiempo después su hija se casó con un compañero de Universidad, como esposo le pedía que ya no prestara más dinero a sus padres y que les cobrara el que le debían. La joven —conociéndolo de avaro, codicioso e interesado— accedió y acordó platicar con sus padres, acompañado de su cónyuge, un determinado día, para hacer cuentas sobre su deuda. Les avisó a sus padres la fecha y les invitó a visitarla en su despacho, en el último piso de la Torre Kino. Esto preocupó más a los señores. Llegó el día de la visita, los padres llegaron en la línea 9 del barrio 5 de mayo, empapados de sudor por esperarlo más de una hora y carecer del prometido aire acondicionado.

Mientras esperaban en la antesala, hojearon un periódico donde aparecía la ¿desafiante? foto de la boda de la hija de un prominente empresario inmobiliario y financiero y abogado penalista, Juan Collado, especialista en la defensa de políticos, presuntos inocentes, acusados de corrupción proverbialmente impunes, recientemente vinculado a un proceso penal por dos delitos federales, uno grave por lavado de dinero, por lo que no tiene derecho a libertad bajo fianza. En la mesa principal, con elegancia extrema, sentados el anfitrión, el expresidente de la república y su nueva novia, el cantante español Julio Iglesias, el líder sindical Carlos Romero Deschamps al lado del ministro y expresidente de la suprema corte de justicia, Luis María Aguilar, Ministro Fernando Pardo Robolledo y Ministro Eduardo Medina Morado. Todos tarareando la melodía de la cotizada orquesta Los Ángeles azules, recién llegada de las Fiestas del Pitic.

En otro periódico estaba la foto del abogado Coello Trejo, otrora temido fiscal de hierro del DF y ahora famoso defensor del exdirector de Pemex, huido —con su esposa, hermana y padres a EE.UU. o a Alemania, de donde es su cónyuge—, acusado —presunto inocente— inicialmente en EE.UU., en todo el mundo y en el país, del caso Odebrecht y de otros delitos graves que no alcanzan libertad bajo fianza. El Departamento de Justicia de EE.UU., en 2016, publicó que Odebrecht admitió haber pagado millones de dólares en sobornos para ganar contratos en 12 países, el más grande escándalo de corrupción internacional de todos los tiempos (presidentes presos o procesados y uno suicidado).

Quedaron alarmados con otra noticia en Milenio: “Tras el impune derrame de 40 millones de litros de sulfato de cobre acidulado a los ríos Bacanuchi y Sonora de una presa de jales de la mina Buenavista del Cobre en 2014, Grupo México de Germán Larrea Mota Velasco —con la asesoría de su bufete de ilustres abogados— e ¿indiferencia? de las autoridades federales competentes, emprendió la construcción de otra obra a solo 27 kilómetros de Bacanuchi, que con la nueva presa de jales dentro de sus planes de expansión proyecta, “se posicionará como la tercera mina de cobre más grande a escala mundial”, según  su sitio web, violando sus derechos humanos, no se les informó del proyecto, y debido a sus dimensiones —6 mil 535 hectáreas y una cortina de 200 metros de altura, para ¡1,700 millones de metros cúbicos!—, cabrían unas 4 mil 157 canchas de béisbol, 138 veces Bacanuchi y temen que un nuevo derrame acabe con su pueblo.

Miraron una a una las fotos que lucían en la pared de la recepción: las fotos de su generación en la catedral y frente a la rectoría, con su negra toga y lanzando al aire su birrete. El diploma por haber obtenido Sobresaliente en el examen de Ceneval. El diploma del verano de intercambio en la Universidad de Barcelona. La toma de protesta como Regidora del H. Ayuntamiento.

En el Plasma Display Panel de la recepción, la clientela esperaba su turno escuchando a uno de los abogados y políticos de más cuestionada ética profesional, el Lic. Diego “el jefe” Fernández de Cevallos, con quien Collado también ha trabajado y con el líder sindical Romero Deschamps, pontificando a Azucena Uresti en Milenio TV: “Un jefe de Estado debe fortalecer las instituciones, porque si quiere pasar a la historia, debe dejar una historia de instituciones, no el recuerdo de un iluminado”.

Finalmente la muchacha y su esposo pasaron a sus padres a la amplia y elegante oficina, para hablar largo y tendido. Les dieron tiempo para admirar también cómo lucían, con bello marco, su título profesional y la Mención Honorífica y el título de Maestría, así como su Mención Honorífica y muchos trofeos, una bella estampa de la Virgen de Guadalupe, un Cristo de oro crucificado, un hermoso óleo del Quijote de la Mancha y Sancho Panza y una foto de Don Mario de la Cueva y este pensamiento ético, en fina piel, que leyeron con detenimiento: “El fin del abogado no es enriquecerse ni ganar muchos negocios, sino pedir y decir la justicia, sin olvidar tampoco que en sus  sentencias debe atender sólo a la verdad; que debe ser generoso  con el caído e implacable en la defensa de los derechos humanos; que no debe patrocinar causas injustas y que habrá de decir a su cliente, cuando no tenga razón, que debe de reconocer el derecho de los otros”. Fragmento del discurso como padrino de la generación 1961-1966 de la Escuela de Derecho de la Universidad de Sonora, el 3 de noviembre de 1964.

—Amá, apá, antes que nada buenos días. Tomen asiento por favor, déjenme usar la calculadora de mi Iphone 8, mi pluma Cross y papel. Vamos a hacer cuentas, ¿qué les parece? —les dijo la exitosa abogada y política.

Los señores estaban muy tensos y pálidos ante tal crítico momento, pidieron un vaso de agua para tomar Pasiflorine. La muchacha empezó a hacer cuentas.

—Gastos médicos que ustedes hicieron hace varios años cuando el accidente mortal de mis padres. Gastos de pañales, leche, ropa, sonaja, etc. hechos por ustedes. Atención psicológica para asumir con madurez y carácter mi orfandad. Gastos de ropa, maquillaje, bolsas y lentes de marca, viajes a Tucson, Ariz., manutención y educación. Cada colegiatura que pagaron desde que estaba en el Jardín de niños, primaria, secundaria; el crédito educativo para bachillerato, universidad y hasta posgrado en Barcelona, España… se acerca al millón de pesos. Gastos médicos cuando me enfermaba. Juguetes, dulces, galletas y demás erogaciones que hacían para sofocar mis berrinches cuando niña. Dinero para mis recreos. Mis domingos, ropa, zapatos y dinero que me daban para ir al cine con un chico o una amiga, cuando joven novicia y no encontraba un trabajo bien remunerado—. La muchacha siguió desglosando una lista interminable de beneficios recibidos por sus abuelos-padres. Esto molestó demasiado a su esposo, quien intervino quedito al oído de ella.

—¡Ay no!, ¿No se supone que les hablaste para cobrar el dinero que te deben? ¿Te has vuelto loca?

La muchacha siguió hablando con sus padres con voz más firme y decisiva.

—Después de hacer cuentas, apás, pueden quedarse tranquilos, la deuda queda saldada, no me deben ni un sólo centavo, todo lo contrario, yo soy la que les quedo debiendo. Gracias a ustedes y a su ejemplo de honradez y sacrificio desde la desaparición de mis papás, soy lo que soy, especialmente como mujer, en un mundo de tanto machismo y ésa es una deuda impagable que les tengo—. La joven abrazó a sus abuelos-padres y se despidió de ellos con un tierno beso, dándoles un billete de $500.00 para el camión, un cheque de $5,000.00 y una tarjeta de débito para gastos inmediatos, notificándoles que siempre contarán con ella, mientras esté en sus posibilidades y hasta su última respiración. Los señores invirtieron en su hija y ahora estaban cosechando los frutos. Se convirtió en su afore y seguro de vida. El esposo de la muchacha estaba muy enojado, tanto que amenazaba a su esposa de ir él sí, personalmente, a cobrar su deuda y demandarlos en unos medios preparatorios de juicio ejecutivo mercantil hasta enviarlos al Asilo de Ancianos.

—Comprende, amor. A los papás NO les podemos cobrar ninguna deuda, porque a fin de cuentas nosotros somos los que les debemos más a ellos. ¡La vida misma!, como repetía a diario el inolvidable Fausto Soto Silva, ¡¿Qué tú no tienes papás?!

—Pero ya eres casada y acuérdate que estamos esperando un hijo. Tú tienes tus ahorros, ganas tu buen dinerito en el despacho y por la asesoría a la Diputada y ese lo vamos a necesitar, además tienes planes de construcción en Residencial Altozano El nuevo Hermosillo o en La Joya, ¿no me dijiste ayer que ya no tenemos mucho dinero?

—Tranquilo amor, Dios proveerá. Si Dios nos bendice con un hijo, es porque sabe que vamos a poder sacarlo adelante, Él es justo y no nos va a dar a alguien, si no lo vamos a poder mantener. Dios ama a los niños y no quiere verlos sufrir. Al ayudar a nuestros padres, no estamos haciendo más que devolviendo un poco —un poquito nada más— de lo que ellos hicieron por nosotros. Puedo ser una mala esposa y una mala madre porque apenas voy despegando en mi carrera profesional y política, pero ser una buena hija no cuesta nada.

—Pero dijiste que íbamos a cobrar a tus papás.

—¡Momento, yo jamás dije que iríamos a COBRAR, sino a HACER CUENTAS! tesoro… ¿No será que debes regresar a la escuela y al menos estudiar el fascinante tema de la interpretación? Recuerda nuestro Lema, tomado de Ulpiano: “Los preceptos del Derecho son: Vivir honestamente, No dañar a otro y Dar a cada quien lo que le corresponde”. En otras palabras, la regla de oro de la conducta humana: “No hagas a otro lo que no quisieras que los otros te hagan a ti”.—Definitivo, me convenciste. Disculpa cariño.