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¿Veneración o adoración?

Cuando honramos a un santo lo hacemos por la proximidad que tiene con Dios, del cual le viene todas las virtudes y la bondad que poseen, de esta forma, no le quitamos nada a Dios al honrar a los santos

Pbro. Erick Ballesteros

¿Honrar a los santos, no le quita el honor debido a Dios? Cicerón, uno de los más grandes oradores romanos, dijo estas palabras: “Todo lo eminentemente grande tiene, en justicia, derecho a la veneración”.

No queda duda que al referirnos a las virtudes de un San Francisco de Asís que dejó el gran mundo y todas las riquezas de su casa para seguir en pobreza a Cristo, no puede calificarse sino como algo eminentemente grande; al igual que un San Bernardo de Claraval, y toda su familia de caballeros y cortesanos, convertidos en monjes Cisterciences; y de los miles y miles de ejemplos gloriosos contenidos en los anales de la Iglesia, de los heroísmos de muchos hombres y mujeres, jovencitas y simples niños, que dieron testimonio de su fe con una vida entregada al servicio al prójimo y a las cosas divinas, o, incluso, con la muerte en aras de sus elevados ideales.

Para algunos, la veneración a los santos les presenta un dilema que no alcanzan a responder: Por un lado como dijimos arriba, merecen ser honrados de parte nuestra, pero, por otro lado ¿no desdice el culto que damos a los santos, el que debemos darle a Jesucristo?

Veamos la cuestión:

Honramos a los santos, porque son dignos de honra. Acabamos de mencionar algunos hechos grandiosos de hombres y mujeres que merecen alabanza, admiración y la imitación de parte nuestra. Que para eso pone la Iglesia a nuestra consideración un santo cada día, para que tengamos excelentes ejemplos de virtudes en todos los estados de vida, y que podamos tomar el que más nos sirva para nuestro buen vivir. De San Agustín se lee en su autobiografía que un amigo le platicó un ejemplo de unos cortesanos que habían hecho un cambio súbito de vida, por la lectura de un buen libro, y él comenzó a preguntarse a sí mismo: “¿lo que éstos y éstas hicieron, no lo podrás hacer tú?» y ese fue el inicio de su conversión.

Además honramos a los santos porqué así está mandado en la Sagrada Escritura: S. Pablo escribiendo a los Romanos dice: “Pagad, pues a todos lo que se les debe… al que honra, honra”.

Dios al dirigirse al pueblo hebreo por mediación de Moisés les manda que veneren a los ángeles: “Mira que Yo enviaré el Ángel mío que te guíe, y guarde en el viaje, hasta introducirte en el país que te he preparado. Reverénciale, y escucha su voz: por ningún caso le menosprecies”.

Los patriarcas mostraron el mayor respeto por los ángeles, Abraham dobla las rodillas ante los ángeles en Mambré, Josué hizo lo mismo en Jericó, Tobías ante el Arcángel Rafael.

Incluso encontramos en la Escritura que es buena la invocación a los santos, como cuando el Señor, mandó a Elifaz, Baldad y Sofar que fuesen a Job y le pidiesen que rogase por ellos. San Pablo solicitaba de continuo las oraciones de los fieles.

Ahora la otra pregunta: ¿restamos a Dios el culto que le debemos honrando a los santos?

Cuando honramos a un santo lo hacemos por la proximidad que tiene con Dios, del cual le viene todas las virtudes y la bondad que poseen, de esta forma, no le quitamos nada a Dios al honrar a los santos, sino que honramos sus obras en aquellas almas privilegiadas.

El buen fiel, sabe distinguir claramente entre el culto debido a Dios y el culto debido a los Santos. Es distinto el tipo de honor que se brinda a Dios y el de los santos. El culto debido a Dios se le conoce como adoración, que consiste en el reconocimiento de la Infinita Perfección de Dios y en la aceptación de nuestra total dependencia de Él. Y el culto debido a los santos se le conoce con el nombre de veneración, que consiste en el respeto y honor que se les brinda a los santos por la excelencia de sus virtudes y su cercanía con Dios.

De S. Francisco de Sales se decía que era el hombre más bondadoso y dulce de su época, y los que lo veían les parecía ver en él un trasunto de la bondad y amabilidad del mismo Jesucristo. La humildad y pobreza de S. Francisco, nos hace ver la pobreza y humildad de Cristo; la sabiduría e inteligencia de Sto. Tomás de Aquino, nos hace elevarnos a contemplar la Sabiduría Infinita de Dios, que creó todo con inefable maestría; el amor de S. Juan de Dios por los enfermos, nos eleva a la consideración de la Infinita misericordia de Jesús de Nazaret que cura todas las enfermedades de nuestras almas.

Por tanto es una confusión el decir que el culto que se dé a los santos hace que se menosprecie, o se le reste importancia a Dios. Todo lo contrario. Los santos son como huellas o vestigios, que nos dan una idea de la grandeza de Dios.

 

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